La biblioteca de El Ojo Nuclear

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A propósito de nada
Woody Allen
Alianza Editorial
439 páginas

Allan Stewart Koningsberg nació en una familia judía en Brooklyn, Nueva York, un 30 de noviembre de 1935, al filo de la medianoche. Pero ese problema se podía corregir: sus padres, con una lógica insondable, decidieron que era mejor que el niño viera la luz en diciembre y por eso lo registraron como nacido en el último mes del calendario gregoriano. Eso jamás se los perdonó. No que fuera inscrito otra fecha—cosa que nunca le ha importado—, sino que lo hubiesen traído a este mundo.

En sus primeros años de vida Allan no estaba al tanto de su misantropía, porque era un niño relativamente feliz; al fin y al cabo, sus padres, aunque se odiaran mutuamente, eran buenas personas: su mamá siempre estaba pendiente que hubiese “queso fresco en las trampas para ratones” y su padre era consciente de la responsabilidad que traía sostener a la familia ganando en las apuestas. No era la familia ideal, pero como él mismo escribió en esta autobiografía que dejo en las estanterías de El Ojo Nuclear para la Biblioteca del Medio, “estoy seguro de que me quisieron a su manera, una manera que probablemente sólo compartan algunas tribus de cazadores de cabezas de Borneo”.

Las cosas se pusieron más difíciles para el pequeño Allan cuando se vio obligado a interactuar con sus congéneres. Le tocó en suerte la Escuela Pública N. 99 de Brooklyn, una institución que recuerda racista y regentada por “maestras retrasadas”. Fue ahí cuando personalidad empezó a quedar clara: lo suyo era capar clase, hacer maratones de películas en las fantásticas salas de cine de la época, memorizar cada detalle relativo al béisbol, jugar póker, coleccionar historietas y aprender magia, actividades todas diseñadas para mantenerse alejado de sus congéneres. Era buen deportista, pero digamos que eso no fue más que una mancha en su maratónica carrera de misántropo amargado, escritor angustiado y tímido irredento.

Pero había algo también muy suyo, una que nadie le enseñó y que simplemente vino con él desde que llegó a este mundo: tenía un sentido del humor prodigioso y estaba capacitado para hacer las observaciones más corrosivas y graciosas sobre cualquier cosa que se le pusiera al frente. Muy pronto esa habilidad comenzó a hacerse famosa y, gracias a una cantidad ingente de suerte para conocer a la gente adecuada, empezó a ganar dinero por eso. Fue ahí cuando tuvo que escoger un nombre artístico y nació el personaje de Woody Allen.

A propósito de nada es su autobiografía, un libro que me costaba dejar de lado cuando ya iba siendo hora de levantarme para ir al baño. Sus cuatrocientas treinta y nueve páginas me sumergieron en la intimidad uno de los personajes que más he admirado en mi vida, me hizo soltar carcajadas súbitas que espantaban a mis gatos y, por supuesto, alimentó esa pulsión chismosa que llevo adentro. Porque hay que ser sincero: una de las razones por las que compré este libro fue para conocer el punto de vista de Woody Allen sobre el sonado escándalo de su matrimonio con Soon- Yi, hija adoptiva de su entonces novia Mia Farrow, y de las escalofriantes acusaciones de abuso sexual a otra de las hijas de ésta, Dylan, que para el momento de los supuestos hechos tenía siete años. Casi desfallezco hace años cuando leí que uno de los referentes de mi vida había hecho tal cosa con una niña. Me dije: “¿si no puedo ni siquiera admirar a los antihéroes, entonces a quién? ¿a los veganos de Instagram? ¿a los que nos preguntan en Twitter si ya entrenamos mientras suben una foto suya sin camisa?”. Fue demoledor. Años tarde, leyendo por ahí, supe que ningún juzgado le había dado la razón a Mia, que más bien dijeron que ella había intentado adiestrar a la niña para que sostuviera la mentira de la violación y que Allen había sido declarado inocente; también para ese entonces, yo ya tenía claro que casarse con una hija mayor de edad de la novia podía sonar feo, sí, pero que no era un delito. Por eso no tuve miedo ni resistencia moral para conseguir este libro y la verdad es que me dio muchos elementos para formar criterios más sólidos frente a uno de mis artistas favoritos y, sobre todo, para tomar más distancia del ánimo lapidario que nos invade, especialmente cuando no sabemos nada de nada sobre lo que pasa con la gente cuando las puertas de su casa están cerradas.

Es obvio que este libro fue escrito con un espíritu auto reivindicativo, pero me parece justo oír la versión del acusado. Allá uno si se las quiere dar de juez. Aunque el caso con Mia Farrow tomó varias páginas del libro, no es a lo único a lo que se refiere en “A propósito de nada”. Es una delicia leer su amor rendido por Soon- Yi, sus influencias artísticas o la opinión que tiene del oficio de hacer reír; entender su relación con la psicología y la religión; conocer de dónde vino su famosa afición por el clarinete, el jazz y la música clásica; saber cuál fue su interacción con cada uno de los actores con los que ha trabajado, o de sus romances y matrimonios con mujeres más inteligentes que él, entre ellas Diane Keaton; igualmente, fue fascinante conocer cuáles fueron sus estrategias para conquistar chicas, como leer novelas o filosofía para hacerse el interesante; entender su desprecio por la crítica y los premios, la manera como nacieron cada una de sus películas y la opinión que tiene de ellas. También disfruté, sin duda, la confesión de sus fobias, algunas de las cuales un tipo como yo, tan adentrado en ellas, no conocía.

Otras confesiones de Allen fueron reveladoras para mí, básicamente porque refrendaron mi admiración por él, pero también porque descubrí en él a una suerte de gemelo del que he estado separado por la venganza de un demiurgo. Sentía cada chispa del rayo de esa iluminación siempre que revelaba cosas que yo comparto con él, como, por ejemplo, esa tremenda incapacidad para entender lo que nos rodea, el pavor de revisar cualquier cosa que haya hecho en el pasado, la enemistad con los bichos que habitan en las casas de campo, la renuencia a compartir nuestro espacio vital con animales marinos vivos y esa influencia depresiva que ejercen sobre nosotros los días calurosos o soleados, no así esos tranquilizadores y estimulantes días grises de tormenta.

A propósito de nada fue una lectura feliz, reconfortante y tiene frases que envidiarían los más expertos maestros de la autoayuda: “A mí me parece —escribe— que la única esperanza de la humanidad reside en la magia. Siempre he detestado la realidad, pero es el único sitio donde se consiguen alitas de pollo”.

*Mauricio Arroyave, periodista, lector caprichoso y frustrado librero, @mauroarroyave. Canal de Youtube El Ojo Nuclear.

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