Lucho Díaz en Villa Campestre

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Lucho pareciera vivir en un universo fantástico, ese en donde los sueños se hacen realidad. Su ascenso ha sido meteórico, no obstante plagado de entrega y sacrificio.

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Pertenezco a la generación que trasnochó con las carreras de Juan Pablo Montoya y  madrugó por los partidos del Tino Asprilla en Europa. El esfuerzo por ver esas trasmisiones no lo hacía porque fuera un apasionado incorregible de la Formula Uno o del fútbol internacional, el asunto tenía que ver más bien, con el orgullo, la emoción, que sentía viendo a estos pioneros del deporte colombiano, que reclamaban con gallardía un espacio en el concierto internacional.

Representaban a un pedacito del amarillo, azul y rojo del otro lado del mundo, en medio de épicas batallas deportivas. Nosotros, acá en Colombia, a través del televisor no podíamos sino, hacer fuerza y clamar porque los milagros les acompañaran y pudieran salir victoriosos, o al menos airosos de dichas gestas.

La lista de orgullos patrios en el deporte y en la cultura es larga y no se detiene. Sin embargo, en lo que a mi respecta, de todos ellos, hay un colombiano en la actualidad que me hace sentir lo de aquellas épocas, me refiero al guajiro Luis Díaz.

Soy hincha de los que va al estadio y a “Luchito”, como se le reconoce por cariño,  lo vi en todos sus partidos con el Junior, en donde siempre descolló como un jugador excepcional, intratable por su rapidez, que generaba muchas ocasiones de gol, pero que tenía algunos detalles que corregir en su definición, estaba en su proceso de formación.

Luchito creció y mejoró, ya sus debilidades son historia, hoy se exhibe como fiel e importante representante del fútbol espectáculo. Su cotización sigue creciendo, juega en el Liverpool FC, uno de los clubes más reputados de Inglaterra y muchos otros equipos sueñan con tenerlo.

Se volvió una estrella el muchacho humilde de Barrancas, un pueblo minero en la Guajira cuya población completa, llena medio estadio Metropolitano de Barranquilla. No sabían ellos que además de carbón, la tierra, con todo y raíces indígenas, podía emanar diamantes para exportar.

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Está de vacaciones y aunque por su trabajo puede estar en cualquier lugar del planeta, prefiere venir a descansar cerquita de los suyos, es un tipo sencillo y agradecido. Pasa un tiempo en su pueblo Barrancas y otro en Barranquilla, que también es su casa.

Lucho pareciera vivir en un universo fantástico, ese en donde los sueños se hacen realidad. Su ascenso ha sido meteórico, no obstante plagado de entrega y sacrificio. Ya en toda la orbe lo reconocen como una figura relevante en su actividad deportiva. Según Transfermarkt, la página  web que emite valoraciones de jugadores, hoy el pase del futbolista está tasado en 75 millones de euros, es decir una cifra cercana a los 340 mil millones de pesos.

Por todo lo anterior, me pareció muy extraño cuando me dijeron que Luchito estaba jugando un partido con unos amigos en la cancha sintética de Villa Campestre,  el barrio en el que vivo, ubicado en los limites de Barranquilla y Puerto Colombia. Le conté a mis dos hijos menores de edad, afiebrados por el fútbol y seguidores del crack, sobre la posibilidad de que estuviera en la cancha de la esquina de  nuestra casa,  y emocionados salieron para sus cuartos volviendo en pocos segundos enfundados con sus camisas de Junior. Me urgían para ir al lugar en que se encontraba Lucho, querían tomarse fotos y que les firmara sus camisetas.

Llegamos a pie al sitio, encontramos a unas treinta personas en la puerta de acceso a la cancha. La entrada estaba restringida. Hablé con el vigilante, nos permitió el ingreso, me conocía como cliente y vecino. No sé quien marchaba más emocionado, si mis hijos o yo.

Mientras caminábamos lo vimos a la distancia, ya se aprestaba a salir, habían terminado el juego y firmaba algunas camisetas rodeado de amigos y familiares. Encontramos a un Luis Díaz amable, accesible, generoso, presto a cumplir los requerimientos inocentes de su hinchada. Sin nada de urgencia nos tomamos fotos, firmó las camisetas de mis hijos y antes de irnos le agradecí por dejar tan en alto a nuestra patria y también le desee lo mejor en lo por venir. Volvimos a casa muy contentos,  más fanáticos que nunca de Liverpool y de su gran figura, nuestro paisano Lucho Díaz.

Al día siguiente, en un conjunto residencial ubicado en la parte de atrás de la cancha donde estuvo Luchito, ocurrió una masacre, le propinaron 33 tiros a cuatro personas miembros de una misma familia. En lo que va corrido de este año ya son 7 las masacres que se han reportado en Barranquilla y su área metropolitana y un total de 303 homicidios a cierre de mayo en todo el departamento del Atlántico. Ahora solo puedo pensar en lo expuestos que estamos todos por la violencia, el hampa nos tiene sitiados y cada día la situación empeora más.

Qué raro Lucho Díaz en Barranquilla.

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*Rodney Castro Gullo, Abogado, escritor y columnista. @rodneycastrog

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