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Les quiero invitar a la unidad, no solo a la plasmada en un documento, sino a la unidad de los corazones afligidos pero soñadores.
Han ocurrido hechos muy dolorosos en Colombia en medio de la legítima protesta social. Asesinatos de jóvenes, de niñas y niños, de excombatientes de las Farc y de líderes y lideresas sociales. Hechos exacerbados por una pandemia mal manejada que ha causado miles de muertes y mucho dolor, una situación que nos afecta profundamente como individuos, comunidad y como sociedad.
Dolor y rabia se entremezclan con la movilización, la lucha callejera y el grito por mejores condiciones de vida, por salud, educación, vivienda, tierra, libertad, justicia, democracia y dignidad. Gritos que no se escuchan, llantos que no terminan, mientras quienes desde su pequeño o gran poder obtenido de las armas, del modelo económico, del narcotráfico, de las mafias, de la corrupción, de la política, se dedican a abonar los surcos de la muerte para instalar el odio y promover la tiranía.
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Cuando la violencia nos oscurece el camino, olvidamos con facilidad las causas por la que se lucha, la necesidad urgente de superar los males que el mundo presenta. Cuando la crueldad convierte nuestras insatisfacciones y desgracias en rabia y luego en odio, entonces, el resentimiento actúa y no deja campo a la reflexión sobre cómo superar estos males. El odio, que también cohabita con la euforia, nos convierte en instrumentos de la provocación, en serviles de la tiranía.
Sentimos que nuestra vida se pierde ante la desesperanza impuesta, ante el sin futuro de la sociedad, ante la imposición de la guerra y la violencia, y en algunos casos respondemos, sin pensarlo, con la venganza o con la furia, cumplimos los deseos de quienes excluyen, oprimen, empobrecen, asesinan y estigmatizan. Es difícil pensar en la paz en medio de la violencia que nos toca de cerca y nos oprime el corazón.
No es nada fácil recuperar las fuerzas, disponernos a recobrar las confianzas y atrevernos a soñar. De eso también se debe ocupar la política, además de trabajar por la felicidad de todos y todas, con más razón, en medio de la pobreza, el hambre o la muerte impuestas. De eso se trata cuando hablamos de construir la paz, de recuperar lo que somos, de restablecer la capacidad de amar ahora y de reconocernos en ese otro u otra que sufre más o igual que yo, ese otro y esa otra con la que debo construir y transformar. Todos y todas vulnerados y vulnerables, imperfectos pero deseosos de vivir una vida digna, con la ilusión y la esperanza en el ahora, con el deseo de hacer realidad sueños, ilusiones o pasiones.
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En este país repleto de corazones diversos, indígenas, campesinos, afrodescendientes, rom, con tantos corazones LGBTIQ, con inmensos corazones de niños, niñas y adolescentes, con sabios corazones de nuestros viejos y viejas, en este país de las guerras prefabricadas, están floreciendo como nunca antes y con mucha más fuerza el amor, la solidaridad, el afecto, la confianza que harán posible al nacimiento de un ser humano para la vida, las artes, la ciencia, una nueva persona que comparte el territorio como iguales con los demás seres sobre el planeta, que defiende y protege al agua, el aire y la tierra.
Nos han esparcido miedo para vendernos seguridad, violencia y normas. Ante este panorama repetido, ante este volver al pasado, yo les quiero invitar a la unidad, no solo a la plasmada en un documento. La unidad de los corazones afligidos pero soñadores. Les quiero invitar a desatar el amor para construir la libertad, a juntar nuestras manos para tejer la paz, a pensar en la vida digna para recuperar la esperanza activa, aquí y ahora, la esperanza en el presente, la esperanza en este nuevo inicio, la esperanza comprometida con los oprimidos, excluidos, empobrecidos y esclavizados. Les invito a volver a creer en la justicia y la verdad, a superar los dogmas, les invito a involucrarnos con hechos y palabras en las acciones de movilización democrática y popular.
Hay que recuperar el amor que se compromete con el cambio, el amor para servir, el amor de la bondad, del sentir y del pensar, ése que se construye con los de al lado, con los amigos y amigas, con los que no están tan cerca, pero sabemos que sufren más, igual o menos que nosotros y nosotras. El amor en la unidad. Les invito a construir una escena en donde los violentos no saben actuar, en donde pierden su capacidad de odiar y de sembrar egoísmos, en donde sus proyectos de miseria y dolor no tienen escucha.
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Si somos capaces de renunciar a la competencia entre nosotros y nosotras, si superamos el odio, si nos reconocemos profundamente imperfectos pero susceptibles de mejorar, si encontramos el camino de la confianza a corto y largo plazo, si escuchamos en lugar de descalificar, seremos capaces de construir un nuevo sueño, un nuevo pacto colectivo, para que las nuevas generaciones presentes y futuras hagan realidad su libertad. Su libertad, no la nuestra. Su dignidad, no la nuestra. Su esperanza, no la nuestra.
De allí la urgencia de organizarnos, no para imponernos supuestas mayorías, sino para fortalecer en la organización el camino de la unidad de donde emerge el poder para servir. No se trata de ser más lúcidos o preclaros; se trata de ser más amorosos, más honestos, más solidarios, más colectivos, más utópicos y más realistas. Se trata de hacer posible la libertad individual que se recrea en el colectivo, que rompe con las verticalidades patriarcales y construye entre iguales. Capaz de reconocer lo cotidiano, de ver lo simple como importante, pero también de servir desde las oportunidades que brinda la complejidad de la política, para hacer coincidir los deseos naturales de libertad y dignidad, con las más grandes proyecciones de una sociedad lo más igualitaria, lo más justa, lo más equitativa, lo más democrática posible. Se trata de poner la ley al servicio de la vida. Nada que atente contra la vida, nada que reivindique la inmolación heroica, nada por fuera de la gente, nada que remplace el amor colectivo y la unidad, primero la vida.
Ese creer que podemos nos obliga a soñar qué seremos, a construir con manos ciudadanas, a estar en marcha sin afanes, a recrear la imaginación. Nos exige como nunca antes, recurrir a la palabra, a la acción, a la solidaridad. Nos corresponde dar lo mejor que tenemos, lo que somos y sentimos, para salir a convencer a las mayorías sin futuro en su alma y en la economía que tenemos una gran oportunidad de cambiar nuestro rumbo, que podemos hacer realidad un nuevo inicio que nos conduzca a la felicidad, que nos permita recuperar la dignidad y vivir en libertad.
Ése es el reto que comenzó con este llamado paro nacional. ése es el reto de parar para avanzar, de unirnos para avanzar y de salir masivamente a votar para cambiar en marzo y mayo de 2022. ¡Primero la vida! QUe nuestro odio se convierta en millones de gritos, en millones de pasos y nuestra esperanza en hacer posible ahora y por siempre un mejor país sin corrupción ni mafias, en donde se goce plenamente de los derechos humanos y se viva la paz y la reconciliación.
*Luis Emil Sanabria, bacteriólogo, docente universitario con estudios en derechos humanos, derecho internacional humanitario y atención a la población víctima de la violencia política. @luisemilpaz