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Gustenos o no, de producirse un retorno a la democracia en nuestro país, ella estará, de alguna manera tutelada por quienes desalojaran el poder.

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Recoge la historia que la transición hacia la democracia en Sudáfrica se construyó desde la cárcel. De ella salía Mandela a reunirse con el presidente De Klerk, uno entiende que no a discutir los resultados de los partidos de rugby que tanta pasión genera en esas tierras sino el futuro del país. A sabiendas de que el predominio blanco era ya inaguantable y debía transitarse hacia otro modelo, buscaron minimizar la posibilidad de una futura retaliación contra quienes abandonarían el gobierno consecuencia del comportamiento como gobernantes.
Más cercano a nosotros, en Chile, la derrota del plebiscito organizado por el general Pinochet para prolongar su estancia en el gobierno, quedó matizada con el andamiaje jurídico que, como camisa de fuerza, tendría que ponerse un nuevo gobierno si la dictadura perdía – como lo hizo – el comicio presidencial. Se morigeraron así los riesgos de eventuales responsabilidades por su accionar, lo que fue acompañado -del otro lado del espectro político- por la inteligente decisión de presentar como alternativa a la presidencia a alguien que, sin asomo de duda, garantizaba a quienes habrían de desalojar el poder si resultaban vencidos, que se respetarían acuerdos -que de seguro los hubo- y decisiones previamente consensuadas.
La Nicaragua del primer Ortega es el último caso interesante a recordar. Compite con una ama de casa, pierde, pero solo entrega cuando se le garantizan determinadas condiciones para él y su grupo, cuyo custodio fue su hermano Humberto en el Ministerio de Defensa durante todos los años de esa presidencia Chamorro. Cómo lo fue De Klerk en la vicepresidencia de Sudáfrica y Pinochet en la comandancia del ejército de Chile. De esa historia nicaragüense los venezolanos fuimos protagonistas y hoy víctimas gracias al odio de un fiscal y de las élites que le acompañaron en su accionar, especialmente la jurídica.
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En Venezuela, los adversarios del señor Maduro afirman que no se está en democracia, que es una dictadura o una mafia la que gobierna. Pero, a pesar de ello, paradójicamente, proponen como mecanismo para seleccionar a quien pudiere sustituirle en el poder, una elección primaria en la cual puede resultar electo el equivalente a la Virgen Maria -ante quien uno presume que no habrá inconveniente alguno en entregarle el poder por esa condición-. Si el Gobierno pierde las elecciones, con la posibilidad cierta de que el electo sea un adversario que, si bien no ha ofrecido freír la cabeza de los gobernantes en aceite, seguramente ganas no le faltan -cosa que el Gobierno sabe-, uno se pregunta si será posible que, bajo esos supuestos, esa entrega de la banda presidencial se produzca.
Creo, así lo afirmo, que sin un acuerdo previo atinente a responsabilidades eventuales o garantías para quien habría de entregar el poder- si perdiere- este difícilmente lo entregará. Guste o no, lo anterior conspira contra la realización o el resultado de una primaria, salvo que sólo se quiera ganarla. Así las cosas, solo será posible que el adversario del señor Maduro cobre su eventual victoria y gobierne, si existen acuerdos previos, léase políticos y jurídicos, que lo permitan.
Gustenos o no, de producirse un retorno a la democracia en nuestro país, ella estará – en lo inmediato- de alguna manera tutelada por quienes desalojaran el poder. Pensar que entregarán este para que les corten la cabeza es, cuando menos, una utopía.
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*Gonzalo Oliveros Navarro, Magistrado del Tribunal Supremo de Justicia. Director de Fundación2Países @barraplural