Charras, un domingo

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El investigador social Luis Alberto Rojas describe el poder de la verdad en la Colombia profunda.

Un viaje por el corazón valiente del Guaviare

VISO MUTOP puede traducirse como visión y origen. Viso es la “altura desde donde se descubre mayor terreno” y Mutop es el nombre dado a los Jiwa, comunidad nómada que habitó originalmente la orilla del río Guaviare en San José. Hoy Viso Mutop es la organización que monitorea en campo la implementación del punto 4 de la Habana – “solución al problema de las drogas ilícitas en Colombia” -, observa las políticas de drogas en otras partes del mundo, hace investigación social en torno al conflicto y la paz y acompaña el proceso de diálogos sociales para la construcción de convivencia en los territorios de la Comisión de la Verdad en el departamento de Guaviare.

Charras, Guaviare fue uno de los lugares más asediados por la guerra armada durante los 90, especialmente desde el 2002: sufrió asesinatos y masacres, desplazamiento de casi 1.200 campesinos, despojo de tierras y abusos y maltratos execrables. Desde el 2008, algunos de los sobrevivientes han venido retornando, después de los padecimientos y las indolencias sociales sufridos fuera de su tierra, a lo poco que quedó de sus viviendas. Ahora empiezan a asentarse de nuevo en ella en medio de la incertidumbre por el abandono aún más marcado por parte del gobierno y también del asedio de la ocupación extensa de la tierra, con latifundios que se han ido conformando rápidamente con ganado y palma africana.

VISO se internó tres días en la cotidianidad de la población del caserío de Charras; su objetivo, vivenciar y articular el espesor de sus realidades – en lo territorial – para el Diálogo Social para la no repetición, a llevarse a cabo el día domingo 15 de noviembre de 2020 con la Comisión de la Verdad de este departamento.

Se hizo un conversatorio vivencial de tres días en los que mucha de su gente declaró los daños sufridos por la guerra, los impactos violentos sobre su vida colectiva, los requerimientos de explicación a los responsables y las recomendaciones para la no-repetición. Si bien “lo vivencial” enfatizó la palabra y las peticiones de verdad, éstas se realizaron en clave de animación simbólica, como estrategia para mediar entre el dolor y la esperanza. Se trató de un agenciamiento colectivo que buscó que los habitantes apropiaran su mundo desde el duelo y, al tiempo, desde el deseo o campo de afirmación de la vida; en su secreto íntimo, cada víctima le encontró atajos al dolor, magulló la hondura de la amargura y, al compartirla entre sus congéneres y al enredar sus duelos, el campo de tensión subjetivo se distensionó. El clamor colectivo le abrió camino a la intensidad de esa alegría que no quiere irse.

Comentaba doña Adela, la que vende arepas los domingos, mientras caminábamos hacia el río – ése que ahora queda más lejos -, que “el amor crece a pesar de las adversidades”, pues es lo único que nos salva de este juego estúpido de la guerra. Me dijo: “a veces, cuando entro en la tristeza, no quiero más tropas en mi corazón, no quiero vivir esos ruidos, y me pregunto: ¿hay algo o alguien que nos saque de estos miedos?”

En los días previos al evento del domingo, se fue preparando el convite que terminaría en un exquisito almuerzo colectivo; se realizó la elaboración de un mural que motivó la reflexión en torno a si los niños tienen derecho o no a conocer su historia de conflictos; se presentó una película en el único parque, lugar que antes fue utilizado por los paramilitares para asesinar a los pobladores; y, como acto de sublimación, se decoró el caserío con festones coloridos que le dieron una imagen alegre, festiva, a su única calle que, normalmente, y desde el retorno campesino, refleja un color álgido y desolado.

El día domingo, llegaron los Nukak, los campesinos del Boquerón, Charrasquera, Manglares, Horizonte, Caño Danta, Caño Negro, Cachivera de Nare, Guanapalo, La Esperanza, Esmeralda, Guayabales, y los mismos habitantes de Charras; igualmente nos acompañó la misión de la ONU y, entre todos, constituimos una enorme comunidad que participó activamente en un evento que tuvo verdad, y, por lo tanto, dolor y catarsis, y tuvo también acciones lúdicas y estética con los niños y adultos, con lo cual mapeó el territorio, mostrando no solo una geografía de caños, río y sabana, sino también un lugar de deforestación, conflicto e incertidumbre. Charras y nosotros nos despedimos con la fuerza de la duda, pero también con la empuñadura de la ilusión, esa que nos despertará cada domingo para recordarnos que siempre, siempre estamos naciendo de entre las cenizas de un volcán.

*Luis Alberto Rojas, filósofo, docente universitario en Medellin, escritor e investigador social.

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