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La pandemia destapó la crisis que se venía gestando: sobreinversión en activos fijos, matrículas elevadas, lenta virtualización, inflexibilidad, mercadeo sin esfuerzo, escasa internacionalización y encierro en las cuatro paredes.
La coyuntura obliga a descifrar tendencias y a transformar la perplejidad en inspiración. Aquí sigue una propuesta para paliar la crisis de corto plazo y sembrar futuro.
Las reuniones de los consejos superiores de las universidades semejan hoy a las tertulias de la angustia que solían realizarse en la China anterior a 1949 cuando los jóvenes y sus maestros no lograban un mínimo de certidumbre sobre su futuro. Las tertulias de la amargura se transformaron en espacios de reconstrucción anímica e integración de las edades una vez cambió el sistema político. En casi todo el mundo, pero, de forma aguda en América Latina y en Colombia, las universidades han visto descender el número de aspirantes, caer la cantidad de estudiantes matriculados y aumentar la deserción estudiantil. Han debido asumir en forma acelerada la reducción abrupta de la formación presencial y el incremento de la formación virtual, semipresencial, los llamados cursos blended y las carreras de currículo y horario flexibles, amén de la competencia legal o irregular de la oferta internacional de programas con muchas variedades en cuanto a calidad, seriedad y contenidos.
Lo que más preocupa a los dirigentes del sector educativo acostumbrados al discurrir sin amargura de sus sesiones frecuentemente atiborradas de asuntos formales así como de discusiones sobre ampliaciones y compra de predios y, en menor grado penosamente, las relacionadas con la investigación y el cambio de paradigmas, es que tal cambio apenas comienza y la educación superior conocerá transformaciones no imaginables en orden a los métodos, las tecnologías, las modalidades de enseñanza-aprendizaje, la investigación, la internacionalización, la universalización de campus y de ofertas, los servicios y acuerdos de extensión y la generación de rentas. Y también serán muy fuertes las tensiones entre las tendencias a transformar las instituciones en politécnicos digitales deslocalizados, poniendo en peligro la insustituible contribución universitaria en aspectos como el aprendizaje compartido, la sociabilidad, la camaradería, los debates dentro y, sobre todo, fuera de las aulas, el trabajo en laboratorios, la solidaridad, la preocupación por lo social y por lo público, el aroma filosófico del campus, las residencias y la convivencia, el encuentro permanente ya sea casual o formal entre profesores y estudiantes, el lenguaje gestual de la clase y las expresiones solidarias en cuanto a vestuario, transporte, las prácticas empresariales, sociales o institucionales, las brigadas de interacción comunitaria, las festividades y eventos artísticos, la práctica deportiva, los intercambios y la internacionalización de los campus.
Venturosamente, al final, la reindividualización extrema no prevalecerá y la universidad transformada será una vez más el centro y foco de la intelligentia y de la inspiración. Y también será el servicio de alerta contra las restricciones a la libertad y la guardia del humanismo digital en defensa de la libertad individual, contra la homogeneización por cuenta de las nuevas tecnologías tan contributivas al desarrollo como a la opresión.
Oyendo a los estamentos universitarios
Es muy compleja la problemática cuando se discute sobre perspectivas con estudiantes y profesores. He tenido la oportunidad de reunirme con 12 comunidades de igual número de universidades en Colombia durante los últimos tres meses. Al examinar con ellos el estado de nuestra democracia y de nuestra realidad económica, directivos, profesores y estudiantes me aseguraron que la crisis estructural dibujaba desde 2019 sus perfiles negativos. La caída en la cifra de estudiantes matriculados inquietaba y las instituciones de educación superior, especialmente las de mitad de tabla en cuanto a calidad y posicionamiento, trataban de capotear las dificultades ofreciendo cursos cortos y procurando controles en los gastos. Efectivamente, las preexistencias económicas estructurales, como certeramente las denomina Amylkar Acosta, ya se habían puesto de manifiesto entre los años 2018 y 2019. El Director del DANE en informe reciente mostró cómo los índices de pobreza monetaria y de pobreza extrema que habían logrado reducciones hasta el 34.7% y 8.2% respectivamente, en 2018, se incrementaron hasta el 35.7% y 9.6% en 2019. El coeficiente de Gini que nos indica la desigualdad en los ingresos se deterioró pasando del 0.508 en 2018 al 0.526 en 2019. El 20% más rico incrementó sus ingresos en el 1.6% mientras el 20% más pobre los redujo en un 6.2%. El desempleo aumentó 0.8 por ciento hasta llegar al 10.5%, siendo las mujeres y los jóvenes muy afectados, y el 18.3% de la población en edad laboral con menos de 28 años ni estudiaba ni trabajaba al corte de 2019. He ahí la síntesis de factores estructurales críticos antes de la pandemia.
Y llegó el coronavirus para dejarnos al desnudo a todos, cara al mundo con nuestras lacras de desigualdad, marginalidad, violencia, desarraigo ético y pésima distribución. Es claro que la pandemia golpea a todos, mas no en la misma proporción. Como lo dije en mi libro “Ádeiocracia”, todos estamos bajo la misma tormenta pero no navegamos en la misma barca. Estudios de la Universidad de los Andes muestran que tanto la vulnerabilidad como el impacto de la virosis son mayores entre los más pobres, arrojando el dato penosísimo de que el 69% de los fallecimientos por COVID 19 han ocurrido en los estratos 1 y 2. Los indicadores económicos se deterioraron hasta niveles históricos. El desempleo y la informalidad se dispararon y el sector MIPYME ha tenido perdidas incalculables pese a los esfuerzos del gobierno que no logran llegar a la base socio-empresarial parcialmente formal o abiertamente informal, ni modificar la aversión al riesgo del sistema financiero. La clase media ha resultado igualmente muy golpeada, descendiendo de estrato y con mengua en su poder de compra. La pérdida de ingresos en los hogares se calcula en 24 billones y se estima que la pobreza se acercará al 49% retornando a los niveles de 2002, alcanzando prácticamente a la mitad de la población.
Durante mis visitas a las universidades, observé cómo la sensibilidad es muy diferente entre unos jóvenes y otros. Más allá de las dificultades del sector familiar por la reducción de los ingresos dada la pérdida de empleos, las reducciones salariales y la dura situación de las pequeñas empresas y de los trabajadores independientes, no todos los estudiantes que deciden hacer un paréntesis en el ciclo de formación explican su decisión desde la perspectiva económica. Tampoco esperan que ocurra un regreso a la vieja normalidad, pero desean poder decidir su actuación con un horizonte menos difuso en torno a la evolución de la pandemia y menos confuso acerca de los procesos educativos y la vida universitaria en la pospandemia. La problemática es de las personas, de los seres humanos, individuos con inteligencia, pareceres y visiones. Ya es un lugar común decir que a los docentes mayores cuesta un poco más el tránsito a la virtualidad o que algunos estudiantes prefieren la dominancia de la formación a través de las plataformas digitales. Pero las preguntas van más allá. ¿Cómo es esa nueva normalidad que incluye los aspectos sociales de la vida universitaria, mi sentido de individuo mas también mi pertenencia, mi sana confrontación, mi asimilación de la prudencia y también de la osadía? La mayor parte de los estudiantes que optaron por la pausa, con quienes pude conversar, me manifestaron que la aproximación a las fuentes, las reseñas, la síntesis de casos, el rastreo temático, todo ello se obtenía en la red. Lo que no está allí es el rol del maestro, el encuentro del balance y de la paradoja, la voz madura que les habla de su experiencia, de los límites y de los riesgos y también de las satisfacciones y de las penas no fácilmente codificables que trae consigo el acto de vivir.
Los rectores y directivos de las universidades colombianas en general ostentan un alto nivel académico y, gracias a la autonomía universitaria, ejercen sus responsabilidades con dedicación e independencia. Probablemente los procesos de cambio generacional son un tanto lentos pero, en todos mis encuentros institucionales, vi a los rectores convocando reuniones, propiciando discusiones y buscando alternativas. Las universidades en el plano institucional se muestran confundidas. Las que han sufrido el mayor impacto financiero prácticamente no pueden ocuparse más que de su propia iliquidez y se interesan por propuestas sobre actividades generadoras de ingresos o programas virtuales con nombres sugestivos.
Las instituciones de educación superior con mayor retaguardia patrimonial y prestigio en el ámbito privado o con mejor posicionamiento y trayectoria como universidades públicas lucen más cautelosas y practican una reflexión colectiva, aunque no siempre compartida con toda la comunidad universitaria. Y entre los docentes, la extendida preocupación por el adelgazamiento laboral y la desmejora en las condiciones laborales hacen que los cuerpos de profesores simulen un buen comportamiento y se muestren, con excepciones, disciplinados, colaborativos y poco propositivos.
Es la hora del replanteamiento, de la innovación y de la autocrítica y de la cristalización de la alianza universidad, empresa, Estado y sociedad, tan cacareada en la retórica y tan magra en sus realizaciones. La universidad debe profundizar los diálogos en escala regional, sectorial e internacional. Debe convocar tales diálogos y tratar de construir opciones concertadas que dibujen con mayor definición las pautas colectivas que dejen conocer a todos líneas de mejor correlación con la manera cómo se perfilan los circuitos productivos, territoriales y los más complejos en las esferas de la ciencia, la tecnología, el rediseño social, la innovación inclusiva y las nuevas formas de la cooperación internacional entre instituciones educativas para evitar un canibalismo universitario regresivo y suicida.
Proposiciones para la fase de transición
He formulado la propuesta del GRADO 12 para los estudiantes de secundaria. Consiste en dedicar un año final del bachillerato a mejorar la aptitud matemática, la capacidad de escritura y disertación y el bilingüismo de nuestros bachilleres. Lo anterior traería consigo una mejora en la empleabilidad de los jóvenes. Los informes de las Pruebas Pisa revelan un panorama desalentador para Colombia ocupando el puesto 58 entre 79 países evaluados. Incluso hay un retroceso en los resultados y estamos en la retaguardia dentro de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE). El año doce mejoraría las competencias, elevaría cualitativamente el nivel de conocimiento para el ingreso a la universidad y daría mejor base a los bachilleres que ingresen en carreras técnicas y tecnológicas o que persigan oportunidades laborales tempranas. Reduciría la presión sobre el mercado laboral y ofrecería un territorio colaborativo excepcional entre la educación universitaria, la educación superior y el servicio de formación profesional.
Podría cursarse en los colegios públicos o privados, en el SENA o en las universidades. En este último caso sería un preuniversitario de muy bajo costo que las universidades asumirían como un ciclo de siembra con vistas a cultivar la demanda de los cupos que vienen sobrando y son causa de la crisis en el uso de la capacidad instalada, tanto en los escenarios semipresenciales como digitales. Sería el instrumento para anticipar la identificación de aspirantes y construir la demanda con servicios a planteles y estudiantes de secundaria. Las universidades abrirían los laboratorios de idiomas a estudiantes y colegios de secundaria y al bilingüismo en línea o vía telefonía móvil, una de las modalidades más extendida hoy en países como India y otros. Y si se trata de iniciar una interacción con la población objetivo potencial, pues es tiempo de abrir opciones en artes y letras para estudiantes de grados 10 y 11 a los acordes de la economía naranja con los fondos disponibles al efecto. Son esos estudiantes los que van a buscar currículos flexibles, con modalidades que se adapten a prospectos duales en materia de carreras, o multidisciplinares con orientación diferente a la obtención de un diploma, pues la valoración de las capacidades ya no responderá a los moldes profesionales del pasado sino a la especificidad de competencias requeridas por el empleo concreto o por la proyección emprendedora del individuo.
La prestación de servicios calificados es una tarea clave del objeto social universitario. La universidad ha superado los conceptos de torre de marfil del pasado. Aunque ha de proteger su derecho a investigar en forma no subordinada, con independencia y aún su “derecho a monologar”, ello no la inhibe para ofrecer, gracias al enorme activo de talento humano que alberga, servicios calificados en múltiples áreas. El ejemplo de la Universidad Nacional en la oferta de servicios de interventoría y control evaluativo de proyectos es un modelo que puede ser extendido y muy útil a los ámbitos regionales y de la gestión pública, de acuerdo con las capacidades de cada institución de educación superior. La universidad debe no sólo proclamarse sino convertirse en un referente ético a través del ejercicio profesional de sus cuadros. Ello traería consigo la mejora y eficiencia en las contrataciones tanto públicas como privadas.
La universidad colombiana demostrará a nuestros ciudadanos que es capaz de guardar nuestra tradición de país que cree en la educación y, para ello, ha de hacer acopio de imaginación transformada en innovación delicada y ligada eficazmente al progreso de la sociedad en esta hora de extrema dificultad.
*Juan Alfredo Pinto, economista y exembajador en India y Turquía @juanalfredopin1
Magnifico análisis sobre la situación de la universidad colombiana por Juan Alfredo Pinto. Su propuesta del Grado 12 para mejorar la situación académica de los estudiantes del bachillerato me parece muy acertada pues califica aspectos de requieren urgente mejoría en nuestro medio como son la aptitud matemática , el bilingüismo y la lecto-escritura .