Educación sí, pero ¿qué más?

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“La educación es la acción ejercida por las generaciones adultas sobre aquellas que no han alcanzado todavía el grado de madurez necesario para la vida social. Tiene por objeto suscitar y desarrollar en el niño un cierto número de estados físicos, intelectuales y morales que exigen de él tanto la sociedad política en su conjunto como el medio ambiente específico al que está especialmente destinado.” Emilio Durkheim (1856-1917). Educación y Sociología. Uno de los fundadores de la Sociología.

La relación entre la sociedad y el individuo se basa en un triple proceso: externalización mediante el lenguaje y el trabajo, de los productos humanos; objetivación de estos productos que cobran así una vida relativamente independiente; internalización, por la cual el individuo hace suyos estos productos. La socialización es el proceso ontogénico en que el individuo internaliza la sociedad, el mundo social en torno suyo”. Peter Berger y Thomas Luckmann. La construcción social de la realidad.

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La educación formal hace parte del proceso de socialización de los individuos pertenecientes a un contexto social. La llamada socialización primaria ocurre en el hogar para la mayoría de las personas y luego hay socialización toda la vida, pero hay una fase muy importante de ésta que ocurre con la educación formal o escolar. De tal manera, que la educación debe estar ligada íntimamente a una sociedad para responder a las expectativas de ésta hacia los nuevos individuos y de estos hacia su propia sociedad. La educación formal, por muchos procesos sociales ocurridos en las últimas épocas, cada vez ocupa más espacio en la socialización primaria del individuo. Por tanto, la educación formal como institución tiene que tener una especial y profunda relación con lo que ocurre en una sociedad. Formulo todo esto, en apariencia abstracto por cuanto se han venido haciendo cuestionamientos muy serios al sistema de educación formal en cuanto un fenómeno o un fantasma la recorre: La deserción escolar. Es decir, el abandono del proceso educativo.

El esfuerzo educativo que ha hecho nuestra sociedad es enorme, en la convicción del papel central de la educación en los logros de desarrollo de una sociedad. El país ha cambiado para bien en buena parte, gracias al esfuerzo educativo del Estado y la Sociedad. Aunque tengamos un país todavía muy signado por la violencia de diferentes tipos, hoy vivimos situaciones muy distintas de logros sociales. Sin embargo, algo no está bien cuando las cifras de deserción escolar aumentan, de la pandemia para acá. La matrícula escolar ha bajado, no precisándose si obedece a cambios demográficos (menos niños y niñas nacidos) o a otros factores que es importante precisar al menos como hipótesis interpretativas de tal preocupante situación (La matrícula escolar ha bajado entre 2019 de 10.159.314 de escolares a 9.504.226 en el 2023, es decir más de 500.000 niños y niñas no matriculados en el sistema educativo).

Lo más curioso, no por banalidad sino por la búsqueda de explicaciones en donde mayormente ocurre, respecto de su población infantil y juvenil es en los departamentos de Arauca (7.46%), Caquetá (7.23%), Cesar (6.96%), Guainía (7.6%) y Putumayo (8.11%). (Datos del Ministerio de Educación Nacional. Colombia). Temiéndose en estos territorios sobre la influencia y el accionar de grupos violentos en este fenómeno. Sin embargo, para no caer en el engaño estadístico, si bien estos son las regiones con un porcentaje mayor de deserción relativa (respecto de su propia población escolar), en términos numéricos absolutos los aportes de deserción están en los departamentos, obviamente más poblados.

La preocupación por el fenómeno, digamos no obedeciendo principalmente a circunstancias demográficas, debe permitir la trazabilidad de diferentes hipótesis que pudieran interpretar el fenómeno de deserción escolar creciente. Pero hay también un cuestionamiento o mejor un interrogante sobre la educación misma en cuánto sí responde o no a las circunstancias cambiantes del mundo actual que repercuten en nuestra sociedad. Seguramente las respuestas fluctuarían entre reconocer algunas falencias o la descalificación total (lo que no creo que corresponda en justicia al esfuerzo realizado por Estado, Gobiernos, maestros, etc.). La respuesta más plausible, creo va por la necesidad de introducir cambios adaptativos y reconocer lo bueno del sistema educativo. O quizás, mejor, el sistema educativo reproduce las condiciones de desigualdad que imperan en nuestro país. Y entonces tendremos buena, regular y mala educación.

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También otro elemento o variable interviniente cuyo efecto no se ha medido sobre el proceso educativo, quizás porque fue una salida paliativa durante la pandemia, me refiero a la virtualidad. Utilizada en el nivel terciario (Superior universitario) al llegar a niveles en donde la socialización cobra mayor importancia, no se conoce todavía los efectos positivos o negativos que produjo en el proceso educativo de los escolares. Es, evidentemente, un efecto a evaluar.

La educación, así está reconocido por instituciones y conocedores del tema, es un gran factor de movilidad social y desarrollo. Tal vez, no sea suficiente como para cifrar en el sistema educativo los grandes logros de desarrollo de un país, diríamos es necesario, pero no es suficiente. Si las condiciones por ejemplo de empleo, al egresar una persona del proceso educativo son estrechas, habrá una gran frustración para tales egresados (as).  Esto nos lleva a pensar, que todo no puede cifrarse en educación, básico desde luego, pero debe ir acompañado de oportunidades en la sociedad, en el mundo del trabajo, de la inserción productiva.

La educación como sistema en su conjunto debe ser la más atenta a los cambios en nuestra sociedad y a sus demandas, con el riesgo de no hacerlo, de fracasar como gestor de oportunidades. La educación es cada vez más costosa, porque debe darse en condiciones óptimas de infraestructura y prestadores del servicio, cada vez más calificados. Por tanto, esa inversión social enorme no puede ser semillero de frustración o inanidad.

CODA:  Uno recuerda las recomendaciones paternas (y maternas): “Cuídese mijo de las malas compañías”. Claro, no se puede garantizar que todo el que nos acompañe en proyectos de cualquier índole, por ejemplo, los políticos, sean lo mejor de lo mejor. Pero, tal vez, si hay que cuidarse lo suficiente para no involucrarse con quienes se han caracterizado por su volantineo o malabarismo político. A veces, muchas, los que nos acompañan con mayor capacidad crítica, son más indispensables de lo que pueda creerse. Aquellos que no están inflando el “ego”, resultan mejor compañía que los practicantes de conspiraciones, aquí o allá. ¿Lección aprendida?

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*Víctor Reyes Morris, sociólogo, doctor en sociología jurídica, exconcejal de Bogotá, exrepresentante a la Cámara, profesor pensionado Universidad Nacional de Colombia.

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