About The Author
Sin el apasionamiento de la izquierda o la derecha, también seguimos el rumbo del país y nos movemos en muchos lugares.
(Lea también: ¿Espejos de España nos traerá Francia?)
En Colombia han triunfado los gobiernos de derecha, esto nos dice que somos, o un país muy conservador, o un país más bien temeroso a los cambios. Algunos países de la región han tenido cierta alternancia y podemos hacer la crítica de si les ha ido bien o mal. Pero escuchamos nombrar a este período como el primer gobierno de izquierda en doscientos años, o como el gobierno que pretende desmejorar doscientos años de vida republicana. Hay un grupo de gente aburrida, moderada o víctima observando al final de los idearios.
Quienes sabemos que no han sido tan elogiosos esos doscientos años, en los que supuestamente hemos enfrentado al comunismo internacional, también sabemos que querer romper esas desigualdades históricas nos ha costado mucha sangre en una venganza que parece eterna.
Ambos puntos de inflexión llegan al conocimiento de, que por un lado o por el otro, demasiada pasión termina haciendo malos ciudadanos, malos coterráneos. Y así hemos vivido generaciones de colombianos. Como en muchas partes del mundo, como en muchos ámbitos, entre lo tradicional y lo libertario.
Es como si ambas fuerzas humanas necesitaran la una de la otra. Y esto es valioso, por ejemplo, en términos electorales. Si miramos el comportamiento de los votantes que surgen de las primeras vueltas, esas fases de la conquista que tienen claro un nombre y un partido político, y los de la segunda vuelta, que según los resultados de la primera, se van por quien ayude a bajar a quien haya sacado su candidatura favorita de la lista, o quienes llenos de esperanzas ganadoras intentan convencer a dos familiares o amigos más, entre estos dos perfiles, tanto los perdedores de la primera vuelta y los que quieren confirmarse en la segunda, necesitan a unos terceros.
Muchos de los 2´753.245 ciudadanos que hicieron la diferencia ganadora en 2022 no comulgamos, -quizá comulgamos pero no tenemos problema con nuestro familiar ateo- con Gustavo Petro en muchos aspectos de su forma de gobierno, pero votamos por su propuesta política, sabiendo que tampoco lo tenía difícil dada la naturaleza teórica de sus contendores y el estallido social sobre la mesa, pero de todos modos, nos han querido extinguir con la frase, “el centro no existe”, al tiempo que hemos sido capitalizados como los indecisos. Entre la inexistencia y la indecisión vivimos.
El asunto es que además de existir, estamos en una trágica frontera entre tradiciones y libertades, sabemos que ambas fuerzas, al menos en Colombia, nos han llevado a extremos que cada colectividad que se precia de decir soy de derecha o soy de izquierda, quisiera borrar de la historia de su tendencia política. Hemos vivido entre El Salado y el Collar bomba, ambos del año 2000, para dar un ínfimo par de atroces ejemplos.
(Texto relacionado: Un gran pensador)
Pero bajando de las palabras nuevamente a los números, definimos una elección presidencial, una alcaldía o una gobernación, nada menos. Estamos entre esos 2´245.682 que hicieron la diferencia en la segunda vuelta al votar por el ministro de defensa de Álvaro Uribe, que se transformarían en 4´515.171 para su segunda vuelta en 2014. También entre esos 2.781.832 de los que aún no sabemos cuántos por cortesía del narcotráfico, que en segunda vuelta votaron por ese joven senador.
La gente de ese centro que no existe, los indecisos, hasta tibios nos han dicho, siendo este el peor insulto, ya que da una mala imagen acerca de nuestra vida íntima, tenemos cierto poder de veto entre la derecha y la izquierda. Apoyamos un proceso de paz que hoy provee al país de instituciones que de otro modo no tendríamos, esto con las peores consecuencias. Pero también hicimos parte de la diferencia que le entregó el país en una pandemia, a este hombre en plena crisis de atención de los cuarenta, con ese beneficio de la duda de los votos pagados. Nuestras decisiones, si bien aleatorias o vergonzantes, definen agendas y futuros. Así que cada vez que usted se encuentre con algún valioso espécimen que le dice no sé todavía, sepa que puede hacer más diferencia, que su aliado o su contrario, quien ya estará invitando a votar en contra del posible ganador. Esos opuestos más peligrosos, desde luego están muy lejos del centro en su partido político.
Este mismo sector observa con atención las virtudes y defectos de este gobierno, al que no se le ha encomendado poco para estos cuatro años, pero dudo que se pueda volver a pensar en otra candidatura de izquierda, si no vemos resultados claros, muy exigidos tanto por sus ambiciones discursivas, como por la indignación-ambición de su puesto de poder por los contrarios. Sin el apasionamiento de la izquierda o la derecha, también seguimos el rumbo del país y nos movemos en muchos lugares, en el campo, la ciudad, al lado del río o del mar, también somos esos colombianos que siempre han estado en medio del conflicto armado, que tuvimos que recibir a guerrilleros y paramilitares con su discurso forzado por cualquiera de las dos causas. Sabemos que a veces se necesita conservar. Conservar un proceso de paz, por ejemplo. Que a veces se necesita poder popular. Poder tener agua, comida y salud en tantos lugares alejados de Colombia. Y vivimos como una aguja radial, de velocímetro, de tanque de gasolina, entre un extremo y otro, atentos para no ser llevados a ningún lugar, porque nuestra esencia es, digamos, secular políticamente, más bien antipartidista pero activa, y somos unos pocos millones electorales omitiendo opiniones tajantes, pero observando al poder político. Yo nos tendría en cuenta.
Mientras tanto nuestros coterráneos más decididos, siguen viviendo en sus ideales, notando cómo el otro lo está haciendo enfáticamente mal. Están seguros. Tan poco seguros de tener totalmente la razón, menos al costo que sea, hemos visto cómo todo empieza de manera verbal. Y cómo puede terminar, de manera material y mortal. Ya conocemos ambos furiosos puntos de vista. Así que, por oponernos a seguir ideas a muerte, tenemos justificada nuestra existencia. Detrás de todas las banderas militantes, hay una que vamos a compartir siempre que nos digamos colombianas y colombianos.
(Le puede interesar: Bogotá, donde se acaba la empatía)
*Carolina Castro, promotora de lectura, estudiante de literatura y conocedora de la Colombia rural. @castro83carla