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Lo evidente es que Duque sigue concibiendo el sistema internacional con la misma visión de la época de la Guerra Fría.

Mientras el país se termina de desmoronar, el régimen cubano se convierte en la prioridad del gobierno colombiano. No obstante que los números de asesinatos, violencia sexual, agresiones físicas y en general todo un amplio espectro de infracciones, cometidas por la policía nacional sobrepasan los números registrados en la isla, la canciller salió compungida, exhortando al mundo a rechazar la represión contra las protestas.
El tema cubano pasa a unirse a la diatriba permanente que desde Bogotá se profesa contra el gobierno del vecino país, con la cual, solo se ha logrado fortalecer al tirano de Miraflores. De hecho, las horas contadas que anunció el mandatario colombiano en Cúcuta, pasaron recientemente las veinte mil.
El gobierno no quiere aceptar que en el escenario internacional el nombre de Colombia es sinónimo de masacres, violencia policiaca, violación de derechos humanos, desigualdad, corrupción, incumplimiento de los Acuerdos de La Habana y una escandalosa concentración de poder que ha erigido a Duque como un tirano de la peor calaña, digno de una republiqueta bananera.
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No conformes con la debacle interna, el gobierno decidió que el mejor camino para invisibilizar la realidad nacional y fortalecer la vil campaña del partido de gobierno para las próximas elecciones es actuando como un forajido. Convertido en un vándalo internacional, sin escrúpulos está dispuesto a incumplir los acuerdos internacionales y socavar la institucionalidad global.
De esa manera se comportó con la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, luego del informe que evidenció el dantesco escenario protagonizado por unos victimarios que, a nombre del Estado, actuaron en contravía de los derechos humanos, la Constitución y las normas que garantizan el legitimo derecho a la protesta.
Como si fuera poco, desde la llegada de Duque a la Casa de Nariño, Colombia pasó a convertirse en protagonista de excepción de los más bochornosos escándalos en la arena internacional. Pasamos por la expulsión de diplomáticos, el señalamiento al gobierno ruso de intervención indebida en asuntos internos – sin pruebas -, una abierta y vulgar participación en el proceso electoral norteamericano a favor de Trump, la mercenaria operación Gedeón, el apoyo irrestricto a un autoproclamado presidente interino que acudió a una banda criminal para pasar la frontera y ha despilfarrado más de quinientos millones de dólares del presupuesto venezolano.
Por último, una cereza en el pastel del tamaño de la pirámide de Giza: una extraña relación con el atentado que le costó la vida al presidente de Haití.
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El solo vínculo de Duque, su jefe político, una embajadora, senadores del partido de gobierno, sumado al ciudadano venezolano Juan Guaidó, con Tony Intriago, mercader de la muerte que contrató a los asesinos de Jovenel Moïse, es inadmisible y debe ser explicado con la mayor claridad.
En ese orden de ideas, la desatinada intervención de la canciller y sus declaraciones sobre Cuba solo puede ser interpretada como una distracción que busca ocultar una dramática realidad que vive Colombia, acompañada de la vieja estrategia de sembrar miedo para recoger votos.
Lo evidente es que Duque sigue concibiendo el sistema internacional con la misma visión de la época de la Guerra Fría. Continúan enmarcados en un parroquialismo y provincialismo que los hace imaginar a un planeta sin redes sociales, sin ONGs dispuestas a jugarse la vida por la verdad. Olvidan que la arena internacional es multipolar y que son diversos los ojos que vigilan la actuación de los gobiernos.
La realidad de hoy es que la obsoleta estrategia de construir cortinas de humo no funciona y queda signada solo para los peores gobernantes, aquellos dispuestos a pasar por encima de su nación, con tal de conseguir sus propios intereses.
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*Héctor Galeano David, analista internacional. @hectorjgaleanod