About The Author
Se niegan a aceptar que las FARC desaparecieron como movimiento armado ilegal. Es como si las añoraran. Les hace falta para su discurso político.
Por cuenta del pésimo manejo del Gobierno a las movilizaciones del 28 de abril, las violaciones evidentes a los derechos humanos y el uso desproporcionado de la fuerza por parte de la Policía Nacional, Colombia volvió a ocupar de manera negativa los titulares de los medios de comunicación internacional y las declaraciones de organismos multilaterales, gobiernos amigos y organizaciones de derechos humanos. Las imágenes de la guerra civil en Cali, con enfrentamientos entre habitantes de la tercera ciudad del país con las comunidades indígenas que llegaron del Cauca, se transmitieron al mundo entero, así como los retenes, el vandalismo, los bloqueos y las enormes movilizaciones ciudadanas de protesta.
(Lea también: Coalición de la Esperanza)
Hace cinco años, Colombia ocupaba los mismos espacios y titulares en forma positiva. La atención de medios, gobiernos de las principales potencias y organizaciones multilaterales se concentraba en elogios por la firma de un acuerdo de paz que terminaba con más de cinco décadas de conflicto armado interno con las FARC. Se respiraba tranquilidad, apertura democrática y respeto a los derechos humanos. La tasa de secuestros, homicidios y atentados terroristas disminuyó en forma dramática. Se salvaron miles de vidas de soldados y policías. El país se convirtió en atractivo turístico y Colombia ejercía indiscutible liderazgo en el continente. Resulta difícil creer que es el mismo país al que se refieren hoy.
Las condenas por los excesos de estos días vienen de la ONU, la Unión Europea, la OEA, la Casa Blanca, el Departamento de Estado y el Capitolio en Washington. Los elogios y felicitaciones de antes se convirtieron en rechazo y preocupación. Los reconocimientos de hace cinco años por el fin de la violencia hoy son angustiosos llamados para una cese de la misma. Las portadas de los principales diarios ya no anuncian la paz de Colombia, sino de nuevo, como hace veinte años, guerra, muerte, jóvenes asesinados, enfrentamientos, daños, bloqueos, caos. Se siente frustración, dolor de patria, al escuchar las voces de naciones amigas angustiadas por la suerte del país, que antes vislumbraban un futuro extraordinario. La comunidad internacional acreditada en Bogotá de nuevo, como hace 15 años, es convocada al Palacio de San Carlos, para “explicar y justificar” la violencia que se vive en las calles y negar acusaciones de violaciones de los derechos humanos. Es un retroceso de décadas que duele en el alma, como si estuviéramos condenados a la violencia. Regresa el menosprecio al valor de la vida.
Pero, ¿qué sucedió en los últimos años para estar en esta terrible situación? El gobierno de Iván Duque no entendió que su mandato del 2018 no era el de hacer trizas la paz. No tuvo la grandeza de doblar la página de la polarización interna del país en torno al acuerdo con las FARC y mirar hacia adelante. Desperdició la oportunidad de unir a los colombianos en la implementación de los acuerdos y se gastó su primer año de gobierno en un discurso beligerante y revanchista, con decisiones como la de objetar la Ley Estatutaria de la JEP. El segundo año lo dilapidó en su intento de sacar a Maduro del poder en Venezuela y luego llegaron las movilizaciones de finales de 2019 y la pandemia al inicio del 2020, que fueron mal manejadas por el gobierno.
(Texto relacionado: El espíritu del 21N)
Hoy vemos en las calles indignación ciudadana, especialmente de los jóvenes, que no fueron escuchados en el 2019, sumada a la profundización de la crisis social, crecimiento de la pobreza y el desempleo, como consecuencia de la pandemia. Rebrota en algunas regiones la violencia ante la no implementación integral de los acuerdos de paz, cuya sola firma vigorizó la democracia colombiana y generó mayor participación y movilización ciudadana. Vemos un Presidente incapaz de comprender esa nueva realidad del país y aferrado a las fórmulas autoritarias y represivas de su tutor, el expresidente Uribe. Nos devolvieron en el reloj de la historia, como si el mundo aún viviera en el 2001 de las Torres Gemelas y Colombia todavía padeciera la crueldad y la barbarie de las FARC de esa época, que ya no existe. Nos quieren regresar al miedo, el odio, la desesperanza. Se niegan a aceptar que las FARC desaparecieron como movimiento armado ilegal. Es como si las añoraran. Les hace falta para su discurso político.
En medio de ese duro panorama interno, se esfumó la política exterior. Destruyeron los avances de los últimos años. Regresaron a una inconveniente ideologización de las relaciones y la alineación extrema con un solo partido en Estados Unidos. Se acabó la diversificación y volvimos a narcotizar totalmente la agenda internacional. Ah, bueno, y la venezolanizamos, o aún peor, la madurizamos.
Hoy se abren las negociaciones con el Comité Nacional del Paro. Ojalá se vinculen a ellas a voceros de los cientos de miles de jóvenes que salen a las calles a protestar y se logren avances concretos que permitan aliviar la tensión. Los colombianos necesitamos una tregua social. Que se acaben los excesos de la fuerza pública y también el vandalismo y los bloqueos que afectan a los ciudadanos. Si el gobierno se decidiera a jugársela por la implementación del Acuerdo de Paz en los 15 meses que quedan de su periodo, se podría recuperar un clima de unidad, tranquilidad y esperanza. Soñar no cuesta nada.
(Le puede interesar: Gracias, Canciller: por fin, se quitaron la careta)
*Juan Fernando Cristo Bustos, @cristobustos, ex Ministro del Interior y ex senador.