Estados Unidos: El daño está hecho

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En Estados Unidos, crece y se fortalece un monstruo, que recuerda al de la Alemania de mediados del siglo pasado.

Al negarse a reconocer la victoria de su oponente, Trump deteriora la credibilidad de las elecciones, las instituciones y la democracia y le da un golpe fatídico a principios fundamentales como la alternancia y la tranquila transmisión del poder.

Cuando sostiene reiteradamente que le robaron las elecciones, el mismo presidente de los Estados Unidos gesta la idea de que las instituciones son tramposas y los ganadores ladrones. Así, mediante la desinformación, le apuesta a encontrar un camino que, eventualmente, le permita retorcer los resultados obtenidos y, en su defecto, le dé una justificación para actuar en el futuro en revancha. Además, posa de víctima, crea en sus bases sed de venganza y refuerza el odio y la polarización. Poco importa que éstos sean motores de violencia, pues se han mostrado útiles y efectivos.

El viernes 13 de noviembre, las últimas proyecciones de las elecciones presidenciales dieron ganador en Georgia y Arizona a Biden y a Trump en Carolina del Norte. Según ellas, el demócrata obtiene 306 delegados electorales y el republicano 232. En el voto popular, el presidente electo supera los 78.6 millones de votos, con una ventaja de más de 5 millones sobre su adversario. El holgado e histórico triunfo de Biden, por supuesto, tiene la mayor relevancia, pero lo sucedido deja preocupaciones.

Desconcierta el mensaje que se recibe de cerca de la mitad de los votantes: la mentira, la corrupción, la misoginia, la xenofobia no merecen censura sino, por el contrario, son recompensadas. Setenta y tres millones de personas optaron por la reelección del líder de un movimiento populista fundamentado en la supremacía blanca, la polarización, la intolerancia y el odio, unos sentimientos que se propagan como maleza en sus bases, reforzando su resentimiento e incredulidad en un sistema que las ha excluido.  

Nada extraña que Trump no reconozca su derrota; ya lo había insinuado y reiterado antes de las elecciones. No es raro que mienta de manera frecuente y premeditada. Según el mismo lo ha afirmado en varios escenarios, ésa es la manera de convencer. No importa que lo que diga sea falso; lo importante es convencer que es cierto.

Tampoco sorprende que, después de su derrota, Trump haya puesto en marcha la estrategia de desinformación que tenía preparada en 2016.  En caso de que perdiera las elecciones, que era lo que se esperaba, se diseminarían diferentes teorías de conspiración por todos los canales posibles. Acusaciones de fraude masivo, sin fundamento alguno, se pondrían a circular a través de las redes sociales reproduciéndose a enorme velocidad y hasta la saciedad a través de sus bodegas. Los medios afines, que no son pocos, se encargarían de amplificar y afianzar la narrativa.

Lo anterior se ha implementado en estos días al pie de la letra y los medios que han hecho la tarea han visto disparar sus audiencias sedientas de propaganda que refuerce sus creencias. El equipo electoral de Fox tuvo la osadía de proyectar el triunfo de Biden en Arizona antes que los demás medios y así provocó la ira amarga del perdedor en contra del canal que, a pesar de tener programas de opinión alineados con las teorías de conspiración del presidente y destilando hiel, parece haber caído en desgracia con él y sus fanáticos.  

Era previsible confirmar que sus bases le creen cualquier teoría por irreal o descabellada que sea. También era de esperarse que sus fieles seguidores respaldaran y justificaran el proceder de su salvador, pues para ellos es parte de la valiente lucha que libra contra el establecimiento por el bienestar del pueblo trabajador blanco al que le ha prometido devolver el sueño americano que le fue arrebatado. En Washington D.C., miles de personas  participaron en una manifestación en la que protestaron por el  supuesto fraude masivo y reclamaron el triunfo de Trump.

Es dramático que la mayoría de los líderes republicanos sigan a su lado. Parece increíble que ellos aún no hayan tomado distancia de una mentira tan vulgar y de la descabellada intención de permanecer en el cargo a pesar de los resultados de las elecciones. Seguramente temerosos de los 73 millones de votos y del implacable y perjudicial matoneo al que podrían verse sometidos, han optado por proteger sus intereses electorales. Esto los hace cómplices de lo que sucede. En razón a dicho liderazgo, hoy, las encuestas reflejan que el 70 % de los republicanos creen que ha habido fraude masivo.

Desconcierta que la mitad del país subvalore los riesgos de violencia interna generados por movimientos supremacistas armados, empoderados por un discurso incendiario y le importe poco el peligro que significa para el mundo que un personaje con peligrosos trastornos psiquiátricos sea el responsable del uso de las armas nucleares.

No parece realista que las denuncias realizadas ante las autoridades judiciales cambien el resultado electoral. Así los abogados de Trump insistan en que voltearán el resultado, éstos han sido amonestados por los tribunales, han abandonado reclamos e incluso se han visto obligados a admitir que no tenían evidencia de fraude. De otra parte, la Agencia de Seguridad Infraestructura y Ciberseguridad (CISA) señaló: “Si bien sabemos que hay muchas afirmaciones infundadas e instancias de desinformación sobre nuestro proceso electoral, podemos asegurarles que tenemos la mayor confianza en la seguridad e integridad de los comicios, y ustedes también deberían tenerla”… “Las elecciones del 3 de noviembre fueron las más seguras en la historia de Estados Unidos”.

Aunque nada se puede asegurar en este momento y Trump pueda sacar alguna sorpresa del sombrero, se espera que en los próximos días se resuelvan las denuncias, los resultados oficiales confirmen las proyecciones y la transmisión se lleve a cabo con o sin su beneplácito.

Pero incluso en el mejor de los escenarios el daño está hecho. La democracia ha quedado gravemente herida, sus instituciones en tela de juicio y, a pesar de la derrota, en Estados Unidos crece y se fortalece un monstruo, que recuerda al de la Alemania de mediados del siglo pasado.

*Juan Manuel Osorio, abogado experto en derechos humanos.

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