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Creo que el hecho de que se haya hundido transitoriamente la reforma laboral puede verse como una buena oportunidad de agregarle temas dejados de lado.
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Durante mi pregrado, dos de mis temas predilectos de estudio, que abandono y retomo constantemente, y que siempre me rondan la cabeza, han sido el empleo y la salud mental. Especialmente lo concerniente a la precarización laboral y a la alta tasa de suicidios a nivel mundial.
A pesar de lo disímiles que puedan parecer a primera vista, realmente creo que estos problemas actuales tienen una conexión estructural y fundamental. Me parece que son dos síntomas de la grave enfermedad de la sociedad contemporánea: el funcionamiento del sistema económico.
Más allá del debate sobre el cambio estructural del sistema económico, que está lejos de acabar, y aún más lejos de concretar algo en la realidad, es menester buscar mecanismos que atenúen los problemas que lo anterior produce. De aquí la importancia de reformas como la laboral, pues esta tiene la potencialidad de solucionar problemas de precarización, y con esta de calidad de vida de las clases trabajadoras.
En Colombia, sin embargo, hay un problema previo a la calidad del empleo: la falta de empleo. En efecto, en Colombia hablar de empleo es, más bien, hablar de desempleo y de empleo informal. Históricamente las tasas en estos temas han sido muy altas. La última revelada por el DANE es de 10,5% de desempleo y de 55,7% de informalidad. Es decir que un grupo reducido de personas, 44,3% de los empleados, serían las eventuales beneficiarias de una reforma laboral que solo propicie la calidad del empleo sin tener en cuenta la creación de nuevos empleos formales.
Precisamente la reforma que la ministra Gloria Inés Ramírez intentó tardíamente impulsar en el congreso solo trataba temas de la calidad del empleo, es decir de la disminución de la precarización laboral, pero, como dijo la senadora Carrascal, no tenía el fin de incentivar la creación de nuevos empleos formales. Entonces, la reforma no confronta los problemas reales del mercado laboral colombiano, o al menos solo lo hace de manera parcial.
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La derecha dice, en palabras de la senadora Valencia, que es mejor 3 empleos regulares que 1 de calidad. Pero sus propuestas, que son las mismas desde hace más de 30 años, ni crean 3 empleos regulares ni garantizan la calidad de 1 empleo. Este sector político tiene razón en enunciar que a lo que se deba apuntar es a crear empleos, pero se equivocan en la solución.
En definitiva, mejorar la calidad de los pocos empleos formales existentes no es la solución a los problemas del mercado laboral del país. Pero tampoco lo es mantener una precarización que le ha costado calidad de vida y en ocasiones la misma vida a tantas personas.
Por eso creo que el hecho de que se haya hundido transitoriamente la reforma laboral puede verse como una buena oportunidad de agregarle temas dejados de lado. No se puede renunciar a la búsqueda de calidad de los empleos que existen, pero medidas que incentiven la creación de nuevos empleos deben tenerse en cuenta. El nuevo articulado debe ser mixto en este sentido. Y si es consensuado, como la reforma pensional, y a diferencia de la de salud, podría no solo ser un gran logro del gobierno, sino también un paso para mejorar la vida de los colombianos.
Adenda. Así como no se acaban las infidelidades con una “ley cero cacho”, tampoco resolvemos las profundas inequidades del país con una burocracia bajo el nombre de “ministerio de la igualdad”.
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*Camilo Andrés Delgado Gómez, estudiante de ciencia política, Universidad Nacional de Colombia/sede Bogotá, @CamiloADelgadoG