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-Venga, siéntese.
-¿Qué, nervioso?
-No… me da más miedo seguir acá. Tengo algo que contarle. Es algo que no me he podido sacar de la cabeza y siento que me vuelvo más loco con el tiempo. -Genaro lo mira preocupado. Desde los 6, edad exacta en el que jugaron por primera vez a cazar fantasmas, nunca lo había visto así.
-Pues… a esta hora ya todos están durmiendo y como están las cosas en el pueblo es muy poco probable que se acerquen al río. -Ernesto, asiente mirando en varias direcciones como buscando soplones.
-Es cierto… -Suspira tratando de encontrar valor en las piedras que lanza a la orilla, después de una pausa más o menos dramática, se decide:
Hace 3 días bajé al pueblo, en realidad no fue cosa mía, mi tía necesitaba que le bajara unas hojas de cachaco para vender en la plaza y se me pasó el tiempo. Regresé como a las 10. Era una noche, pero sin noche. – Genaro le pregunta con los ojos- Si, no había viento, sonidos, personas, no había estrellas ni siquiera luna… no había nada. Así que volví caminando, no por la trocha sino por el cultivo.
Caminé hasta que vi el río, no acá sino allá arriba por la cruz.
-¡Lejos!
-Si, me pasé. Conozco el lugar, pero sentí que quería subir la loma. Alcance a ver la copa ¿sabe? Pero casi sin querer vi una capilla a unos cuantos metros. Era como caseta, pero diferente; sin vidrios, sin tejas, sin cristos, pero blanca y una cruz de madera en la entrada, no en el techo como en la iglesia sino en el hueco de la puerta. Olía pintura fresca, se podía oír al río caer. Había gente. Pude ver una luz de velas y me acerqué. No sé por qué, pero… me acerqué.
Si usted pudiera o quisiera ¿mataría a alguien, aunque sea su última opción? -Ernesto cambia de tema abruptamente.
-Nada de lo que me está contando suena bien -Responde Genaro con intención de irse.
-¿Lo haría? – Insiste.
-No, claro que no ¡Cómo se le ocurre!
-Todo es tan confuso ahora…
-¿Qué vio? -Genaro sabe que no va a poder ignorar lo que su amigo intenta decir, así que, con ceño fruncido, cruza los brazos y presta atención.
-Cuando me acerqué al hueco de la ventana, una muy pequeña, vi algo terrible. Era una señora. Estaba arrodillada, tenía un trapo en la boca, lágrimas de sangre y se protegía la cara de un hombre que estaba de pie junto a ella. Estaba sin camisa, sin zapatos y tomando guaro. Le estaba dando planazos con la peineta: en la espalda, en las piernas, por todo lado. -Genaro lo mira horrorizado-
-¡¿Y le vio la cara?, ¿Estaban solos?!
-Si estaba un señor también amordazado viéndolos, era como el marido y también vi a un bebé. Bueno, lo que quedaba de él… vi pedazos de piernas y manitos junto a las velas.
-¿Era su hijo?
-No se… cuando lo vi casi me vomito. Yo venía de bajar cachaco, tenía mi machete en la mano. Quise entrar, pero al ratico entraron como 5 tipos más, traían a Toño.
-¿Qué Toño?
-El de la escuela, le quitaron la cabeza. -Genaro se cubre los ojos con desesperación evitando llorar. -Hubo un momento en el que ella intentó tomar la rula y defenderse; el man se la arrebató y le destrozó los dedos. Ya no eran dedos, eran como los hilos de la paja, aún así vi como cada uno la montó, sin dedos y destrozada, la violaron frente de su marido.
¿Alguna vez ha sentido impotencia? -Genaro lo mira angustiado- casi rogando que también lo maten a usted. No pude coger mi machete y entrar, defenderla, matar a esos malparidos, me acobardé. ¿Por qué usaría la macheta para matar a alguien? Mi abuelo me enseñó que era mi herramienta de trabajo, “solo cachaco” decía -Ernesto se suelta a llorar.
-¿Pudo ver quiénes eran? -Pregunta con la voz entrecortada.
-Si, eso es lo peor. Genaro era el párroco, ese es pájaro también. Lo sé porque oí gritarle al señor, liberal de mierda.
-Ernesto usted sabe que ese man se la pasa en mi casa, con la abuela ¿no? -Pregunta temblando-
-Lo sé, no estoy insinuando nada, solo le digo lo que vi. Cuando los cuerpos bajan por el río hechos paja, es tiempo de irse. ¿No se pregunta nunca qué pasó con su tío, con la maestra Rosa, con los chinos del pueblo que uno a uno desapareció? Fue esa gente. No puedo quedarme más tiempo -Se levanta de la orilla-. Al parecer los gringos nos llevarán en barco a combatir, será más fácil que ver otros morir que a los míos.
-Cuando esté por allá no se olvide de mi Ernesto y tampoco de esto -Le avienta el machete. Tal vez, le sirva.
Dedicado a la memoria de Miguel Antonio Sánchez, mi abuelo. Veterano de la guerra de Corea.
*Alejandra Sánchez, comunicadora social y periodista.