Una pausa al olvido

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Tengo la ilusión de que ese largo sufrimiento se convierta, por fin, en recuerdo del ayer, se haga lluvia y riegue los campos dando vida.

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Mi abuelo Reginaldo Beltrán tiene una forma interesante de ver la vida, puede que sea así porque creció en medio de tantos paradigmas cómo los del comienzo de la producción agrícola en Ovejas, Sucre. En ese pueblo llamado Ovejas se hizo así mismo un eterno bohemio desde el día en que se partió una pierna, siendo gracias a ello que pudo entrar a un colegio. Tiempo más tarde, cuando creció, a sus 20 años, mi edad actual, participó en las diferentes luchas sociales que se emprendieron en esta tierra, como lo fue la del acceso a la luz.

Se instruyó en medio de los libros en un momento de oscuridad sobre el mundo político. Leyó  autores tan prohibidos en su época que tenía que ocultar los libros dentro de una manta y enterrarlos en el patio de la casa. Todo esto me permite cuestionar si, dentro de la sociedad mundial y en especial en la colombiana, le hemos tenido miedo a la crítica; pues esta nos aleja de la zona de confort en la que algunos preferimos vivir.

El viejo denominado “chichi” que significa consentido en la jerga popular, participó en la constitución del 1991, se formó con la idea de una Colombia pluralista y creyó en un estado garantista de derecho.  Cómo mi abuelo hay pocos, creo. La violencia en el departamento de Sucre impidió el surgimiento de liderazgos prometedores de su generación que emprendieron luchas cívicas.

Aquellos sucesos marcaron nuestra historia política, llena de retazos e intentos por alcanzar, por fin, la dignidad de un pueblo que ha normalizado la pobreza, que ha normalizado el hambre. Según el DANE un 70 % de sus hijos no son profesionales, las vías rurales están completamente olvidadas y se las ha tragado un silencio permisivo, existe un 92% de informalidad laboral. Realidades de las que solo son responsables quienes han manejado el poder político durante la historia del voto popular en este pueblo.

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Mi abuelo, un protagonista del realismo mágico, reflexiona:

“En Ovejas al estadio le ponemos el nombre de quienes no hacen deporte, a quien no ejerce la gestión cultural le decimos artista, solo falta que a quienes roban les hagamos una estatua en el parque pa’ ver si la cosa se compone”.

Es hasta lógico, todo se resume en que aún no hemos alcanzado una identidad más fuerte. La vida de los ovejeros es realismo mágico en si mismo. Nuestro descubrir del hielo pudo haberse dado desde los comienzos del Festival de Gaitas, sin ellas no seríamos nosotros mismos. Somos los precursores de una historia entregada a la cultura del olvido, su esencia radica en la belleza de sus habitantes, en su destreza y resiliencia, pero también en padecer el olvido del Estado.

Sin embargo, una esperanza existe o eso deseo creer cuando viendo a los ojos a mi abuelo me cuenta de nuevo toda su historia, marcada por un eterno realismo mágico, cuyo termino empleado inicialmente en Alemania hizo parte de la esencia del espiritú de García Márquez y nosotros hemos decido aplicar a raja tabla, como un corral del cual no se puede salir.  Pero si la reforma agraria se ha de emprender en Colombia, Ovejas, el corazón de Montes de María, tendrá que ser uno de los focos centrales, porque su catastro multipropósito será una base para su aplicación. Dependerá de nosotros aprovechar esta oportunidad para pedirle una pausa al olvido, para que esta tierra que parió bohemios, artistas y genios esta vez no se trague sus escritos, ni sus sentidos.

Abuelo, me atrevo a escribirles a ti y a tu generación que ha sufrido y luchado tanto por este pueblo. Tengo la ilusión de que ese largo sufrimiento se convierta, por fin, en recuerdo del ayer, se haga lluvia y riegue los campos dando vida; de que el mañana nos permita surgir desde nosotros mismos. Sueño con que contemples la  llegada de la primavera, de nuestra propia primavera, aquella que nos permita ponerle pausa al olvido.

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*Julián Enrique Beltrán Méndez, gestor cultural, Ovejas, Sucre

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