El vandalismo: la bolsa de valores a la baja

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Sacado de El Comercio Perú

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Hemos abandonado esa tarea de educación ciudadana tanto en la escuela como en la sociedad, en el Estado como en el Gobierno.

“La acertada máxima,
tan común y celebrada en las bocas
de los hombres más sabios: que, al bien público,
deben presentarse los respetos privados.”
John Milton, El Paraíso recobrado. Sansón agonista.

Sacado de El Comercio Perú

No voy a hablar de Bolsa, pero sí de Valores. No es un gancho. Es una metáfora que indica que hay valores en juego en nuestra sociedad. Y es que lo ocurrido en estos días de pandemia en nuestro país, de paro nacional, merece muchas reflexiones y quizás una, no por ser la más destacada, pero si muy sintomática, soslayada por unos y realzada por otros, es la cuestión del vandalismo. Este fenómeno que se presenta en varias sociedades ligado por cierto con más frecuencia a las llamadas barras bravas del fútbol. Después de partidos de este deporte, en el área profesional, los hinchas de los equipos en competencia, frecuentemente históricos rivales, se enfrentan y producen destrozos en la propiedad pública y privada.

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Media diferencia quizás entre el vandalismo de las barras bravas y el que se ha dado dentro o al lado de la protesta social. En ambos casos, hay fallos relevantes de valores, actitudes y comportamientos. Se ha dicho que la educación socializa en el sentido de introducir a la sociedad abierta más allá de la familia y la sociedad educa para la convivencia. Ambas están fallando por ausencia o por presencia. Los esfuerzos de política pública de cultura ciudadana o fallaron o no fueron sostenidos en el tiempo para lograr impactar a los ciudadanos, sean jóvenes o mayores. La afectación de bienes públicos y privados, con cuantiosos daños, en plena recesión económica vía pandemia, ha sido valorada de manera distinta, según la óptica ideológica con que se mire. Lo cierto es que los daños se produjeron y son cuantiosos. Pero ése no es el punto de nuestro análisis; es la indagación de hipótesis sobre el porqué de tales conductas.

Retrato hablado.

El vandalismo se ha considerado como una actitud y comportamiento de destrucción de propiedad pública y /o privada por diversas razones. Ha sido asignado por la observación como propio de tribus urbanas de jóvenes (pero no exclusivamente), especialmente de sectores marginales, tanto de sociedades muy desarrolladas como de las menos. Mi participación en un estudio internacional sobre jóvenes marginales urbanos, hace algunos años, me permitió esclarecer algunas cosas y evidenciar un fenómeno con ciertas características similares transversalmente. Se trataba de jóvenes en muchos casos sin oportunidades de trabajo, ni de estudio más allá de la enseñanza obligatoria, condenados a situaciones difíciles y, como alguna literatura los ha nominado, con no-futuro y no nacidos para semilla. Vidas cortas, en muchos casos, víctimas y victimarios de actividades de narcotráfico y delincuencia. Claro, hay diversas motivaciones basadas en resentimientos sociales pasando por motivos ideológicos, vengativos, tácticos, inclusive lúdicos y otros.

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Bienes Públicos.

En el vandalismo, al lado de la protesta social que hemos vivido recien, hay curiosamente una mayor direccionalidad a destruir bienes públicos. Digo curioso porque los bienes públicos pertenecen a todos. Y es ahí en donde faltan mayormente valores que indican que lo público pertenece a todos y a su cuidado, insisto. Hay la idea equívoca de que los bienes públicos “son del gobierno” y por ello, “vale” ir contra ellos, como protesta. ¡Qué equivocación! 

¿Qué es un bien público?  Es un objeto de satisfacción de necesidades al alcance de todos. Las características del bien público, así lo tratan los juristas y los economistas, es de que no es excluyente. Eso quiere decir que no es posible discriminar quiénes lo usarán y quiénes no mediante un determinado costo y puesto que éstos no tienen tal costo, es subsidiado y cualquier usuario que lo desee puede acceder al uso y disfrute del bien. Que sea no rival, la otra característica, es que el uso por uno no impide el uso por otro. Pero, claro, es posible que algunos bienes no estén para todos y ahí viene la exclusión y desde luego la desigualdad social. Además, muchos de estos bienes han tenido un costo que hemos pagado todos, cada uno de acuerdo a su capacidad económica, pero aun no contribuyendo pertenecen a todos y, por lo mismo, el cuidado de tal bien nos pertenece a todos. Destruirlos es atentar contra todos, contra la comunidad a que se pertenece.

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Cultura ciudadana.

La política pública de impulsar la cultura ciudadana entiende a ésta como “el conjunto de valores, actitudes, comportamientos y normas compartidas que generan sentido de pertenencia, impulsan el progreso, facilitan la convivencia y conducen al respeto del patrimonio común”. Si esto es así, hemos abandonado, tal vez, esa tarea de educación ciudadana tanto en la escuela como en la sociedad, en el Estado como en el Gobierno. Claro, hay que entender que las situaciones objetivas de exclusión, marginamiento socio-económico, desempleo y falta de oportunidades fácilmente sobrepasan cualquier intención de formación ciudadana, porque tampoco se visualiza que esa cultura que pide respeto y convivencia pueda pretender construirse sobre tamaños desbalances sociales. Pero la política pública de cultura ciudadana no puede abandonarse a la par que una política social de oportunidades y eliminación de brechas de desigualdad. Lo que es paradójico también es que las reposiciones de los daños de los bienes públicos afectados terminan disminuyendo los presupuestos que podrían emplearse en políticas sociales y es una afectación contraria a lo que las mismas reivindicaciones pretenden.

Ese abandono de la política pública de cultura ciudadana no puede reemplazarse con represión, que siempre será momentánea, costosa e ineficaz finalmente. 

*Víctor Reyes Morris, sociólogo, doctor en sociología jurídica, exconcejal de Bogotá, exrepresentante a la Cámara, profesor pensionado Universidad Nacional de Colombia.

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