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“Maduro sigue, Guaidó se desinfla, el problema humanitario se agranda y la incertidumbre política es mayor.”
Hay que contribuir a buscar una salida viable para Venezuela. No funcionó el cerco diplomático emprendido por Duque y el Grupo de Lima, ni tampoco tiene viablidad que Maduro siga de manera indefinida con un modelo económico y político que asfixia a la mayoría de los venezolanos y que multiplica la emigración. Ningún tipo de intervención militar tendrá éxito y Colombia sería la gran perjudicada en un proceso sin norte.
La narrativa oficial que se construyó sobre la caída inminente del régimen de Maduro, la del Grupo de Lima, se diluyó en los hechos. Cierto, dio gasolina a Duque durante algunas semanas: subió en las encuestas, tanto por su reacción frente al criminal y salvaje atentado de la General Santander por parte del Eln, como por su protagónico rol en anunciar, por ejemplo, la caída de Maduro en cuestión de horas, hace casi tres meses. Lo que sube como espuma baja igual.
El cotizado concierto con Branson y Juanes a bordo, la visita a Cúcuta del senador de la Florida Marco Rubio, la entrega de la ayuda humanitaria que debía producirse el pasado 23 de febrero, se suponía, tendrían como contrapunto masivas deserciones de parte de miembros de las fuerzas armadas venezolanas y movilizaciones populares. El presidente transitorio, Guaidó, ya estaba listo para asumir funciones.
Al final del día, las deserciones, proporcionales a la masa de militares, fueron mínimas y no hubo movimientos insurreccionales. Más de dos meses después, Maduro sigue, Guaidó se desinfla, el problema humanitario se agranda y la incertidumbre política es mayor.
Va en interés de todos construir una narrativa realista y Colombia juega un papel clave.
Varios hechos parecen claros:
Maduro, por lo pronto está atornillado y, por eso, lo que para la estrategia del llamado cerco diplomático es un fracaso, para él es, por ahora, un triunfo.
No hay trazas de que las grietas dentro de las Fuerzas Armadas, al menos en el corto y el mediano plazo, sean significativas. Súmese el papel creciente de grupos de civiles armados, que suman varios centenares de miles, incondicionales maduristas. Amén de la presencia de asesores militares cubanos, rusos y chinos.
La oposición dentro de Venezuela no representa un bloque unitario. Capriles, Machado, Ledesma, López, están lejos de trabajar unidos y, menos aún, con los grupos de oposición que surgen dentro del mismo chavismo. La carreta de Guaidó, totalmente voluntarista, se agota, así como la futilidad de “sus” embajadores y la inutilidad del reconocimiento de parte de múltiples países que cayeron en la fábula de la pronta caída del regimen.
El cuento de Alemania es significativo: pese a la expulsión de su embajador (entre otras, por asistir al aeropuerto a recibir a Guaidó), entiende que en materias diplomática y comercial se requiere un interlocutor y que este no puede ser otro que el mismo gobierno de Maduro.
Muchos creímos que con la inflación más alta de que se tenga noticia en el mundo de la posguerra, la situación de Maduro sería insostenible. Pues no: a pesar del dolor y del empobrecimiento de millones, la gente se adapta a través de mecanismos de oferta y demanda de bienes en mercados paralelos que, por supuesto, no están exentos de corrupción, pero que permiten “que la vida siga”.
Finalmente, la incógnita acerca del papel de rusos y chinos. ¿Es todo ésto un cuento de acceso estratégico al petróleo? ¿Se resolverá el lío, finalmente, en una cumbre entre potencias?
Colombia no ha medido el impacto actual y potencial de la crisis venezolana en todo su territorio y, particularmente en las zonas de frontera. Desde aspectos como el impacto fiscal derivado de la atención a la masiva inmigración, hasta los efectos sobre el empleo, los brotes de xenofobia, el rol del Eln en la crisis, la economía y la vulnerabilidad social de las regiones limítrofes, son temas que no han sido abordados con seriedad.
Ni la derecha, ni el centro ni la izquierda tienen propuestas de cómo abordar el tema venezolano y se sigue atrincherado en los clichés del castrochavismo y el imperialismo.
Lo cierto de todo es que la transición en Venezuela debe ser pacífica y deben tener puesto en el escenario no solo los movimientos de oposición sino el chavismo que, quiérase o no, es una fuerza política con la que hay que contar.
Le escuché a la investigadora Sandra Borda que es imprescindible que tanto Duque como Maduro puedan salir del embrollo con decoro: Duque cambiando de narrativa sin que salga perdedor; Maduro y su cúpula, yéndose con la menor humillación posible.
El peor escenario para el gobierno colombiano: el del avestruz, el de no enmendar la línea. En esas, va y se impone alguna necesidad electoral de Trump, que necesita los votos latinos para su reelección y Colombia deba servir de plataforma de algún embate militar sin sentido.
Rafael Orduz