Stefan Zweig: a ochenta de años de su muerte

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Stefan Zweig a cien años de su muerte

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Imaginemos por un momento, una crónica suya como epílogo a sus Momentos estelares de la humanidad, contado desde el punto de vista de Roa Sierra.

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El 22 de febrero de 1942 se suicidaba en Brasil el gran escritor austríaco, autor de memorables biografías y novelas. Siguen siendo leídas sus obras sobre Casanova, Balzac, Dostoievski y tantas otras almas atormentadas o más o menos curadas por el espíritu.

Quizá habría podido salvarse si hubiera sido acogido en Colombia. Lo intentó. La propuesta vino de su amigo, el historiador colombiano Germán Arciniegas. Zweig se había asentado en Suramérica en sus últimos años. Fue recibido como un héroe literario en Buenos Aires y se instaló en el confuso Brasil de los tiempos de Getulio Vargas. Escribió un libro inolvidable: Brasil, país del futuro. Sus melancolías, acrecentadas por las guerras europeas, lo fueron desanimando frente al porvenir de lo que él llamaba la civilización occidental. Era un hijo de su tiempo, inmerso en sus contradicciones y talones de Aquiles colonialistas. Así debemos leerlo hoy en día, sin dejar de admirar su prosa poética, su imaginación y sus estudios históricos y filosóficos.

Con Arciniegas tuvieron una larga relación epistolar; incluso leyó Zweig el libro del escritor colombiano sobre Jiménez de Quesada. Zweig le sugirió cambiarle el título y así lo hizo Arciniegas: se llamó luego El caballero del Dorado. Hoy tendríamos una estatua de Zweig de Bogotá, tal vez en la avenida Jiménez, entre los recuerdos brumosos de la librería Buchholz y el viejo edificio del diario El Espectador, donde en esos años cuarenta llegó a escribir nuestro Gabo. Ya no está la estatua de Jiménez. En su lugar, junto a algún monumento vivo de los Mizaks y los indígenas colombianos, hubiésemos podido contemplar la de Zweig. De haber sido acogido entre nosotros, Zweig habría hecho memorables tertulias con Baldomero Sanín Cano, León de Greiff, Luis Vidales, Hernando Téllez, y tantos otros. Aquí se habría reunido y seguramente habría construido una memorable amistad con el gran escritor brasileño Joao Guimarães Rosa, establecido como diplomático en Bogotá en 1942.

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Arciniegas y otros intelectuales progresistas de la época ayudaron refugiarse en Colombia a muchos exiliados europeos que huían del nazismo alemán y de los fascismos alemanes y españoles. Colombia se nutrió de sus enseñanzas en muchas áreas. ¿Qué ocurrió con Zweig? Era judío. El antisemitismo de la época, encarnado en la figura del entonces canciller colombiano, Luis López de Mesa, cerró todos los caminos. No solo para Zweig. Se decía que los judíos, además de otros pueblos y personas de condición diversa en su cultura o ideología, no debían venir al país.

¿De haber sobrevivido a sus males del espíritu, Zweig habría llegado a ser testigo preferencial del 9 de abril de 1948? Imaginemos por un momento, una crónica suya como epílogo a sus Momentos estelares de la humanidad, contado desde el punto de vista de Roa Sierra. Habría sido una especie de ucronía a la manera de Miguel Torres en su novela, El crimen del siglo.

El racismo y la ceguera cultural de López de Mesa despreciaron a Zweig y a miles de almas anónimas que se habrían salvado. Colombia se habría alimentado de sus lenguas, vivencias y de sus historias personales. Seríamos un país aun más multicultural. Quizá Zweig no habría podido curarse en el altiplano del caballero del Dorado y se habría matado en el hotel Regina antes de que terminara la guerra europea.

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*Alberto Bejarano, escritor y profesor universitario de artes y letras. Doctor en filosofía de la Universidad París 8. Instagram y Facebook: loslibrosdelsetter

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