Preguntas en torno a la ciencia

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Las preguntas seguirán ahí, y en mi opinión, algunas de las respuestas que ya han motivado han sido profundas y bien ponderadas; otras, sin embargo, no han pasado de ser verdades a medias o simplificaciones crasas.

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Ante una cuestión espinosa, a menudo resulta más productivo re-plantear preguntas que ofrecer respuestas. Decía el filósofo Martin Heidegger en Ser y tiempo (1927), si mal no recuerdo, que el correcto planteamiento de una pregunta ya implica una “pre-comprensión” del problema que urge resolver. La pregunta despierta curiosidad, abre la posibilidad del diálogo, sacude los prejuicios. Quizás el álgido debate que se desató en las pasadas semanas en torno a la ciencia en Colombia requiera un retorno a una serie de interrogantes fundamentales, todos complejos: “¿Para qué la ciencia?”, por ejemplo, como ya se ha subrayado. Sin ser científico ni mucho menos experto en filosofía de la ciencia, y careciendo de los conocimientos mínimos necesarios para un análisis prolijo de las posiciones involucradas en el debate, quisiera sin embargo anotar la retahíla de preguntas que este me ha sugerido. Alguien escribió, en los últimos días, que era sano que la discusión se expandiera y abarcara también a la sociedad civil. Como un miembro de ella, pues, ofrezco mis inquietudes:

1)  En torno a las definiciones: ¿Qué se entiende por eso que llamamos, como si fuera algo obvio, “ciencia”? ¿Es su definición, cualquiera que sea, la misma a lo largo de la historia? ¿Es su definición un asunto, valga la redundancia, ya definido? ¿Es la ciencia el producto exclusivo y repentino de unos iluminados europeos en el siglo XVI? ¿Se trata de un ideal al que nos aproximamos, de un constructo social, de una tendencia natural del ser humano, de todas las anteriores? ¿Se puede hablar propiamente de ciencia en épocas en que la palabra no se había acuñado? ¿Qué vínculo existe entre la palabra que define y la realidad definida? ¿Quién ostenta la autoridad para definir? ¿Quién, o quiénes, aprueban la definición producida? ¿Qué resalta y qué invisibiliza una definición? ¿Puede distinguirse entre la ciencia – su método experimental, su propósito, sus ideales– y los usos y aplicaciones concretas de que ha sido objeto a lo largo de la historia, en distintos lugares y tiempos? ¿Es objetivo de la ciencia cuestionar sus fundamentos? ¿Cómo se cuenta la ciencia su propia historia, cómo se la cuenta a la sociedad? ¿Es la ciencia lo mismo que el “cientifismo”, que el positivismo, que el neo-positivismo? ¿Dónde trazar los límites entre la una y los otros?

2.) Sobre ciencia y conocimiento: ¿En qué consiste la distinción entre ciencia y conocimiento, entre ciencia y saber? ¿Es “saber” y “sabiduría” lo mismo? ¿Es la ciencia un tipo de conocimiento, entre muchos otros? ¿No se debe el prestigio de la ciencia, en parte, al enemigo que combatió y finalmente derrotó en una coyuntura específica: la anquilosada teología escolástica? ¿O se trató la ciencia, más bien, de un conocimiento que, propulsado en un principio por hombres supremamente religiosos como René Descartes, suplantó a la religión? ¿No le usurpó a esta la ciencia ilustrada la metáfora de la luz que vence a la oscuridad? ¿Es penumbra todo lo que no es ciencia? ¿En qué se distinguen las “ciencias humanas”, si queremos denominarlas de ese modo, de las llamadas “ciencias naturales” o, rótulo aún más diciente, “puras”? ¿Qué tanto conocen las unas de las otras, qué tanto se estudian entre sí? ¿Qué relación – jerárquica, epistémica, social – guardan y han guardado los distintos tipos de conocimiento? ¿Qué cruces e imbricaciones se tejen entre ellos? ¿Son todos los conocimientos igualmente válidos y útiles? ¿Útiles en qué sentido? ¿Quién los refrenda, o los ha refrendado, como válidos? ¿De qué manera se instituye, desarrolla y auto-regula un tipo de conocimiento en una sociedad? ¿Cómo opera el conocimiento? ¿Qué vínculo establece con la verdad, con la certeza? ¿De qué verdad se habla cuando los mismos científicos, hoy en día, reconocen su valor construido, intersubjetivo? ¿Hay distintos tipos de verdad? ¿Allí donde no hay o no ha habido ciencia, qué conocimiento ocupa su lugar y de qué modo opera?

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3) Sobre la hegemonía: ¿Qué es “hegemonía”? ¿Qué significa que algo o alguien o un conjunto de alguienes es, o sea, o esté siendo hegemónico? ¿Hegemónico en qué, sobre qué, respecto a qué y cómo? ¿Lo hegemónico es la ciencia o el orden mundial del que forma parte? ¿Puede distinguirse lo uno de lo otro? ¿Conforman una red, una maraña, una pirámide? ¿Hay fenómenos hegemónicos positivos, hegemonías benéficas? ¿Cuándo se habla de “ciencia hegemónica”, se quiere decir con ello que existe, o puede existir, una “ciencia no-hegemónica”? ¿Ha existido un conocimiento que no tienda o no se incline a la hegemonía, al monopolio del saber? ¿No es el conocimiento poder? ¿No era (o es) la religión también hegemónica? ¿No es la religión, por poner un ejemplo, también un conocimiento salvaguardado por una red de expertos, una capa de intelectuales selectos, los curas? ¿Malo o bueno, acaso no es cierto que toda sociedad jerarquizada busca restringir el acceso a cierto tipo de conocimiento? ¿No es la hegemonía y los sistemas hegemónicos un problema humano, que compete a todas las culturas y sociedades por igual? ¿Podemos escapar a él, a las jerarquías que impone, a las exclusiones que incita? ¿Qué relación existe, si es que existe, entre la ciencia y los “saberes ancestrales”? ¿Se identifican, se alimentan, se oponen o se excluyen el uno al otro? ¿Se trata de contraponer saberes o de ponerlos a dialogar? ¿La exclusión se acaba con la inclusión o con el desmantelamiento de aquello que antes excluía? ¿Dónde se encuentran estos saberes ancestrales, quiénes los salvaguardan, cómo funcionan? ¿Son privativos de las sociedades no-europeas, de las pos-coloniales, de las neo-coloniales, de los no-blancos? ¿No hay “saberes ancestrales” en Europa, en los Estados Unidos?

4) Sobre la ciencia blanca y cisgénero: Debo aclarar, a fin de evitar la malinterpretación, que en términos generales no estoy en desacuerdo con la afirmación de que, al menos para los últimos dos siglos, la llamada ciencia ha estado en poder de hombres blancos y cisgénero. Al mismo tiempo, creo que al respecto se han hecho y se siguen haciendo afirmaciones demasiado generales, fáciles y reductoras. Con el ánimo de matizar, en consecuencia, añado estas últimas preguntas, pues considero que no ganamos mucho pasando de una ideología simplificadora a otra:

¿Ha sido la ciencia “siempre”, como a veces se ha dicho, un patrimonio exclusivo de hombres blancos y cisgénero? ¿No equivale eso a desdeñar el conocimiento alcanzado, durante siglos y siglos, por las culturas milenarias de Asia, África y América? ¿No es esto reafirmar la falta de agencia de culturas que, efectivamente, han sido victimizadas en los últimos siglos y relegadas al mito, a la barbarie, a la irracionalidad, a la infantilización? ¿Era el conocimiento que alcanzaron algo completamente distinto a la ciencia, un mero tanteo previo y confuso que ya apuntaba a ella? ¿El conocimiento que tenían los griegos, o los romanos, o los asirios, o los chinos, o los antiguos egipcios, o los incas, o los mexicas, o los indios de la India – culturas cuya “blancura”, para estándares de la supremacía racial decimonónica, sería bastante discutible –, en el que se basaban para construir armamentos, diseñar ciudades y fortalezas, levantar acueductos, navegar los ríos y los mares, optimizar las cosechas, curar las enfermedades, ese conocimiento, digo, no era una forma de ciencia? ¿No recibió Europa, además, un permanente flujo de ideas venidas de esos lugares?  ¿Hasta qué punto afirmar que la ciencia ha sido siempre blanca y cisgénero no constituye no sólo la adopción de la misma ideología de la supremacía blanca – que se sostiene con tales aseveraciones – sino también un ocultamiento, por ignorancia y falta de visión histórica, de los inmensos logros de todos los no-blancos, los no-cisgénero? ¿No resulta curioso que en esto se encuentren, por un lado, la ideología de la supremacía y, por el otro, el engrandecimiento mitológico de la misma de parte de quienes, justamente, se le oponen? ¿Cuándo y cómo surge el dominio global de las potencias europeas? ¿En la larguísima Antigüedad, en la dilatada Edad Media, en la todavía reciente y corta Edad Moderna? ¿Cuándo y cómo surge la ideología de la “supremacía blanca”? ¿Quiénes entraban en esa categoría? ¿Los españoles, los portugueses, los franceses, los alemanes, los ingleses, los norteamericanos? ¿O los chinos, que se consideran a sí mismo blancos y cuyo supuesto color “amarillo” fue un constructo europeo? ¿Cuándo surge el concepto moderno, biológico, de “raza” que sustenta esas ideologías? ¿Cuándo se habla de raza en el siglo XVI, al llegar los españoles a América, se quiere decir lo mismo que cuando Rudyard Kipling habló del “white man’s burden”, la “carga del hombre blanco”, cerrando el XIX? Por otra parte, ¿estamos seguros de que los científicos de los últimos siglos han sido todos, sin excepción, cisgénero? De nuevo, ¿existe algo antes de ser nombrado, antes de que la palabra lo bautice? ¿En qué momento de la historia se solidificó esa división de género con que hoy en día pretendemos, y con razón, romper? ¿Se entendía el género igual en el muy “feminizado” siglo XVIII, por ejemplo, que en el pacato y aburguesado XIX? ¿Qué sentido podría tener, no ya el término “cisgénero”, sino el de “homosexual”, para un griego como Arquímedes, como Euclides, una mujer como Hipatía? ¿Para un hombre del Renacimiento como Leonado da Vinci?

Ahora bien, no creo que sea deber de un ministro de ciencia y tecnología el recalentarse el cerebro tratando de responder a estas preguntas, ni a las muchas otras que se nos podrían ocurrir. Para nada: su deber, muy probablemente, sea mucho más pragmático y concreto. Pero las preguntas seguirán ahí, y en mi opinión, algunas de las respuestas que ya han motivado han sido profundas y bien ponderadas; otras, sin embargo, no han pasado de ser verdades a medias o simplificaciones crasas: afirmaciones fácilmente manipulables, eslóganes reconfortantes, narrativas históricas tranquilizantes y exculpatorias. Y es sobre tales simplificaciones que se han edificado, una y otra vez, todas las ideologías hegemónicas.

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*Alejandro Quintero Mächler. Filósofo e historiador. Magister en filosofía y Cultura Ibérica y Latinoamericana. PhD. Latin American and Iberian Cultures (LAIC) en Columbia University.

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