Idola Tribus

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“El que da buenos consejos, construye con una mano; el que da buenos consejos y ejemplos, edifica con ambas; pero el que da buena advertencia y mal ejemplo, construye con una mano y tira hacia abajo con la otra”.

“El conocimiento es poder”.

“La esperanza es un buen desayuno, pero es una mala cena”.

Francis Bacon (1561-1626. Filósofo y escritor inglés). 

(Lea también: Cisnes blancos, cisnes grises y cisnes negros)

Los “Idola tribus” llamó el filósofo inglés Francis Bacon a las dificultades del entendimiento o de la actitud cognitiva nublada por aferrarse a una concepción predeterminada que impide el conocimiento. Como una especie de venda ideológica que solo acepta la verdad que cuadra con ella. En otras palabras, talvez más complicadas, “es una categoría de falacia lógica, la cual se refiere a una tendencia de la naturaleza humana de preferir cierto tipo de conclusiones incorrectas”. Quizás la historia del pensamiento está plagada de ejemplos de condicionantes ideológicas de las evidencias científicas. Son los estragos de las ideologías (religiosas o políticas).

No asumimos que las ideologías sean absolutamente perversas o deformantes o inductoras necesarias del error. Pero cuando son obcecadas su resultado es: la deformación de la realidad en cuanto conocimiento.

Las ideologías son necesarias como factor identitario de un proyecto político, siempre con el riesgo del fanatismo y la no recurrencia a la evidencia científica, su desprecio cuando no cuadra con ella.

Son como los remedios que sirven para curar, pero con las dosis indicadas, para que no resulte peor el remedio que la enfermedad.

Toda esta reflexión o antecedencia obedece a la recepción en mi correo de una invitación a “defender en las calles lo que se ganó en las calles”. Convocatoria en estos días agitados de la política colombiana. Mi primera impresión, porque desde luego se trataba de salir a defender “el Gobierno del Cambio”, fue que lo que se ganó fue en las urnas. Quizá algún memorioso “bolchevique”, autor del llamado quería aludir a alguna “victoria revolucionaria”, distinta a un contexto de Estado de Derecho y a un evento de una Democracia.

Este tipo de insuflada pasión revolucionaria, obedece más a un dislate de época y circunstancias que llevan desafortunadamente y en consecuencia a lo inesperado, o al resultado adverso.

La amenaza de las “masas” copando las calles para reivindicar algún derecho o protestar para lograr o impedir alguna medida, no siempre conduce al mejor resultado o se aviene a un ejercicio democrático, desde luego es un derecho, pero no siempre es el mejor camino, máxime cuando quienes lo utilizan en forma bastante reducida se comportan como vanguardias agresivas, cuya razón reside en la intimidación y la recurrencia a la violencia callejera.

(Texto relacionado: Ciudad Lectora: ¿Bogotá?)

Hay una especie de fetichización o sacralización de las masas, propia de un cierto infantilismo de izquierda, que pretende imponer sus propias visiones ideológicas, justas o no, por la vía del vanguardismo militante que reemplaza el verdadero ejercicio democrático. Llama la atención que un movimiento que surgió de la desritualización de la Izquierda, aunque tomó equivocadamente el camino de las armas y que después rectificó y se convirtió en una importante fuerza política jugando electoralmente en el terreno de la democracia, recurra al “putschismo” o golpes de mano como respuesta a sus propias equivocaciones o por no decir torpeza política, o retroceda en su comportamiento político para retrotraer el vanguardismo callejero.

Gobernar no es fácil. Requiere mesura, capacidad de maniobra y adelantamiento o anticipación por la vía democrática a situaciones que pueden ser previstas, no siempre deseadas pero controlables. Tampoco se justifica la comparación con gobiernos anteriores que hicieron lo mismo y “nadie dijo nada”. Se sabía que a este Gobierno no le iban a perdonar nada. Pero la mayor equivocación es justificarse por la vía de las malas o cuestionadas prácticas de épocas anteriores, aducidas como excusa.

Hay que ponerle mucha imaginación e intachable comportamiento a un Gobierno que pretende ser distintos a los pasados. Esta es una exigencia propia de un proceso que pretende ser innovador y rupturista con el pasado, que debe iniciarse desde el mismo Jefe del Estado. Si no terminará siendo uno más de la lista y una frustración para muchos y muchas que desean ver un cambio.

Pueden revisarse estrategias, por ejemplo, el mensaje hacia el sector privado ha sido equívoco y no convocante. Puede que se aduzca al intento de colocar los intereses particulares sobre los intereses públicos, pero no siempre es así. Se trata de ganar Gobernabilidad, teniendo claro que lo contrario, la ingobernabilidad, se entiende como una situación disfuncional que entorpece la actividad propia del encargo gubernamental para atender las demandas de los gobernados.

Lo que desconcierta es esa oscilación, ese entrevero entre juego democrático y la convocatoria callejera. Como que a veces, el desánimo por los pocos resultados o la lentitud de los mismos, lleva a buscar el mágico impulso de las masas, que a su vez poco han respondido a tales llamados y se remite a los activistas, no muchos, por cierto, que no tienen control y mucho menos auto-control en su comportamiento callejero y llevan a situaciones no deseadas y que obligan equívocamente a la minimización de sus desmanes, de manera bastante insólita y a la exageración por parte de quienes lo padecen.

A manera de hipótesis, me atrevo a decir que esta ambigüedad, esa especie de nadado “en dos aguas”, resta gobernabilidad y conduce a teorías conspiracionistas de lado y lado (Gobierno y Oposición). De tal manera que se pierde legitimidad y confianza.

La democracia debe avanzar y no retroceder, con sobriedad y respeto.   Una apuesta por buscar sus caminos a pesar de las adversidades es una legítima vía que merecerá su reconocimiento en momentos de verdad o prueba. Recordemos unas palabras del expresidente de Uruguay, José Mujica: “A mí me hicieron pinta de presidente pobre, ¡no entendieron un carajo! Yo no soy pobre; pobre es el que precisa mucho. Mi definición es estoica. Y es que, si el mundo no aprende a vivir con cierta sobriedad, a no despilfarrar, a no desperdiciar, si no aprende esto pronto, nuestro mundo no va a resistir”.

(Le puede interesar: El diferencial)

*Víctor Reyes Morris, sociólogo, doctor en sociología jurídica, exconcejal de Bogotá, exrepresentante a la Cámara, profesor pensionado Universidad Nacional de Colombia.

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