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Ese concierto representaba algo que se había perdido: la vieja normalidad de una ciudad con una tradición de alta riqueza cultural desde la época de los zares.
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Leningrado, hoy San Petersburgo, una orquesta a la que le quedan catorce músicos hace una interpretación. Esos músicos no están de muy bien semblante porque el hambre arrecia; también los desanima mucho la posibilidad de una muerte inminente. Es 1942 y la ciudad lleva casi un año sitiada por la orden de exterminarla al Grupo de Ejércitos Norte de la Alemania nazi. Fueron en total 29 meses así, con la pérdida estimada de un millón de vidas, mayormente civiles.
El compositor de la obra presentada era Dmitri Shostakóvich. Él había vuelto a la ciudad, su tierra natal, atravesando el ‘camino de la vida’, que era la única artería de la ciudad, por donde llegaban los suministros para asegurar la supervivencia de la guarnición y la población. En esa vía de comunicación se concentraban los bombardeos de aviación y artillería. Todo ese riesgo para quince minutos de interpretación; era lo que aguantaba ese grupo famélico, pues aquella pieza musical abarca más de una hora.
En ese teatro estaba la dirigencia de la ciudad y también fue foco de un bombardeo para acallar la presentación. Precisamente, los alemanes escucharon la interpretación porque para ella se habían dispuesto altoparlantes que la proyectaran por toda la ciudad. Es más fácil sostener una nota en ‘Si’ que un cañón en ‘Boom.’
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En ese momento, todavía faltaba casi año y medio más del sitio. Sin embargo, justo en esa hora se dieron cuenta los habitantes de la ciudad que se vislumbraba la victoria. Lo mismo los alemanes. Ese concierto representaba algo que se había perdido: la vieja normalidad de una ciudad con una tradición de alta riqueza cultural desde la época de los zares, reemplazada por una nueva normalidad de disparos y explosiones. La victoria patriótica llegaría.
Recién, en el marco de la guerra Rusia-Ucrania, circulaba un video de una orquesta en una plaza pública de Kiev. Esa imagen evoca el relato anterior de la ciudad soviética sitiada cruelmente, porque ahora luego de escindida esa patria roja, uno de sus estados sucesores ataca a otro y son varias las ciudades ucranianas cercadas o en ciernes de serlo.
Entonces, los rusos, parte fundamental de la Unión Soviética, saben lo que fue vivir bajo el ataque de un oprobioso agresor, así como del fervor nacional en contra de un invasor. La propia familia (padre y madre) de Putin sufrió el sitio de Leningrado, pero hoy los rusos son el oprobio comandados por aquel hijo de sobrevivientes.
Por el momento, espero que Mariupol, ya en ruinas, no repita la historia de la ciudad rusa recordada, pues lo heroico de la Sinfonía Leningrado conlleva su tragedia humana. Tragedia que aparece en cualquier parte cuando se somete por la violencia y con destrucción a un pueblo sin importar la ideología o el fin esgrimido, sea contra Palestina o sea contra campesinos de El Salado y tantas masacres de civiles en nuestro país, aún en la actualidad.
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*Santiago A. Monsalve, sociólogo de la Universidad de Antioquia (2020), diplomado en Docencia Universitaria con Enfoque de Paz y Derechos Humanos, y corredor fondista aficionado y senderista. @SociologoAzul