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Lamentablemente, la OEA, se convirtió en la espada de Damocles del progresismo.
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La crisis venezolana ratificó el anquilosamiento y sesgo político de la Organización de los Estados Americanos. Colombia, Brasil y México, se abstuvieron de votar el “Proyecto de resolución sobre las elecciones en Venezuela del 28 de julio de 2024”. Colombia emitió un comunicado y posteriormente los tres países explicaron en conjunto las razones de su controversial decisión.
Primero, es claro que el vecino país no hace parte de la organización desde 2019 y segundo, el comunicado destaca una verdad irrefutable: la OEA, se desmarcó de un básico e inalienable principio de neutralidad frente a los temas venezolanos.
El secretario Almagro, no dudo en reconocer al autoproclamado “presidente interino” Juan Guaidó, quien, por obra y gracia de un discurso en la plaza de Bolívar del Chacao en Caracas, se erigió sin un solo voto como el mandatario de los venezolanos. Semejante exabrupto, le permitió a Guaidó y sus secuaces, saquear más de tres mil millones de dólares a las arcas del país. Mientras el pseudo presidente, permitía que la banca inglesa se apoderara de las reservas de oro y les brindaba a los norteamericanos en bandeja de plata la empresa Citgo, Almagro aplaudía desvergonzadamente desde Washington.
La abstención de los tres países es un ejemplo de diplomacia. Los mandatarios, han dejado muy claro que el gobierno venezolano tiene el deber de hacer públicas las actas definitivas de la votación. Además, exigen garantías a la vida e integridad de los miembros de la oposición. Por último, han dejado abiertos los canales de comunicación con el gobierno venezolano, con el propósito de encontrar salidas a la crisis. En otras palabras, un ejercicio de diplomacia y política que Almagro abandonó de raíz mediante la vulgar politización de su cargo, siempre a favor de la extrema derecha continental.
El sesgo del secretario de la organización no fue exclusivo con Venezuela. Su desprecio por el progresismo se reflejó en la posición ante el golpe de estado en Bolivia y la posterior represión sangrienta ordenada por Añez. Igualmente, el silencio frente a la usurpación de la ilegítima gobernante Dina Boluarte y la violenta contención a las protestas, es abrumador.
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Desde el fallido golpe de estado a Rafael Correa, el bombardeo de Colombia al territorio ecuatoriano y la ruptura democrática en Paraguay, la OEA ha demostrado ser inoperable. De hecho, mientras la Unasur se mantuvo vigente, intervino con éxito en las graves coyunturas políticas que vivieron Ecuador, Colombia y Paraguay. La Unión Suramericana de Naciones, logró desecuritizar el ambiente regional, abrir espacios de diálogo sobre temas vitales para Suramérica y cimentar a la negociación como el mecanismo idóneo para solucionar las diferencias.
La Organización de Estados Americanos, no fue capaz de afrontar los retos y oportunidades, inherentes a la evolución geopolítica regional y global. Se anquilosó en la guerra fría y no tuvo la capacidad de entender que la multipolaridad también había permeado al continente.
Sin embargo, la debacle de la OEA tuvo un punto de quiebre con la llegada de Luis Almagro a la secretaría. Su clarísima inclinación política, redujo el papel de la organización a ser garante de los intereses de la extrema derecha. Una violenta ala política que añora el poder hegemónico y cuenta con los servicios y el total servilismo del uruguayo.
Latinoamérica necesita labrar su propio destino. Es primordial que, bajo el liderazgo de Brasil, México y Colombia, se continúen los esfuerzos por reconstruir la CELAC.
Lamentablemente, la OEA, se convirtió en la espada de Damocles del progresismo. Una espada que Almagro no dudará en usar con quien ponga en peligro los intereses de sus aliados.
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*Héctor Galeano David, analista internacional. @hectorjgaleanod
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