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A partir de hoy, usted y yo somos objetivo militar y, como terroristas, nos pueden asesinar a mansalva.

Se cumplió el sueño de la extrema derecha colombiana. Los anhelos de ver a un ejército como “fuerzas letales de combate”, dispuestas a exterminar a niñas y niños convertidos en peligrosas “máquinas de guerra”, abandonando los sagrados principios de derechos humanos mediante el desprecio a la legítima protesta.
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A lo largo de ese camino de aporofobia, xenofobia, misoginia, racismo, todo sumergido en un océano de sangre y dolor, nos fue conduciendo ese sector político que hoy gobierna – o mal gobierna -, en un verdadero contubernio con diversos sectores económicos, sociales y académicos. Hoy, sin vergüenza alguna, guardan silencio o en el peor de los casos gritan por más cántaros de sangre, impulsados por el desespero de sostenerse en el poder.
Esa lista de actores, la encabezan las fuerzas armadas y la policía nacional. Sin embargo, toda esta catástrofe humanitaria en la que se convirtió Colombia no sería posible, si desde el Ministerio de Defensa, los medios de comunicación y la Universidad Militar, no hubieran labrado el camino para que el ciudadano Uribe Vélez, declarara públicamente objetivo militar a todo manifestante, posicionándolo como terrorista.
Confieso que al leer por primera vez el twitter de Uribe, supuse que su odio y desesperación por aniquilar la democracia y el Estado de Derecho le había pasado mayor factura a su ya desgastada lucidez mental. En algún momento escuché sobre la revolución nuclear disipada; no obstante, como académico propugno por dedicar tiempo a lecturas construidas sobre cimientos científicos. Es claro que Uribe, el Ministerio de Defensa, la cúpula militar, su universidad y los medios, no le dan el mismo valor al conocimiento.

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No obstante, el twitter de Uribe era solo la punta de un iceberg que tenía una profundidad inimaginable. La aberración ya había comenzado a calar en los militares, luego que un neonazi chileno les había dado una “conferencia” sobre la revolución nuclear disipada.
Se acabó esa época en la que los militares eran formados en derechos humanos, resolución de conflictos y conciliación. Volvimos al obsoleto discurso de esa Doctrina de la Seguridad Nacional, centrada en la construcción de un enemigo interno. A diferencia de esa época de la Guerra Fría, las guerrillas se han ido acabando y ahora encuentran en la política la herramienta para transformar la sociedad. El Frente de Liberación Nacional Farabundo Martí en el Salvador y las FARC en Colombia son dos ejemplos.
En ese orden de ideas, actuando de manera “sacrílega”, se atrevieron a colocar en el sagrado atrio de una institución de educación superior a un “personaje” que acompañó a un genocida como Pinochet en todas las torturas, asesinatos, desapariciones que el tirano chileno ejecutó en sus diecisiete años de matanza.
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Fue fácil entender las imágenes de policías disparando indiscriminadamente, las desapariciones de jóvenes y la reclusión ilegal en sitios de concentración. Emulamos a una de las peores dictaduras de la historia. Terminamos parodiando a un régimen criminal al que pronto borrarán completamente de la historia, al cambiar la oprobiosa Constitución Política, legada por el asesino.
Mientras la academia y los gobiernos del primer mundo han enfatizado los estudios de seguridad en modelos como el complejo interdependiente o relacional de Keohane y Nye, los regímenes de seguridad de Krasner (1982), la teoría de la integración, la seguridad colectiva, la paz democrática y, por supuesto, la seguridad humana, propuesta por la ONU en 1992, en Colombia, volvimos a las cavernas al implementar un “modelo” cuyo único objetivo es criminalizarnos a todos, por el simple hecho de elevar nuestra voz de protesta. A partir de hoy, usted y yo somos objetivo militar y como terroristas nos pueden asesinar a mansalva.
¡Ajua! Colombia retornó a las cavernas.
*Héctor Galeano David, analista internacional. @hectorjgaleanod