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“Quizás duele porque soy joven. Porque no viví los tiempo peores y, por lo demás, viví la esperanza de los últimos años.”
Todos los países tienen crisis políticas. Ahí está España tratando de conformar un gobierno luego de tres años de inestabilidad; Reino Unido decidiendo aún si sale o no de la Unión Europea y cómo, Estados Unidos con el presidente más ridículo que conozco o que conoce el mundo y Chile debatiendo si, finalmente, se redacta una constitución que cierre la transición de la dictadura a la democracia. En este momento, pedir estabilidad parece demasiado.
Lo triste de vivir en Colombia es que las crisis no son solo políticas sino humanitarias. El debate de moción de censura en contra del ahora exministro Guillermo Botero no solo mostraba una conducta políticamente reprochable. Lo que ocurrió en el Caquetá también muestra que la guerra no ha acabado. El ataque nos recuerda la horrible noche de las ejecuciones extrajudiciales, legitimadas bajo la figura de “falsos positivos”. Las afirmaciones de Noticias Uno, casi una semana luego de la revelación inicial del senador Roy Barreras, nos recuerdan: la guerra no acabó el 1 de diciembre de 2016.
Eso no es todo. Los líderes que buscan implementar el Acuerdo de Paz en las regiones han sido asesinados de forma sistemática en el país. A veces nos volvemos a acordar de la guerra, cuando matan a uno particularmente popular o cuando lo matan de forma horrorosa. Por eso nos paramos a volver a mirar el contador cuando matan a gente como Temístocles Machado, Ibes Trujillo, Cristina Bautista, Flower Trompeta. A eso se han sumado atentados contra los firmantes de la paz, que ya suman más de 150, con historias como la del niño Samuel (que no era un niño guerrillero) y de Dimar Torres.
Los últimos días han sido de noticias a las tres o cuatro de la mañana, enviada desde los amigos de Colombia en Europa. Han sido de comenzar el día con ira y dolor, continuar con la tristeza, para ya, por la tarde, tener una idea creativa de esperanza. Todo para comenzar el mismo ciclo el día siguiente. Un ciclo que no permite establecer un duelo colectivo porque la muerte ronda tan rápido que los duelos se van poniendo uno encima de otro. La memoria no da para acordarse de los nombres que, rápidamente, se convierten en números.
Quizás duele porque soy joven. Porque no viví los tiempo peores y, por lo demás, viví la esperanza de los últimos años. De ver el Acuerdo firmado no una sino dos veces. De sentir que era posible la reconciliación. Vi con alegría cada encuentro entre quienes antes se mataban, entre quienes hirieron y quienes fueron heridos. Vi el día en que Timochenko y Juan Manuel Santos, quienes se consideraban objetivos militares, se dieron la mano. También los días en que policías y militares acompañaban a la guerrilla en su desarme. En esos momentos vi una vida nueva, la vida que inspiró a excombatientes y víctimas por igual a tener hijos e hijas porque les darían un país diferente.
Habrá quien, seguramente, pueda reprochar mis palabras. Al ver la experiencia y la memoria histórica, podrá decir que el pasado era peor. Que los tiempos de La Violencia, del narcotráfico, del Estatuto de Seguridad, de los secuestros y tomas, de la seguridad democrática eran peores. Mas eso no quita el dolor de que la muerte siga ahí, la muerte violenta, la muerte de los más pequeños y de los jóvenes.
Borges decía, famosamente, que ser colombiano era un acto de fe. ¿Lo es porque hemos vivido toda nuestra vida en una violencia fratricida? ¿Porque hemos creado prejuicios sobre el otro para poder excluirlo y matarlo? Tan solo decidimos unas fronteras, pero ni siquiera hemos sido capaces de entender que tenemos derecho a compartir el terruño. El correo con esa paz, aquella que nos unía para pensarnos este país de una forma distinta, se quedó en una oficina de 4-72, esperando a ser despachado.
*Camilo Villarreal, estudiante de derecho en la Pontificia Universidad Javeriana. Activista por la paz. Co-coordinador Rodeemos el Diálogo Joven, donde ha desempeñado trabajos respectivos a la veeduría de la implementación, pedagogía y construcción de memoria histórica.