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En árabe se llamaban Seraj, Ayad, Abed, Ayman, Mohammed, Bassim y Amir, en wayunaiki se llamaban Yajaira, Majid, Kayus, Merejid, Wale’Kerü, Uliana y Kasipa. Jugaban con poco, se divertían con todo. Querían y al igual que sus padres ser pescadores, pastores, carpinteros, autoridades tradicionales, oütsu, recolectores de sal, alfareros, profesores, palabreros. Unos creían en Alá, su Dios, los otros en Maleiwa, el creador. Los del medio oriente fueron asesinados por el ejército sionista al cabo de bombas y fusiles con las que pretenden abrirles paso a colonos judíos, los de la Alta Guajira resultaron masacrados por políticos, alcaldes, gobernadores y parlamentarios luego de robarse el dinero con el que se alimentarían los párvulos. Los de allá están encerrados en La Franja de Gaza, los de acá en sus rancherías, unos y otros no salen de sus territorios, los de allá por el cerco militar, los de acá por el hambre oficial que los reduce a un estado de inmovilidad vergonzante. No hay diferencia entre los niños palestinos y los Wayuu, tampoco entre sus verdugos: unos amparados con la estrella de David, los otros arropados en clanes políticos; la única y sustancial disimilitud entre ambos escenarios subyace en que mientras el pueblo palestino se une en derredor del dolor y rabia al ver a sus menores vilmente aniquilados, la impasible y patética sociedad colombiana no se inmuta, ni se emputa, frente al horroroso drama de los niños Wayuu en particular e indígenas en general que a diario mueren de inanición. A cambio de ello se demandó el Estado de Emergencia en la región, se sigue eligiendo a los mismos carniceros y se nombra a funcionarios corruptos para quienes su dedo índice con un anillo de oro vale más que la vida de los menores.
*Roque Monteiro. comunicador social – periodista retirado, fotógrafo sin cámara, autor de varias novelas, cultivador de yuca y viajero incansable. Miembro del colectivo Psicolombianos de Diván.
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