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Seguiré apostando con el alma a la paz de una nación que no logra superar el odio y la venganza.
Querido papá:
Hoy, cuando me siento al frente del computador a escribirle estas líneas, es sábado 8 de agosto. Hace 23 años, un viernes 8, a esta misma hora, madrugaron los asesinos del ELN a acabar con su vida de la manera más salvaje. Y nuevamente, como sucede desde entonces, en forma sagrada, con la pantalla en blanco, comienzo a recordar tantas cosas alegres de su vida tan fructífera y la profunda tristeza de una muerte injusta y temprana que nunca debió suceder. Cada año que pasa comprendo más el dolor de millones de víctimas en este país. No cabe duda que la violencia deja secuelas, heridas, consecuencias. La vida jamás vuelve a ser la misma después que, de manera irracional, nos arrebatan a un padre, una madre o un hijo. En mi caso, nunca dejo de imaginar su felicidad con sus nietos, cuánto podrían aprender del abuelo, de sus viajes, de su voracidad como lector, de su cucuteñeidad, de sus historias. Y pienso diariamente en la vejez que le robaron, rodeada del amor de su familia y el afecto y respeto de miles de amigos en la ciudad que usted adoró. Este año, el pasado 19 de julio, estaría cumpliendo 90. Ese día con nostalgia añoré que usted siguiera con nosotros, con esas ganas inmensas de vivir intensamente, si el ELN no hubiera cometido la monumental estupidez de asesinarlo. Seguro, papá, estaría muy aburrido estos meses con la pandemia que padecemos.
Este último año ha sido bien extraño. Se nos fue entre la lucha por defender un acuerdo de paz que aún los insensatos se empeñan en destruir y la llegada de un extraño virus desde la China, que todavía los científicos discuten si fue producido deliberadamente o por accidente. El COVID-19 se convirtió rápidamente en una pandemia que hoy amenaza la estabilidad global y que, en Colombia, ha producido hasta ahora más de 11.000 muertes y la mayor crisis social del último siglo. La vida nos cambió a todos de un momento a otro. En Bogotá, en estos días, llegamos al pico del contagio, con un temor generalizado en la gente, las clínicas y hospitales al tope y la incertidumbre absoluta sobre el momento en que terminará esta pesadilla. Las relaciones cambiaron y ya nadie se saluda de mano, mucho menos de beso; andamos con tapabocas quirúrgicos todo el tiempo y el gel antibacterial hace parte de nuestra rutina diaria. Los médicos, sus colegas de la profesión que tanto amó, hoy son admirados y queridos como nunca antes por los colombianos.
Mientras tanto, el mundo continúa su marcha. La democracia corre riesgos en muchas naciones como consecuencia del caudillismo y el autoritarismo, más ahora cuando por razón de la pandemia se cae fácilmente en la restricción de libertades y en la concentración del poder presidencial y el consecuente debilitamiento del legislativo y el judicial. En Colombia, llevamos más de cuatro meses prácticamente encerrados en nuestras casas y todas las actividades ahora son virtuales. Términos como Zoom o webinar, antes totalmente desconocidos, hoy hacen parte del léxico diario.
El gobierno de Duque lo hizo bien al comienzo de la pandemia al adoptar la decisión del aislamiento general o cuarentena de manera drástica y oportuna. Sin embargo, en los meses siguientes, la descoordinación entre gobierno nacional y los regionales es evidente, la ineficacia en la ejecución del gasto para atender la salud y el ingreso de la gente es muy dañina y hoy tenemos el mayor desempleo en América Latina y la amenaza de una crisis social que se llevará por delante los avances de esta sociedad en los últimos 20 años contra la exclusión y la pobreza. A pesar de esta situación, los sectores radicales del gobierno y del Centro Democrático insisten en su propósito de hacer trizas la paz, generando una gran desconfianza en la población de las regiones afectadas por la guerra. No logran hacer trizas la paz pero sí engavetaron los acuerdos y crecen los asesinatos de líderes sociales y excombatientes, sin que el gobierno haga nada por detenerlos. Indiferencia e indolencia parecen resumir la actitud oficial. El clima político empeorará ante la decisión de la Corte Suprema de Justicia de avanzar en un proceso judicial contra Uribe y la furibunda reacción de sus copartidarios al desconocer totalmente la autonomía de la rama judicial. Grave amenaza a la institucionalidad.
En fin papá, como todos los años, en el país que usted tanto quiso nunca dejan de pasar cosas. En el plano político, se cumplen dos años del gobierno nacional y ya comienzan a agitarse las candidaturas presidenciales. En mi caso, ya por fuera de su partido del alma, que agoniza penosamente en manos de Gaviria, trabajamos con entusiasmo en la consolidación de En Marcha y creemos firmemente en la necesidad de una amplia coalición de oposición de centro izquierda al gobierno de Duque, sin vetos ni exclusiones. Una opción ciudadana alejada de los extremos radicales y de los partidos tradicionales. Solo así lograremos cambiar el rumbo que lleva el país con un régimen de derecha excluyente que afecta libertades y derechos.
Son muchos años ya papá. Su recuerdo me llena de nostalgia; su ausencia, de impotencia. Hay imágenes que nunca se olvidan. Cada vez que sobrevuelo a Cúcuta recuerdo la dolorosa tarde que aterricé en nuestra amada ciudad para despedirlo en forma definitiva en medio de una multitud desconcertada. No dejo de pensar en la vida que tendríamos hoy si ese 8 de agosto de hace 23 años los sicarios hubieran fallado en su criminal intento. Su memoria me acompaña en forma inseparable en cada acto de mi vida, en cada decisión, en mi obsesión por la reconciliación nacional y el reconocimiento a las víctimas de esta guerra. Seguiré apostando con el alma a la paz de una nación que no logra superar el odio y la venganza. En esa lucha persistiré desde donde me encuentre hasta el final de mis días, porque estoy convencido que es el mejor homenaje a su vida, siempre comprometida con esta causa. Por Daniela que hoy nos acompaña, por Juan Nicolás, por todos sus nietos. Ellos merecen vivir en un país distinto al que nos tocó. No tienen que sufrir igual que nosotros. Me resisto a aceptarlo. Es posible hacerlo. Hasta el próximo año querido papá.
*Juan Fernando Cristo, @cristobustos, ex Ministro del Interior y ex senador.