Stella, la piedra campana y los protectores de la memoria

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“Su petición, no es solamente por recursos para mantener el Museo, que hace parte de la Red Nacional de Lugares de la Memoria y de la Red Latinoamericana de Museos de la Memoria, es también una petición para que se registre su historia oral en compensación a las omisiones o inexactitudes escritas por terceros. Pero sobre todo, es para que no se niegue la existencia del conflicto armado, porque si esa idea sesgada se instala  arbitrariamente, también las víctimas desaparecen.”

María Stella es una mujer de sesenta años, menuda, inteligente y fuerte que escribe versos – “A Dios doy gracias por permitirme contar con vida en este lugar pa! Relatarles toda la historia como vivió mi comunidad.”  La piedra que cuando se le golpea con otra reproduce el sonido de una campana hace parte de la colección que el Padre Nelson reunió durante los años que fue párroco de esa comunidad  y hoy al lado de botas, uniformes, cilindros y fotografías del conflicto armado que Stella ha ido ordenando como puntos de referencia que ligan acontecimientos del pasado y el presente son una herramienta cultural para la memoria. El Placer es una inspección de policía  del municipio de Valle del Guamuez en el departamento del Putumayo.

La piedra campana
Foto: Carlos Mendoza

Cuando conocí a Stella y a Seider en esa alejada inspección, se me vino a la memoria la metáfora de los “enanos y los gigantes” forjada por Bernardo de Chartres por allá en el siglo XII. Hoy los gigantes son aquellos que con su poder quieren monopolizar museos, bibliotecas y archivos para escribir la historia – la de ellos – y soslayar no solo la existencia de un conflicto armado  sino la versión de los enanos que, parados sobre  los artefactos culturales para la acción colectiva,   pueden ver más allá y conservar lo que hay de social y personal en la memoria.

En la década del 50, llegaron los primeros pobladores en busca de tierras fértiles  como consecuencia de la emigración forzada por razones políticas o económicas. Aunque marginalizados de los servicios públicos y la presencia del Estado, vivieron en paz hasta los años 80. Se instalaron en ese periodo  los cultivos proscritos facilitados por el empobrecimiento de esas colonizaciones campesinas y con ellos la competencia violenta por el territorio.

Museo de la Memoria, El Placer
Foto: Carlos Mendoza

El 7 de Noviembre de 1999, a las 9 de la mañana, tuvo lugar la primera incursión de las Autodefensas Unidas de Colombia; son asesinadas ese domingo día de mercado 11 personas  señaladas como simpatizantes de las FARC-EP por un informante cubierto con un pasamontañas – entre ellas dos mujeres, una de ellas embarazada –  ocasionando, como ha sido característico, el desplazamiento de su población y la apropiación violenta de la vida de los pobladores que permanecieron.

Con la firma del Acuerdo para la Terminación del Conflicto cesaron los hostigamientos. Hoy la situación es tensa y líderes como Seider temen por su vida; cuando salen los listados de personas amenazadas, la comunidad recurre a él en busca de su ayuda. Como es lógico, se acerca a las autoridades en busca de protección para quien se lo solicita; lo califican de “sapo”  y se  convierte en objetivo. Por otro lado, en sus funciones cuando fue Inspector de Policía hizo levantamientos de cadáveres que lo convirtieron en mediador entre lo ocurrido y protector de la verdad.

La profesora María Inés Mudrovic afirma que “de la misma manera que toda experiencia vital de un individuo constituye una experiencia colectiva, no hay algo así como una memoria individual frente a una memoria colectiva; en un sentido toda memoria es social”. Yo agregaría que un museo, por modesto que sea, reúne la historia oral, la memoria social, así como  imágenes del pasado; el del Placer tiene su sede  en una construcción donde funcionaba la escuela del pueblo que fue destruida por estar cerca a la estación de policía. Hoy el colegio y la escuela funcionan en una misma construcción, pero los estudiantes recurren al museo en busca de la historia presente. Stella y Seider se encargan de integrar a la comunidad para que las cosas hechas por los violentos no se olviden con el tiempo y no se repitan.

La escuela-museo
Foto: Carlos Mendoza

Su petición, no es solamente por recursos para mantener el Museo, que hace parte de la Red Nacional de Lugares de la Memoria y de la Red Latinoamericana de Museos de la Memoria, es también una petición para que se registre su historia oral en compensación a las omisiones o inexactitudes escritas por terceros. Pero sobre todo, es para que no se niegue la existencia del conflicto armado, porque si esa idea sesgada se instala  arbitrariamente, también las víctimas desaparecen.  

Carlos Mendoza, arquitecto urbanista y defensor de los derechos humanos

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