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La Constitución para estas personas y sus colegas de partido es el libro que utilizan como pisapapeles de su mediocridad política.
El Estado es, ante todo, una institución que se dedica a salvaguardar a sus ciudadanos y a ejercer un orden en un territorio determinado. Eso pensó Hobbes en el Leviatan, donde el filósofo inglés especificó la aparición de los Estados y su necesaria acumulación de poder, con lo que lograría evitar que los ciudadanos se mataran entre sí. En Hobbes, se trata, pues, de un tipo de Estado encaminado a la supervivencia mutua. Siglos más tarde, Rousseau prosiguió con la idea de la generación de contratos sociales, en los que los ciudadanos se pondrían de acuerdo sobre el tipo de Estado y sociedad que construirían. Sobre estas dos ideas, el Estado protector omnipresente y la constitución de un pueblo soberano que define su forma de gobierno, se fundaron las repúblicas modernas que aún perviven el día de hoy.
Más allá de la protección militar, los Estados de bienestar europeos, y sus distintas vertientes en occidente, generaron nuevos consensos sobre la necesaria protección social de sus ciudadanos. Sistemas de pensión, salud, educación, entre otros fueron robustecidos después de la muerte desatada en 1939 con el inicio de la segunda guerra mundial. Pero esto no duró para siempre y, en la década de los 70s, el neoliberalismo entró triunfante en la historia de la humanidad. Se fortaleció la mano derecha del Estado (fuerzas militares, ministerios de gobierno y hacienda, entre otros) y se debilitó la izquierda (sistemas de protección social), como nos lo diría el sociólogo francés Pierre Bourdieu.
Al mismo tiempo, se dio un proceso de producción de sujetos políticos y sociales que agenciaran esta nueva fase del sistema capitalista. Ser emprendedores de sí mismos sin esperar nada del Estado se convirtió en el tipo ideal de ciudadano. A la par que esto sucedió en la sociedad, en el campo político comenzaron a aparecer quienes defendieron e impulsaron estas tesis a nivel institucional. La ley 100 de 1993, de Álvaro Uribe Vélez, fue sólo una muestra de lo mucho que podían hacer quienes nos conllevaron a la debacle que hoy estamos viviendo.
Ahora bien, en la coyuntura actual, estos cincuenta años de neoliberalismo se ven condensados en dos actores políticos: la vicepresidenta de Colombia, Marta Lucía Ramírez y quien ha sido representante a la Cámara Samuel Hoyos. La primera, no tuvo reparo en argumentar que los ciudadanos no deberíamos “atenernos” a lo que haga el gobierno. El segundo no dudó en argumentar en su cuenta de Twitter, en un trino que borró del 7 de mayo 2020:
La responsabilidad para enfrentar el Covid es individual, no es del Estado, ni de las empresas. Nadie tiene la capacidad, ni la obligación de cuidarnos y mantenernos. Cada uno tendrá que protegerse y salir a trabajar para poder subsistir. Lo demás, no es sano, ni sostenible.
Ambos personajes políticos, cobijados por la tutela del Centro Democrático, desdeñan del papel protector del Estado. Responsabilizan al ciudadano por su suerte y terminan por culparlo de sus desgracias. Peor aún, desconocen uno de los primeros artículos de la Constitución política de Colombia de 1991, según el cual “Son fines esenciales del Estado: servir a la comunidad, promover la prosperidad general y garantizar la efectividad de los principios, derechos y deberes consagrados en la Constitución”.
Nefastos son aquellos quienes habiendo jurado sobre la Constitución no rigen sus discursos y acciones políticas por ese contrato social creado a principios de los 90s. La Constitución para estas personas y sus colegas de partido es el libro que utilizan como pisapapeles de su mediocridad política. Primero, salvan a los bancos; luego responsabilizan a los ciudadanos de clases populares por su propia miseria. Allí se condensa la historia de la acción gubernamental de los últimos treinta años, en donde se da libertad y protección al mercado y, a los ciudadanos, se les abandona a su propia suerte bajo la premisa de la imposibilidad de acción del Estado para salvaguardar a su población.
*Sergio Hernández Vásquez, sociólogo de la Universidad del Valle. Master en Sociología y antropología de la Université Paris Diderot, Francia. M @sergio_9112