Vida, la gran historia

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Vida, la gran historia.

Juan Luis Arsuaga

Crítica.

589 páginas.

¿Tres mil quinientos millones de años de evolución relatados en un solo texto de menos de seiscientas páginas? ¿Será que sí es capaz de hacer semejante cosa el libro que hoy dejo en la estantería de la Biblioteca Diaria de La Línea del Medio? Eso depende: si la expectativa es encontrar a un nivel de detalle tipo filigrana, no; si lo que se busca es abarcar toda la profundidad antropológica, biológica, paleontológica o de lo que sea, tampoco. Esa es una empresa imposible. Ahora bien, si lo que quiere el lector es asomarse a unos planteamientos generales y aceptar el reto de tomar posturas sobre las conclusiones que arroja el método científico frente a las creencias personales, éste es un libro para tener en cuenta.  

Vida, la gran historia, de Juan Luis Arsuaga, se presenta a sí mismo como un viaje por el laberinto de la evolución humana, pero no como si ésta respondiera a unas leyes privilegiadas o distintas a las del resto de los grupos biológicos. Según el autor, tanto aquel quien escribe este texto como quien lo lee somos producto de un proceso único, pero solo de la misma manera en que todos los procesos, de todas las especies, son únicos.

El libro parte del llamado ‘principio de objetividad de la naturaleza’, que es aquel que sostiene que la evolución no sigue un plan ni busca un fin concreto. Esto no quiere decir que sea apenas una descripción estéril, una aburridora enumeración de datos; al contrario, desde el prólogo el autor deja claro que quiere incitar reflexiones puesto que está “convencido de que se contestan mejor las preguntas filosóficas desde el conocimiento científico que desde la ignorancia o el dogma”.

El autor también explica que el libro se construyó como una conversación en la que los lectores preguntamos y él responde; además, propone que se lea en jornadas diarias: un capítulo por día. Quince capítulos: quince días. Lo que pasa es que no estoy seguro de si tan poco tiempo bastará para mascar preguntas como las siguientes. ¿En qué cambiaría nuestra percepción de la trascendencia si supiéramos que hay muchas otras civilizaciones en el universo o sí, en cambio, estuviésemos seguros de que somos los únicos en este berenjenal de estrellas? ¿Por qué los humanos no tenemos una familia grande y nuestros únicos parientes son los chimpancés y los bonobos, y en cambio, mi gato Goyo tiene primos leones, tigres, pumas, linces, leopardos, ocelotes, chitas, jaguares, servales, gatos salvajes, monteses, de nieve y no se qué más? ¿Por qué, a pesar de este instinto de supervivencia y reproducción tan determinante en cada ser que habita este planeta, hay especies con una profunda capacidad altruista? ¿En caso de que la evolución siguiera un patrón predecible, cuál es el futuro de las especies, más aún cuando hoy la tecnología le permite al hombre modificar cualquier genoma? ¿Era inevitable que la vida apareciera o que los seres humanos desarrolláramos la inteligencia de esta manera?

El libro no resolverá esas preguntas de manera definitiva, pero presiento que logrará una cosa: reafirmarnos que, en la gran historia de la vida, nosotros somos apenas personajes secundarios. Y que no hemos escrito mayor cosa.

Mauricio Arroyave, periodista, lector caprichoso y frustrado librero, @mauroarroyave

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