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La obcecada obsesión del presidente colombiano por borrar la herencia de Santos Calderón nos devolvió a las más oscuras épocas de comienzo de siglo.
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Dentro del estudio teórico de las relaciones internacionales, los conceptos de anarquía y poder se erigieron como los dos pilares fundamentales para su estudio y comprensión. Además, son dos variables primordiales para el diseño y aplicación de las políticas exteriores de los Estados.
En la medida que se tenga mayor poder, es factible diseñar y desarrollar una política exterior enmarcada en los postulados del realismo clásico. Por su parte los Estados débiles, se ven precisados a buscar alianzas que garanticen su sobrevivencia y actuar de forma cautelosa evitando la confrontación.
El ejercicio actual de las relaciones internacionales de Colombia se contrapone a la lógica teórica. El panorama de hoy es completamente diferente al que recibió Iván Duque el 7 de agosto de 2018.
Hagamos memoria; desde la llegada del Premio Nobel, se inició un aperturismo progresivo que permitió la ‘desecuritización’ y ‘desnarcotización’ de la política exterior. Ese radical giro le dio espacio para construir una nueva agenda internacional.
Derechos Humanos, cambio climático y comercio pasaron a constituirse en temas prioritarios. Además, la internacionalización de la paz y el Acuerdo de La Habana posicionaron al país como ejemplo a nivel global. Por fin comenzamos a recibir una profunda admiración y respeto de la comunidad internacional.
Así mismo, producto del reconocimiento global a los avances de Colombia, fuimos invitados a la OCDE y OTAN y accedimos a la secretaría de Unasur y la Asociación de Estados del Caribe. Sin duda, podemos decir que adquirimos un importante papel articulador en diversas áreas temáticas en la región, lo que nos posicionó como una potencia de segundo orden naciente.
Lamentablemente, la obcecada obsesión del presidente colombiano por borrar la herencia de Santos Calderón nos devolvió a las más oscuras épocas de comienzo de siglo, en la que estábamos aislados y el protagonismo en los medios internacionales solo se daba como consecuencia de la violencia, el narcotráfico y la corrupción. Volvimos a convertirnos en lo que el expresidente Alfonso López Michelsen denominó el Tíbet latinoamericano.
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Ése Tíbet se encuentra más solo que nunca. El tradicional aliado, no nos ve con buenos ojos, como consecuencia de la participación del partido de gobierno y parte del cuerpo diplomático, en las elecciones presidenciales de los EE. UU. No obstante los ruegos de la Casa de Nariño, Biden y Harris siguen sin recibir a Duque y Ramírez respectivamente.
Para cerrar el desastroso círculo de desaciertos en materia internacional, el deslenguado ministro Molano tiene como principal propósito construir enemigos en todos los rincones del planeta. De manera irresponsable declaró que la República Islámica de Irán, Venezuela y Cuba son un peligro para Colombia. Además, señaló sin pruebas a Rusia de intervencionismo. La “cereza en el pastel”, la colocó el general Jorge Hoyos, comandante de operaciones especiales, quien alcanzó a estudiar el envío de tropas a Ucrania.
Por último, paradójicamente, el gobierno que se ha esforzado por “hacer trizas” la paz, se postuló en la ONU como mediador en el conflicto europeo. Olvida la Canciller que la mediación en conflictos de dimensiones globales requiere de Estados respetados, objetivos y con ascendencia en el sistema internacional, de los cuales Colombia carece.
En conclusión, todo un escenario plagado de ignorancia e insensatez. Un contexto sumergido en una mediocridad sin precedentes, que llevó al presidente de los colombianos a desperdiciar el camino labrado por su antecesor. De tajo, pasamos de ser un país respetado a convertirnos en un bufón, del cual seguramente se ríen hoy a carcajadas en los corrillos de la ONU. Todo por las entelequias de grandeza de quien ya es reconocido como el peor presidente de la historia reciente.
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*Héctor Galeano David, analista internacional. @hectorjgaleanod