¡Salud! Por las vacas

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Una vaca no es cualquier cosa,
Da leche que no lana.
Marrones, blancas y negras
Las vacas mugen todas ellas.
Los cencerros suenan en los prados,
Las vacas tiran de los arados.
Con sus ojitos me miran las vacas,
Las hay sagradas y flacas.
Me gustan las vacas
Con sus rabos largos y sus grandes cacas.

Poema de Alicia Herreros

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¿Sabían que, en nuestro país, en algún momento se ofreció recompensa por encontrar una vaca en especial y de esta forma evitar muchas muertes?

Pues sí, es la fascinante historia de la vacuna de la viruela. En 1558, el virus llegó a la Nueva Granada en el cuerpo de algunos esclavos comprados por Juan de los Barrios, primer obispo de Santafé. Se presentaron brotes cada cierto tiempo, pero el más fuerte se dio en 1782, dejando como consecuencia un gran porcentaje de muertos. Mientras tanto en China se practicaba el ‘variolización’, procedimiento que consistía en hacer pequeñas incisiones en la piel y aplicar cierta cantidad de pus de un paciente infectado a uno sano y de esta manera salvarlo de los fuertes síntomas de la enfermedad y de la muerte. En algunos lugares, se utilizaban las costras de las pústulas inhaladas por la nariz. Esta práctica se extendió por toda Europa gracias a Lady Mary Wortley Montague, quien la llevó a Reino Unido en 1720. Mary fue una gran intelectual, escritora, inquieta, feminista, libre, quien reclamó al obispo de Salisbury mediante sus textos por lo inasequible de la cultura para las mujeres. Sufrió de viruela a los 26 años y perdió a su hermano por la misma enfermedad; en una carta dirigida a su amiga Sara afirma: “Soy lo bastante patriota para tomarme la molestia de llevar esta útil invención a Inglaterra y tratar de imponerla”. Mary observó las bondades del ‘variolización’ mediante dos ensayos clínicos: uno con seis condenados a muerte en la prisión de Newgate y otro con varios niños de un orfanato de Westminster. Este tipo de inoculación salvó muchas vidas, pero se corría el riesgo de infectar a otros y expandir más el virus si la pus era de una pústula joven, así como de transmitir otras enfermedades.

En 1774, Benjamín Jesty, nacido en Yetminster, Inglaterra, sufrió de viruela bovina y decidió inocular a su familia con éxito. Los granjeros en ese momento ya tenían conocimiento de la inmunidad con la que contaban después de ser infectados por las vacas. Hasta se dice que las lecheras eran quienes se encargaban de cuidar a los enfermos de viruela humana, al estar protegidas. Luego entró en escena el médico Edward Jenner en 1796, cuando una lechera en consulta le afirmara que no le tenía miedo a la viruela humana porque ya había contraído la bovina. Fue así que se dedicó a observar a  estos dulces animales. Resulta que quienes ordeñaban las vacas, generalmente mujeres, sufrían de manera leve erupción de pústulas en sus manos; las vacas las contagiaban y de esta forma ellas lograban inmunidad contra el virus humano que tristemente causó muchas muertes, afectando principalmente a niños. Lo que hizo Jenner es comprobar, utilizando el método científico, lo que ya había descubierto Jesty 20 años atrás. Lamentablemente, no hizo publicaciones de sus experimentos en su momento y, aunque George Pearson, fundador de la Original Vaccine Pock Institution, documentó el trabajo de Jesty y luchó porque tuviera el lugar que se merecía en la historia, su esfuerzo no fue validado porque no lo presentó él mismo. A Jesty tal vez lo que menos le interesaba era el protagonismo. Su intención fue proteger a su familia. Con los años se comprobó el acierto de su tratamiento al ser expuestos sus hijos mayores a la viruela humana sin ninguna consecuencia. Jenner, más arriesgado y tal vez irresponsable, lo comprobó y lo registró inmediatamente con un niño. El experimento de Jesty inicialmente le trajo el rechazo de la gente de su lugar de residencia a quienes les parecía inaceptable experimentar con animales. hasta creían que, de seguir haciéndolo, resultarían personas con cachos, cascos o similares. Con el tiempo, fue reconocido y valorado con una placa en Yetminster y posteriormente con un texto en su lápida que reconoció la importancia de este hombre para el desarrollo de la vacuna de la viruela. Mientras tanto, Jenner ganaba grandes recompensas por sus “hallazgos”.

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En Berkeley, el naturista Jenner decidió experimentar con James Phipps, un niño de ocho años, hijo de su mayordomo, gracias a la ordeñadora Sarah Nelmes, de quien le transfirió el pus. Hizo un informe detallado de las reacciones del niño día tras día; un mes después realizó el mismo procedimiento, pero infectándolo con viruela humana. James no enfermó, lo que demostraba el éxito de la inmunidad. Se dice que lo sometió a esta última prueba en varias ocasiones. Inicialmente, la Royal Society le exigió más evidencias así que experimentó con otros niños, entre ellos su hijo de apenas 11 meses. En 1798, hizo la publicación donde se utilizó por primera vez el término vacuna. Jenner provocó el rechazo de la iglesia que no veía bien el hecho de utilizar la enfermedad de las vacas para proteger el cuerpo humano. También fue víctima de burlas, pero luego se ganó la admiración de la gente al expandirse esta práctica que salvó vidas por el mundo. Lo novedoso de Jenner fue comprobar que este método era seguro y que no era necesario utilizar la vaca cada vez. Bastaba con hacerlo brazo a brazo. Hoy día, es considerado el padre de la inmunología.

Volviendo a la Nueva Granada, más específicamente en Santafé, el Virrey Pedro Mendinueta siempre estuvo muy atento para evitar que el virus llegara a la ciudad y tomó algunas medidas entre ellas el control de la entrada de personas infectadas o con muestras de haber padecido el virus de forma reciente, que funcionaron por un tiempo. Finalmente, tal vez por pérdida de rigurosidad de los encargados, fue inevitable el arribo del virus a la ciudad. En 1802, se pidió a los intelectuales de la época que conocieran la traducción de Pedro Hernández acerca de la viruela y los avances sobre la vacuna y se emprendió la búsqueda por una vaca con viruela bovina, ofreciendo recompensa. José Celestino Mutis fue uno de los que estuvo al frente de esta búsqueda visitando los hatos ganaderos sin éxito. Era la esperanza de evitar muertes, pero no se encontró ninguna vaca con la enfermedad porque se desarrollaba en una especie específica europea. Un sobrino de Mutis intentó traer el pus vacuno desde Europa, pero, al no existir neveras, el producto no llegó en buen estado. Finalmente, el Rey de España Carlos IV decidió contribuir trayendo la vacuna a América y empezó la travesía de la real expedición filantrópica, una interesante historia de la que les hablaré en una próxima columna.

Hoy, la protagonista es la vaca. En los pueblos antiguos de Oriente, la vaca era venerada como Diosa madre y para muchas culturas ha sido símbolo de nobleza, generosidad y serenidad.  Probablemente, ningún otro animal nos beneficie tanto. La leche y sus derivados son consumidos en la mayoría de los hogares del mundo como fuente de proteína y estos productos se convierten en soporte de la vida de nuestros niños. En India, es reconocido este animal como sagrado exactamente por esas causas. Para este país, vegetariano en su mayoría, la leche es más que vital. Las vacas representan lo femenino, las madres amamantan a sus hijos y luego es la vaca la que contribuye con el sostenimiento de la vida, razón más que suficiente para apreciarlas como otro miembro de la familia. La vaca es la madre tierra que representa alimento y vida. A eso sumémosle que la mantequilla semi-líquida es utilizada como combustible para las lámparas del templo y es un ingrediente de cocina con propiedades purificadoras. Según ellos, también comer cuajada dos veces al día es considerado un hábito que contribuye a mantener una buena salud. La orina de los bovinos es utilizada como desinfectante y han encontrado en ella beneficios medicinales. En la antigua Roma, los emperadores la utilizaban para cuidar de su higiene bucal y, en el siglo XIX, hacía parte de los rituales de belleza de algunas mujeres francesas. El estiércol por su parte remplaza la leña y sirve como material de construcción al mezclarlo con arcilla. Los bueyes hacen posible la agricultura, el suministro de agua para la población y diversos trabajos. Son muchas las razones para considerarlos indispensables y poseedores de derechos. A los bovinos se les respeta y existen refugios seguros para ellos generalmente financiados por donativos particulares; se les cuida y se les ofrece el primer pan amasado en el día. Indudablemente, la vaca ha contribuido a la conservación de nuestra especie. Las vacas bonachonas, nobles, amorosas merecen más que un brindis; merecen una buena vida y morir de viejas.

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*Marcela Combariza Rincón, ingeniera industrial, gerente de proyectos de la Universidad El Bosque, feminista, seguidora y divulgadora del apego seguro, la crianza respetuosa y la comunicación no violenta. @LaCombariza

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