El humor político, instrumento de resistencia

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Sacado del canal de Youtube de Iván Krauss Informa

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La deslegitimación de un gobernante que se realiza a través del humor, permite que el pueblo logre pensarse a sí mismo como un sujeto que resiste al poder.   

Sacado del canal de Youtube de Iván Krauss Informa

Desde su llegada al Palacio de Nariño, el presidente Duque ha sido objeto de burlas por parte de diversos sectores del país. Los caricaturistas lo representan como un cerdito o un infante con sobrepeso que nunca acierta en sus decisiones y los usuarios de las redes sociales comparten docenas de memes todos los días, en los que se evidencia el bajo concepto que los ciudadanos tienen de la primera autoridad de Colombia. Ésta no es la primera vez; todos los presidentes han dado gran material a los humoristas y a la población, aunque, para ser justos, debe señalarse que el pupilo de Uribe ha rebasado a la mayoría de los que antes lo sucedieron. En materia de humor, parece solo comparable con Julio César Turbay cuyos chistes han pasado de generación en generación por cuatro décadas.  

Sin embargo, el lapsus que tuvo en medio de las honras fúnebres de Ministro de Defensa, al conjugar mal el verbo querer, produjo una nueva discusión porque, como de costumbre, tan pronto se produjo el error los usuarios de las redes lo hicieron viral, acompañado de un tono jocoso. Los defensores del Presidente señalaron de inmediato que era falta de empatía hacer burla del mandatario en el momento que daba el último adiós a su gran amigo Carlos Holmes Trujillo. De hecho, hasta algunos funcionarios que no son uribistas compararon la burla a Duque con los comentarios ofensivos que en varias ocasiones las élites colombianas hacían para referirse a quienes consideraban inferiores, como campesinos e indígenas, de quienes afirmaban que “ni siquiera saben hablar”. 

Esta discusión parece intrascendente, algo de poca importancia frente a la catastrófica situación del país y del mundo en general. A pesar de ello, es relevante, pues básicamente lo que se cuestiona aquí es el estatus político de la burla que se hace a un funcionario poderoso, haciéndolo pasar como falta de empatía, la cual, como todos sabemos, es la imposibilidad de ponernos en el lugar de alguien que pasa por un mal momento.  

Un juicio semejante sobre la burla a un sujeto poderoso, como lo es el presidente de la nación, resulta completamente ajeno a la realidad. La burla que hace el pueblo de sus gobernantes no es el efecto de una ola de insensibilidad popular sino una forma de resistencia a un poder que se considera injusto. Ejemplos en la historia hemos tenido por montones. Recordemos el caso de los franceses quienes con cantinelas graciosas se burlaban del impopular Luis XVI porque durante los primeros años de matrimonio no pudo tener hijos. ¿Acaso esta situación era culpa del rey o de su esposa? Incurriríamos en un grave error de interpretación si pensáramos que un pueblo que pasaba hambre y era castigado con altos impuestos para pagar el costoso estilo de vida de la familia real pecaba por falta de empatía. Otro ejemplo son las láminas satíricas del siglo XIX conocidas como “Los Borbones en pelota”, en las cuales se representa la reina Isabel II de España en medio de orgías con sus amantes. Desde una perspectiva contemporánea y políticamente correcta, podría decirse que esas láminas son muestra de una cultura patriarcal que descalifica a las mujeres usando su sexualidad. Sin embargo, yo prefiero verlas como una forma de resistencia al injusto poder de los monarcas, o como lo señala Isabel Burdiel “para deslegitimar a la monarquía isabelina; para lograr la pérdida de respeto entre sectores amplios de la población y, en último término, para crear el ambiente propicio y también la justificación moral de la revolución que la destronó en 1868”.

Tengo claro que para analizar el problema del humor político no era necesario remontarse al siglo XIX, ya que en las últimas décadas hemos tenido ejemplos que nos son mucho más familiares, como el caso del expresidente de México Enrique Peña Nieto, quien tenía su propia sección de huevocartoon y también ostentaba una enorme casa blanca de seis millones de dólares hecha por una constructora que fue beneficiada con miles de millones de asignación de obra pública, además de otros escándalos. También está Donald Trump, quien, por supuesto, fue el centro de las burlas mundiales durante los cuatro años de su mandato. En cierta medida todos los chistes que fueron publicados haciendo referencia a su calvicie, su exagerado bronceado o sus discursos poco inteligentes eran una forma de cobrarse las políticas racistas creadas por este poderoso mandatario, entre otras muchas cosas que pueden cuestionársele. Y también ¿por qué no recordar cuando el expresidente Santos mojó su pantalón en medio de un discurso? Todos sabemos que este accidente fue un efecto del cáncer de próstata que padecía; sin embargo, en los chistes que circularon sobre ese evento, no nos burlamos de su enfermedad, pero de alguna manera nos permitía sacarnos la espinita por la subasta de un solo proponente o el continuo incumplimiento a todos los tratos que hacía su gobierno con los sectores que paraban cada año. 

De ahí que cuando el pueblo se burla de un gobernante, sea este un rey, un presidente, un alcalde o hasta del mismo papa, no se le puede atribuir al pueblo falta de empatía, así como tampoco se podría decir que esos sujetos poderosos son víctimas de bullying. El humor es una acción política de resistencia al poder como lo ha señalado Bajtín en su aproximación al carnaval de la Edad Media. Funciona como un mecanismo para subvertir un orden impuesto, con el que no se está totalmente de acuerdo. Debe subrayarse aquí que esa deslegitimación de un gobernante que se realiza a través del humor, si bien no logra por sí solo una gran transformación social, sí crea una atmósfera diferente en la que el pueblo logra pensarse a sí mismo como un sujeto que resiste al poder.   

*Érika Castañeda Sánchez, filósofa (PUJ), con maestría en Estudios Culturales (PUJ), dedicada a la docencia universitaria en campos como la argumentación, la semiótica y la filosofía.

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