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La historia ha demostrado que el silencio ante las tragedias humanas, convierte en cómplices a quienes deciden voltear la mirada.
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Mientras la oposición colombiana debate sobre los riesgos de la ruptura diplomática con Israel, Netanyahu, anunció al mundo que arremeterá militarmente contra Rafah. Al gobierno israelí, no le basta con haber asesinado a más de treinta y cinco mil civiles, de los cuales el 70% son niños, ancianos y mujeres inocentes. Van por más sangre y la ciudad con mayor población Palestina, se erige como la siguiente víctima para quienes claramente los mueve un irrefrenable deseo genocida.
Las críticas son diversas. Hablan de un riesgo para la seguridad nacional, el comercio y la ruptura a una tradición de respeto a las democracias y gobiernos plurales. En sumatoria, una decisión que afectará gravemente los intereses nacionales. Sin embargo, para comprender la dimensión de las implicaciones de la decisión del gobierno de Gustavo Petro, es necesario desarrollar una breve contextualización conceptual.
Partimos de la base que los intereses nacionales, están inmersos en el concepto de política exterior. En su definición más tradicional, es considerada como política pública ejercida por los Estados en función de sus intereses nacionales, en el proceso de interacción con los demás actores del sistema internacional. No obstante, el listado de intereses es muy diverso. Desde los comerciales, medioambientales, sociales entre otros. Por ello, se pueden agrupar en tres líneas gruesas para su mejor comprensión.
Primero, asegurar la sobrevivencia física de la patria, lo que incluye proteger la vida de sus ciudadanos y mantener la integridad territorial de sus fronteras. Segundo, la promoción del bienestar económico de sus habitantes. Por último, la preservación de la autodeterminación nacional en lo que respecta a la naturaleza del sistema gubernamental del país y a la conducción de los asuntos internos.
En ese orden de ideas, el primer paso para medir el impacto de la ruptura de relaciones diplomáticas entre Israel y Colombia es analizar los temas claves en los cuales convergen. El primero es el sector defensa. Israel se ha convertido en un importante proveedor de armas o permisos para la producción y comercialización. Los fusiles Galil, aviones Kfir, helicópteros AH60 y los aviones no tripulados Hermes, hacen parte del equipamiento utilizado por las fuerzas armadas colombianas.
Los armamentos más conocidos son, el Galil y los Kfir. El primero, porque es el fusil más usado por todas las fuerzas del país, además, de contar desde los 90s con una licencia de producción comprada al gobierno del Medio Oriente. Si bien es cierto que la ruptura puede llevar a Israel a quitar la patente otorgada a Colombia, en el mercado internacional, existen otros oferentes con calibre 5:56. No son exclusivos.
Por su parte, desde hace un tiempo los aviones de combate son protagonistas. No por su capacidad y desempeño. Si, por su obsolescencia. No es casual que seamos la flota aérea más débil de América Latina. Además, en el mundo, solo continúan utilizándolo Colombia, Ecuador y Sri Lanka, ya que hasta Israel lo descontinuó.
La decisión del gobierno de Gustavo Petro marca un hito histórico en materia militar. Es el momento para frenar la dependencia de un oferente que condiciona sus servicios a una irrestricta adhesión a su política, lo que incluye el genocidio, el apartheid y la limpieza étnica.
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En cuanto al tema económico, desde el año 2020, los dos países tienen vigente un TLC. El monto de las exportaciones representa el 1% de la canasta colombiana. Además, el 90% se enmarca en el sector extractivo. En el ranking de nuestros mercados, están China, Brasil, India, Perú, Chile, entre muchos otros, con montos FOB muy superiores y un espectro de productos más diverso y con mayor valor agregado. Desde un comienzo, fue un acuerdo comercial politizado, ideologizado y enmarcado en la estrategia de securitización que tanto le encanta a la extrema derecha. Jamás se negoció priorizando los intereses de los exportadores colombianos.
Por último, en el espectro de los intereses nacionales, la libre determinación y autonomía se erigen como un principio completamente inviolable. Eso incluye las decisiones en materia internacional. A diferencia de su antecesor, Petro Urrego no actúa por capricho o para complacer el revanchismo de su partido político. Obra en clara consonancia con los principios constitucionales y el derecho internacional que salvaguardan el respeto a la vida de los no combatientes.
La otra crítica de sectores políticos, replicados a todo pulmón por los medios del establecimiento, considera inconcebible la ruptura con la “única democracia del Medio Oriente”. Desde 1994, Bobbio, describió la democracia como un “régimen con un conjunto de reglas procesales para la toma de decisiones colectivas en el que está prevista y propiciada la más amplia participación posible de los interesados”. ¿Describe a Israel?
Surgen muchos interrogantes, sobre un gobierno que llegó al poder de la mano con los dos partidos ultraortodoxos Shaa y Judaísmo Unificado de la Torá y con tres formaciones de extrema derecha, Sionismo Religioso de Bezalel Smotrich, Fuerza Judía de Itamar Ben Gviri y Noam de Avi Maoz, identificados por una plataforma supremacista, arabofóbica e islamofóbica. Un gobierno fundamentalista que realmente se considera “el pueblo de Dios” y que la tierra donde han habitado por siglos los palestinos es únicamente de ellos.
Una democracia que encarcela a niños y niñas por el solo hecho de ser palestinos y los abandona indefinidamente en mazmorras, sin algún tipo de juicio justo y público. Una democracia que ha violado todo un caleidoscopio de normas internacionales sobre derechos humanos y que permite a sus funcionarios, hablar como miembros de un peligroso cartel. El ministro Amichai Eliyahu, se refirió como un “regalo para los ojos”, sobre la posibilidad de ver a Gaza bombardeada con un arma nuclear. Ben-Gvir, ministro de seguridad nacional, ordenó disparar contra mujeres y niños. Y por su parte, Netanyahu, se justifica el derramamiento de sangre inocente en la Biblia; “hay un tiempo para la paz y un tiempo para la guerra. Este es un momento de guerra”, aseguró en una conferencia de prensa.
Se equivoca esa recalcitrante oposición. Desde la perspectiva de Bobbio o cualquier teórico contemporáneo, es una falacia hablar de democracia al referirse a un Estado que comete un genocidio y arguye todo un conjunto de entelequias para justificar la violación de las normas internacionales.
La historia ha demostrado que el silencio ante las tragedias humanas, convierte en cómplices a quienes deciden voltear la mirada. El apartheid surafricano, se mantuvo durante décadas, debido a que el mundo terminó normalizando la segregación racial. Solo la presión internacional, condujo a la caída del vergonzoso régimen de Pretoria.
Palestina no solo sufre un aberrante apartheid, además, son víctimas de genocidio y limpieza étnica. Luego de décadas de forjar el derecho internacional humanitario, el sistema internacional afronta el reto más grande luego del surgimiento del nazismo y el fascismo. Como afirmó el presidente Gustavo Petro, “si muere Palestina, muere la humanidad y no la vamos a dejar morir”.
Colombia se ha unido a quienes están dispuesto a salvar a Palestina y la humanidad. Por fin, entramos al lugar correcto de la historia.
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*Héctor Galeano David, analista internacional. @hectorjgaleanod