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Aparte adaptado del libro “Dios es negra. Feminismo negro de cada día”, de la autora Mary Lucía Hurtado Martínez publicado bajo el sello editorial Apidama Ediciones (2019)
Ser mujer negra en Colombia, más allá de las circunstancias personales y familiares de cada experiencia de vida, encuentra en los imaginarios sociales, es decir, en las creencias colectivas que están arraigadas en la sociedad colombiana, uno de los condicionantes que juegan en contra del proceso de construcción personal, familiar, comunitario y social, al cual se pertenece.
Desde las experiencias de vida compartidas con muchas mujeres negras, contrastadas con mi propia experiencia, encuentro principalmente tres imaginarios sociales sobre la mujer negra, que operan tanto en los espacios y situaciones cotidianas como en los asuntos más estructurantes del desarrollo individual y colectivo, como son el acceso a la educación y al mundo laboral. Dichos imaginarios podrían condensarse en las siguientes premisas.
“Usted aquí no es nadie”
¿Ella viaja con usted? Le preguntó, refiriéndose a mí, un policía a una mujer mestiza que estaba sentada a mi lado, en la sala de embarque internacional donde yo iba a abordar un vuelo a España. Una reflexión en torno a la pregunta, a su contenido mismo, al por qué surge y al por qué ésta se le hace a una tercera persona (otra mujer), indicaría que el policía no se dirigió a mí porque, desde sus imaginarios, no me “vio” como una persona autónoma, con capacidad e intereses propios para realizar dicho viaje, sino como una mujer negra “acompañante” de la mujer “blanca” y que, seguramente, viajaría como su empleada a otras tierras.
En el mismo sentido nos habla la reciente experiencia relatada por una joven mujer afrocolombiana, quien se sentía “invisible” cuando al ser atendidos, los meseros de un restaurante de Cartagena, solo se dirigían a su novio, un hombre afroamericano, nunca a ella.
Yo que me voy a acostar con una negra le dijo el señor que pretendió, sin éxito, abusar de una empleada del servicio doméstico, cuando siendo casi una niña trabajaba interna en una casa en Cali. En esta expresión, absurda y paradójica, se plantearía una negación a la dignidad de la mujer negra como compañera sexual de un hombre blanco o mestizo.
En otro caso, cuando me desempeñaba en un cargo directivo en una entidad pública en Bogotá, dos mujeres mestizas, que trabajaban en los servicios generales, se dirigían a mi como la negra. Para mí, ello significaba el no reconocimiento de mi rol como funcionaria del nivel gerencial de dicha organización, debido a la resistencia que, desde los imaginarios, se tiene frente a los roles que no serían “propios” de las mujeres negras.
Así, la frase usted aquí no es nadie como le dijo una niña de trece años a una mujer negra encargada de su cuidado y el de los demás niños de la familia, indicaría cuál es el lugar que ocupaba y el poder que tenía esta mujer en ese hogar: ¡ninguno!
Esa expresión podría, entonces, sintetizar los imaginarios y las prácticas sociales de la negación, el no reconocimiento y la invisibilidad de la mujer negra en la sociedad colombiana, que se manifiestan en diversos espacios y dimensiones de la vida de todas y cada una, independientemente de la formación, rol social o situación socioeconómica.
La desposeída
Recientemente, en un almacén de cadena, yo estaba en la caja guardando en mi bolso unos pocos productos que había comprado, cuando me abordó una persona de seguridad, una mujer joven mestiza, para revisarme el bolso, dado que yo lo había abierto. Mi reacción inmediata fue abrir el bolso y sacar todo lo que había empacado. Después del shock inicial, caí en cuenta de lo que estaba pasado: yo por ser una mujer negra, era sospechosa de estar robando. No encuentro otra explicación, pues es imposible que una mujer no abra su bolso, en la caja de un almacén. ¿De dónde se supone que sacaría el dinero para pagar? Entonces, le reclamé a la mujer que me había requisado por su trato racista. Y creo, por su expresión, que también ella fue consciente, en ese momento, que había obrado movida por un prejuicio racial.
Otras experiencias, en este sentido, me han confirmado cuánto pesa este imaginario en torno a la mujer negra como una potencial ladrona. En dos ocasiones, al salir de la oficina administrativa de un centro de meditación, que dirigía un grupo de médicos en el norte de Bogotá, una de sus líderes, una mujer mestiza de mediana edad, le preguntaba a la secretaria por su bolso, a la vez que me miraba con cierta preocupación. Si bien su mensaje era muy sutil, era fácilmente perceptible que en ella estaba operando dicho imaginario, a pesar y paradójicamente, de encontrarnos en un contexto, que supone una espiritualidad de total comunión con el otro.
También se puede constatar esta práctica racista en el caso de una mujer, también mestiza, que, en el baño de un centro comercial, cuando se percata de que yo estaba buscando algo, pregunta a su compañera: ¿mami tienes tu bolso? En realidad, yo estaba buscando a alguien, a ¡mi hija! O una mujer mestiza que, al bajarse del taxi, y percatarse que un grupo de personas negras estábamos esperando que ella se bajara para tomar dicho taxi, decide no bajarse del vehículo y, le indica al taxista que la deje unos metros adelante, lejos de nosotros.
Sin duda, este prejuicio pesa significativamente en el caso de las mujeres negras trabajadoras del servicio doméstico, cuya vida laboral está enfrentada a situaciones donde son acusadas de haberse robado algo, o ser requisadas al salir de su jornada de trabajo, a veces en las casas o en la portería del conjunto residencial, a petición de los mismos patrones. O también les hacen supuestos “regalos” para luego ser señaladas de haberse robado lo que les han dado.
En otro sentido, podemos encontrar un conjunto de prácticas discriminatorias, que se basan en la creencia de que usted, como mujer negra, no tiene con qué pagar un servicio o producto. Aquí se encuentra desde la vendedora de aguacates que siempre te ofrece los más baratos, casi dañados y, cuando le pides uno bueno, te dice “pero ese vale más”. O el taxista que pregunta cómo te tratan los patrones, cuando se le indica como destino un barrio de estrato medio; o el taxista que, aun estando en el primer puesto de la fila para tomar el servicio, no te transporta, pues asume que tu lugar de vivienda debe estar en los extramuros de la ciudad.
Ser mujer negra, desde los imaginarios sociales también significa ser la desposeída, es decir, la que no tiene nada y, por tanto, se convierte en sospechosa, en una ladrona potencial.
Un único saber posible
Una mujer negra puede ser abordada en un supermercado, por ejemplo, con preguntas de otros clientes acerca de cómo preparar algunos platos o recetas de cocina. Podría decirse que éste sería un hecho desprevenido, pero sin duda, detrás del mismo está operando un imaginario social que asocia un saber específico – el saber de la cocina – al rol que principalmente se asocia a la mujer negra en la sociedad colombiana, el de empleada del servicio doméstico.
Por ello, resultan muy desafiantes roles relativos a otros saberes y conocimientos en distintos campos y ámbitos de la sociedad, incluso en aquellos que, como la educación, han sido ya conquistados por mujeres negras, durante varias generaciones. En una ocasión, participé como funcionaria de una entidad pública del sector de la educación, en un taller del equipo directivo de un Ministerio y, en un momento, cuando intentaba participar dirigiéndome al viceministro que orientaba el espacio, la asesora de comunicaciones, una mujer mestiza, me hizo un gesto que indicaba que me callara.
En el mismo espacio, otra funcionaria del Ministerio, también una mujer mestiza, se refirió a que “trabajaba como negra” refiriéndose al excesivo trabajo que desarrollaba por esos días; ello muestra que aún persiste el imaginario social que asocia el rol de los afrocolombianos en general y las mujeres negras, en particular, al trabajo como esclavizados y esclavizadas, en el cual no se precisaba tanto de un saber sino de la “fuerza bruta”. Ser “esclavo” significaría también no tener el derecho a pensar y a expresar libremente su pensamiento.
En este ámbito cabe resaltar que este tipo de discriminación hacia la mujer negra puede estar también presente en las relaciones al interior de las mismas comunidades afrodescendientes. De hecho, considero que, cabe preguntarse, por ejemplo, qué tanto es escuchada y valorada la voz de las mujeres negras en los procesos socio-organizativos afrocolombianos, en los cuales predomina el liderazgo de los hombres negros. Considero que los saberes de las mujeres negras, generalmente, pueden ser reconocidos en otros espacios, más no en los públicos.
Trascendiendo los imaginarios
Las mujeres negras enfrentan, en diversas dinámicas y escenarios de su cotidianidad, imaginarios y prácticas racistas, clasistas y machistas en el trabajo, en el mercado, en la calle, en las universidades y en los hogares, que, de muchas maneras, están dando cuenta de la negación, la subvaloración y la invisibilidad a las cuales están sometidas. Situación social que, por ejemplo, da cuenta “la negrita”, expresión utilizada comúnmente para referirse al ser que ocupa ese último lugar en la escala de la sociedad.
Dichos imaginarios, como se mencionó antes, cuestionan y socaban distintas dimensiones de la humanidad misma de las mujeres negras, su dignidad y su valor como persona: “usted aquí no es nadie”.Igualmente, se desconocen sus saberes y sus capacidades, su hacer en sociedad, desde el cual han contribuido históricamente a la formación y transformación de la nación colombiana.
Pero ¿es posible abordar, de alguna manera, la transformación de dichos imaginarios sobre la mujer negra en la sociedad colombiana? En primer lugar, es necesario reconocerlos como obstáculos reales que operan y se manifiestan a la hora de tomar decisiones sobre el acceso al empleo o los estudios, entre otros. Y, además de reconocerlos, también es necesario denunciar la discriminación, tanto en las relaciones informales cotidianas como en las prácticas institucionalizadas, en una sociedad que se proclama democrática y que, por lo tanto, está obligada a generar condiciones igualitarias y favorecer la equiparación de oportunidades.
Sin duda, el proceso de afirmación como mujeres negras de Colombia, a nivel individual y colectivo, sería la base de la transformación de los imaginarios y realidades sociales que las afectan: significaría ejercer el derecho a ser mujer negra, rescatando de nuestra historia común, los múltiples significados que hablan de valores y capacidades y construyendo día a día nuevas perspectivas de empoderamiento y bienestar.
Ad portas de elegir a la primera mujer negra vicepresidenta de la República de Colombia, no sobra recordar como éstos y otros imaginarios y representaciones sociales sobre las mujeres negras en Colombia se han expresado con toda su crueldad en la actual campaña política por la presidencia. Sin duda, este hito histórico podría significar un punto de inflexión en la transformación de ese lugar que injustamente ha sido asignado a las mujeres negras en la historia de Colombia.
*Mary Lucía Hurtado Martínez. Escritora afrocolombiana.