El asesinato de Gaitán

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A los 74 años de la muerte de una esperanza para Colombia.

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El 9 de abril de 1948, hace 74 años, mataron a Gaitán, al caudillo del pueblo, al hijo de un librero del barrio Egipto, al miembro de las clases populares que casi pudo ser presidente, a ese al que las oligarquías llamaban con sorna “el negro Forfeliecer”.

¿Por qué lo mataron? Porque representaba, con sus maneras, expresiones y, por supuesto, su aspecto físico aindiado, al pueblo tantas veces excluido del que tantos políticos dicen hablar en su nombre, pero que jamás han representado verdaderamente.

También lo mataron porque, con su fuerte y poderoso discurso, parecía ser radicalmente diferente a lo que había habido antes en esa Colombia de los años cuarenta con su tremenda desigualdad, su espantosa inequidad, su permanente represión oficial – los campos eran asolados por funcionarios oficiales y civiles armados que atacaban a sangre y fuego a quienes no se acogieran al dogma del gobierno -, su evidente pobreza y esa permanente falta de oportunidades para mucha gente.

Por eso, lo mataron.

Pero también lo mataron porque era parte de una corriente que hizo emerger en América Latina a varios caudillos populares que, con todo y sus contradicciones, se montaron en el poder luego del sistemático fracaso de sus predecesores que empeñaron sus países a las potencias extranjeras y a los intereses privados de unos pocos. América Latina había sido manejada por unos poquitos grupos que, con sus pugnas parciales y contradicciones superficiales, continuaban repartiéndose la torta de la contratación estatal, el nombramiento en cargos públicos y el manejo de las finanzas, al afirmar, con la propaganda oficial y privada a su favor, que había que crecer económicamente y luego, ahí sí – en un día feliz que, por cierto, aún no llega – repartir los beneficios a todo el mundo.

Mejor dicho, a Gaitán lo mataron porque se oponía a esos que habían manejado a Colombia a su acomodo, usando y abusando del poder para su beneficio particular. Claro, muchos antes habían dicho algo parecido, pero sin la contundencia y el arraigo popular que tenía este hombre que, desde muy joven, se convirtió en un importante líder político. Por eso, le tenían miedo, y, por eso, lo mataron.

Pero es que desde hacía rato andaba pisándole los callos a esos que no quieren que nada cambie, porque, obviamente, les conviene. Por ejemplo, se recuerda su tenaz empeño en sacar a la luz y hacer pagar a los responsables de la “masacre de las bananeras” que, hace 94 años como hoy, algunos insisten en negar, enfrentándose a aquellos grupos privados que, en un contexto de represión oficial y políticas poco claras, mataron, masacraron, desplazaron y se consolidaron en el poder, negando el derramamiento de sangre y la violencia, pero apelando a ella, desde las más altas cumbres del poder oficial, cuando lo necesitaban.

También se recuerdan sus denuncias a sectores de su propio partido por sus actos de corrupción, lo cual le trajo la animadversión de los dirigentes tradicionales del liberalismo que nunca lo quisieron, aunque, claro, después de su asesinato, se declararon sus seguidores y los continuadores de “sus banderas”.

Claro que Gaitán tuvo también muchos críticos desde esos sectores que él decía defender. Por ejemplo, su paso por la Alcaldía de Bogotá no fue fácil y resultó atacado por sus políticas, varias tendientes a “modernizar” el servicio público. Además -eso sí era obvio – fue perseguido por los grupos políticos, económicos y sociales que podían verse perjudicados en sus intereses por los cambios que Gaitán planteaba.

Otros decían que era un extremista, que polarizaba, es decir, que era un “Laureano Gómez, pero de izquierda”, que era un agitador que traería el comunismo a Colombia – el coco de esa y esta época – y que era un peligro para la estabilidad de este país.

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Asimismo, lo criticaron desde la misma “izquierda”, escenario político natural de Gaitán. Por ejemplo, el Partido Comunista se le opuso, en un principio, vehementemente, llegando a apoyar al liberal Gabriel Turbay en las elecciones presidenciales de 1946.

También lo criticaban algunos que decían que no era posible que Gaitán atacara a las oligarquías y que se declarara “hijo del pueblo” si vivía en una casa muy bonita en Teusaquillo, andaba en un lujoso Buick y se vestía elegantemente, con zapatos finísimos y trajes hechos a la medida.

Pero Gaitán, muy hábil, aprendió a lidiar con todo eso y a hacer un trabajo político que lo acercó a esa gente humilde que lo veía como un verdadero ídolo, pero también como uno de los suyos. Y, claro, también lo apoyaba gente de otros sectores sociales con posturas progresistas y de avanzada, que entendía que Gaitán significaba una verdadera posibilidad para lograr los cambios que este país necesitaba.

Con su asesinato, aún impune – pues no me creo que Roa Sierra haya actuado por iniciativa propia -, Gaitán se convirtió en un mártir, en un prohombre para todos incluso para sus peores enemigos y en un símbolo que muchos hoy en día saludan y recuerdan, a pesar de que, en su momento, pudieron haberse enfrentado con él.

Y ojo – sobre todo para los más suspicaces -, yo no estoy comparando a Gaitán con algún candidato actual a la Presidencia de Colombia, pero considero necesario hacer notar que esos que, en su momento, se opusieron con fuerza a la llegada de Gaitán a la Presidencia, son los mismos que hoy en día se contraponen – a veces, por todos los medios – a las transformaciones estructurales que necesita este país como la democratización de la tenencia de la tierra, la función social de la propiedad, la educación de calidad para todos – y si se puede gratuita -, la salud como un derecho básico, la posibilidad de lograr una verdadera movilidad social y, por supuesto, el derecho a que cada quien viva la vida que quiera vivir y que tenga las condiciones materiales, espirituales, culturales, económicas para lograrlo.

Gaitán lo dijo hace setenta años y otros que lo siguen diciendo son tildados de “comunistas”, “populistas” o “demagogos”. Por eso, no sobra recordar, lo mataron.

Esos sectores tan conservadores son los mismos que se oponen, con manos y pies, a lo que empezó con el asesinato de Gaitán – ya había empezado, pero este hecho fue el símbolo – que fue la guerra entre las guerrillas y el Estado. No olviden que el origen de las FARC se encuentra en las guerrillas liberales que le hicieron frente a la represión de Ospina y del “monstruo” – así le decían, incluso, sus seguidores – Laureano Gómez, que llevó a casi 70 años de violencia ininterrumpida.

Esos sectores, que hoy en día siguen vendiendo el “miedo al comunismo” – hoy le llaman “castrochavismo” – siguen dispuestos a todo con tal de continuar la guerra, porque su objetivo nunca ha sido la justicia sino la venganza. Por eso, entre otras cosas, Gaitán había convocado, un par de meses antes de su asesinato, la famosa “marcha del silencio”, pidiéndole al gobierno el fin de la violencia que asolaba los campos de Colombia. Mejor dicho, Gaitán clamaba por la paz de Colombia.

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Por eso, mataron a Gaitán, algo que, en estos tiempos tan agitados y polarizados, como aquellos de los años cuarenta y también de los cincuenta, sesenta, setenta, ochenta, noventa y los de este siglo, no debería olvidarse.

O, bueno, yo se los cuento, por si acaso quieren tenerlo en cuenta.

*Petrit Baquero. Historiador y politólogo. Autor de los libros El ABC de la Mafia. Radiografía del Cartel de Medellín (Planeta, 2012) y La Nueva Guerra Verde (Planeta, 2017).

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