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Un proyecto societal sería entonces aquel que define un norte, una visión de futuro, en tensión con lo que somos hoy como sociedad.
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A diferencia de los proyectos sociales, que convocan el interés y las visiones de futuro de ciertos grupos o colectivos sociales por su sentido de pertenencia a causas comunitarias, poblacionales, gremiales, partidistas, entre otras, existen (o deben existir) proyectos societales, como los denominaba el director de la estrategia de conservación de la biodiversidad en el Chocó biogeográfico, que serían aquellos que convocan al conjunto de la sociedad y concitan el interés y el compromiso de los diversos actores del país, en torno a objetivos comunes. Lo entendería entonces, desde el sentido común, como una noción muy aproximada al concepto de “contrato social” del que nos hablan diversos discursos políticos.
Un proyecto societal sería entonces aquel que define un norte, una visión de futuro, en tensión con lo que somos hoy como sociedad; algo que se define a partir de lo que somos y aquello que anhelamos. Para seguir con el ejemplo del proyecto arriba mencionado, por un lado, somos un país con una enorme riqueza en biodiversidad en tensión con la necesidad de conservación frente a una problemática asociada a la amenaza de su destrucción.
Así, diversos líderes, en sus muy recordados discursos, han planteado esperanzadoras visiones de futuro para la humanidad y para las naciones: el Dr. Martin Luther King Jr. compartió su sueño de igualdad racial y avizoraba que “el arco de la historia es largo, pero se inclina hacia la justicia”. El Mahatma Gandhi nos señaló que “no hay camino para la paz, la paz es el camino” trazando no solo el horizonte de paz sino el camino de la no violencia como inherente a ese destino. También heredamos de Nelson Mandela el faro de la libertad que iluminó sus luchas mostrándonos que “ser libre no es solamente desamarrarse las propias cadenas, sino vivir en una forma que respete y mejore la libertad de los demás“. Y como no citar la máxima de Mandela sobre la equidad: “Una nación no debe juzgarse por cómo trata a sus ciudadanos con mejor posición, sino por cómo trata a los que tienen poco o nada”.
Igualdad y justicia racial, paz, no violencia, libertad y equidad como máximas que inspiran la construcción de un proyecto de humanidad universal que también están en las ideas de pensadores latinoamericanos como José Martí: “El hombre no tiene ningún derecho especial porque pertenezca a una u otra raza; dígase hombre y ya se dicen todos sus derechos. El negro, por negro, no es inferior ni superior a ningún otro hombre: peca por redundante el blanco que dice mi raza; peca por redundante el negro que dice mi raza. Todo lo que divide a los hombres, todo lo que los específica, aparta o acorrala, es un pecado contra la humanidad“.
En el contexto de la Nación colombiana, encontramos diversos proyectos o aspiraciones de futuro. El libertador Simón Bolívar señaló un horizonte que articula justicia, igualdad y libertad: “La Justicia es la reina de las virtudes republicanas y con ella se sostiene la igualdad y la libertad”. También encontramos reseñadas sus aspiraciones de unidad: “La unidad de nuestros pueblos no es simple quimera de los hombres, sino inexorable decreto del destino”. Y en su última proclama aspiraba “…que cesen los partidos y se consolide la unión…”
La Constitución Política se define a Colombia como un Estado social de derecho; una república democrática, participativa y pluralista, fundada en el respeto de la dignidad humana, en el trabajo y la solidaridad de las personas que la integran y en la prevalencia del interés general”. Y del Acuerdo de Paz entre las FARC – EP y el Gobierno de Colombia podemos tomar el anhelo de “una paz estable y duradera.”
En síntesis, podríamos afirmar que tenemos proyectos societales como naciones y como comunidad internacional, e incluso como humanidad, enunciados por emblemáticos liderazgos, así como en diversas visiones de futuro contenidas en proclamas, constituciones nacionales y declaraciones universales.
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Pero ¿por qué nos es tan difícil transitar esos caminos hacia la materialización de esas visiones de futuro? ¿Qué nos limita como sociedad llevar a la práctica esos principios rectores o anhelos de justicia, igualdad, libertad, paz, democracia, etc.?
Si bien se aducen diversos argumentos como la polarización política, la debilidad del estado frente a las corporaciones transnacionales, la prevalencia de los intereses del capital sobre el bienestar común y la pervivencia de la vida en el planeta, entre otras causas o razones de fondo, no deja de llamar la atención que, en muchos casos, cuando fracasan los acuerdos, los plebiscitos, los referendos constitucionales o las reformas sociales se aduce la falta de una pedagogía, que comunique, convoque, articule o cohesione a las distintas fuerzas sociales en torno a esos grandes objetivos sociales.
Se plantea entonces un problema pedagógico, que, al lado de las razones de fondo, pareciera un asunto menor, de forma o procedimiento, pero que quizás vaya mucho más allá y se ubique como un tema de central importancia en la construcción de las sociedades humanas que aspiramos. En ese sentido entiendo el planteamiento de Gandhi en su citada frase cuando une la paz como destino y como camino.
Tal vez por esa relevancia de lo pedagógico, su ausencia aparece como explicación reiterada frente a los “fracasos” en nuestros proyectos societales. Si se entiende lo pedagógico como la intencionalidad que orienta una acción educativa institucional comunitario o social, tendríamos que preguntarnos con qué intencionalidad un partido, un gobierno o un grupo social presenta o propone un proyecto de futuro a la sociedad en su conjunto.
Desde una pedagogía para la diversidad, que tenga como intencionalidad la construcción desde las diferencias, se buscaría, más que la aprobación o unanimidad frente al pensamiento propio, poner en diálogo dicho proyecto con los diversos actores sociales, reconociendo y valorando las tensiones entre las distintas visiones, intereses y perspectivas de mundo. Así, antes que descalificar al otro, pretendiendo imponer una única interpretación posible de nuestra historia y nuestro destino como Nación, se favorecería las posiciones críticas, que interpelen, cuestionen o deconstruyan las propuestas en la perspectiva de lograr mejores formulaciones de aquello que anhelamos.
No obstante, considero que es allí efectivamente donde se encuentren nuestras principales limitaciones y retos, pues una pedagogía para la diversidad implica, en primer lugar, el respeto y el reconocimiento del otro, como un interlocutor legítimo, frente a quien ostenta el poder. El diálogo real solo es posible entre quienes sabiéndose diferentes se reconocen iguales y, por lo tanto, estaríamos frente al reto de generar condiciones para la participación real y efectiva de los distintos actores y sobre todo los más excluidos, en una sociedad profundamente desigual.
Unido a lo anterior, está el reto pedagógico de entender y gestionar los proyectos societales, una vez aprobados por el pueblo, a través de sus instancias representativas, como bienes públicos, que nos pertenecen a todos, es decir, al pueblo colombiano en su conjunto: la búsqueda de la igualdad y la justicia social y de una sociedad en paz son propósitos colectivos no privatizables por ningún líder ni actor político.
Por otra parte, creo que existe un gran reto pedagógico para lograr articular los discursos y visiones de futuro con las realidades presentes de los habitantes, grupos sociales y comunidades. Se busca la adhesión a las promesas de futuro sin promover una conciencia colectiva que permita visibilizar el camino o el hilo conductor entre el presente y lo deseable o lo posible.
Sin duda, la dimensión de un proyecto pedagógico de la Nación, va más allá de los cambios instrumentales requeridos en el nivel de las políticas públicas que buscan garantizar el acceso y la calidad de los servicios para todos. Siguiendo algunos líderes, dicho proyecto se ubica en la necesidad de una nueva narrativa de lo que somos y precisa de transformaciones culturales que impulsen el camino necesario para “sanar el alma de la Nación”, aspiración que nos ha sido tan esquiva, a pesar de los importantes procesos políticos impulsados en las últimas décadas.
Por lo anterior, se precisa de un esfuerzo colectivo de largo aliento que transciende a los gobiernos de turno y se ubica más como proceso de movilización social, que más allá de posicionamientos predefinidos e inamovibles, facilite la confluencia de diversas fuerzas, pensamientos y proyectos de futuros de los actores sociales.
No obstante, creo que, en este periodo de Gobierno, el principal reto pedagógico está en lograr que “Colombia, potencia mundial de la vida”, “Colombia humana” y “La paz total” sean a la vez destino y camino. Es decir, que estas proclamas que nos guían se materialicen en cada acto y en cada gesto del Gobierno y en cada proceso social que se impulse para transitar hacia un mejor destino, en medio de la complejidad de la sociedad que hoy somos.
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*Mary Lucía Hurtado Martínez. Escritora afrocolombiana.