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Esta revuelta social algún día tenía que suceder. Algún día tenía que el cansancio superar a la sumisión y al conformismo de una ciudadanía cuya principal característica ha sido el silencio.

Se necesitaron doscientos años para que esta sociedad, cuya principal característica ha sido el silencio, entendiera la importancia de su voz en la construcción de su propio destino.
Doscientos años que empezaron el día en el que unos señores inexpertos en las artes de gobernar y embebidos por la riqueza que se presentaba ante sí, sedujeron a los pobladores de este territorio aun inexplorado y desconocido con la idea de ser un territorio libre y autónomo, dueño de su futuro y poseedor de las llaves de entrada hacia una modernidad que aún no llega.
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Aquel día inició una larga lista de promesas incumplidas, reformas estructurales aplazadas, revoluciones sociales inconclusas y cambios de paradigmas económicos, necesarios para dar ese salto de ser una colonia martirizada para convertirse en una república respetuosa de su ciudadanía.
A ese pueblo sometido por siglos, acostumbrado a la sumisión y a la obediencia le regalaron la idea de ser un pueblo libre. Pero la realidad fue otra muy distinta, o lo que es peor, la realidad para esos pobladores ávidos de libertad siguió siendo la misma de los trescientos años anteriores de conquista y reconquista española: la revolución social nunca llegó, las minorías étnicas, raciales y religiosas siguieron excluidas y segregadas, las mujeres tardaron siglo y medio para lograr algo tan simple como el derecho al voto, los negros nunca alcanzarom a encontrar su lugar en esta sociedad racista y jamás lograron emanciparse del hambre y la marginación, los indígenas son expulsados de sus territorios ancestrales a costa de su propia cultura, los recursos naturales jamás fueron protegidos por las clases dirigentes, quienes solo han encontrado en ellos su más prolífica y abundante fuente de riqueza y dominación.
Han pasado doscientos años desde que se rompieron unas cadenas para quedar amarrados a otras, aún más infames e indolentes que las anteriores, ya que en este caso los verdugos son aquellos quienes en principio compartían los mismos sueños e ideales.
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La idea noble y admirable de una emancipación en este pueblo generoso en recursos y talentos humanos, con un acervo cultural centenario en gastronomía y artes manuales, solo habría de quedarse en vanas ilusiones y promesas incumplidas.
Tal vez por eso, hoy, doscientos años después de haber acogido esa efímera y abstracta idea de libertad, mentirosa e intangible, que solo se dio para unas cuantas familias que han mantenido y sostenido con celo y egoísmo el poder de toda una nación, una multitud enardecida y hastiada de la sumisión ha salido a las calles a reivindicar sus derechos.
Después de tantas y tantas promesas incumplidas y de ese salto a la modernidad que solo vemos por televisión y por redes sociales, esta nueva generación de jóvenes valientes ha entendido por fin que la batuta de su país puede estar también en sus manos. Un ejemplo de ello es haber logrado, con no poco estoicismo y determinación, digna de ser recordada como una epopeya, la caída de la infame reforma tributaria y de su ideólogo, el nefasto exministro Carrasquilla. Éste es un logro de un pueblo cuya determinación y ahínco ha llegado a las calles y vaticina un cambio de mentalidad de una juventud empoderada.
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Lamentablemente, esta revolución, como tantas otras en la historia de la humanidad, no solo se ha conseguido con sudor y lágrimas, sino también con la sangre inocente de ciudadanos de bando y bando. Manifestantes y fuerza pública. Ambos hijos de las mismas clases obreras y trabajadoras que jamás debieron enfrentarse entre sí, y duele saber que este enfrentamiento y esta sangre derramada se han dado más por la reticencia de los poderosos a soltar el poder que por la mezquindad de una facción de un pueblo que ha encontrado en la violencia su único método para hacerse oír.
A la pregunta de si estas revueltas, bloqueos y manifestaciones son el mejor método para encontrar y llegar a las reformas estructurales necesarias para dar ese salto a la modernidad y la justicia social, solo diré que será la historia la encargada de esclarecerlo, pero también creo que, equivocada o no la manera de buscar esa emancipación, esta revuelta social algún día tenía que suceder. Algún día tenía que el cansancio superar a la sumisión y al conformismo de una ciudadanía cuya principal característica ha sido el silencio. Algún día tenían que servir las redes sociales y los avances tecnológicos para hacernos ver el atraso de décadas con respecto a las sociedades más avanzadas del planeta.
El día llegó y parece no tener marcha atrás. La juventud por fin ha entendido que el país les pertenece y que, si no lo luchan, no lo sienten y no lo protegen, nadie más lo hará por ellos.
Se necesitaron doscientos años para que las minorías entendieran también que sí es posible encontrar su lugar en esta sociedad que los ha mirado por encima del hombro desde siempre, para que las mujeres no solo deban conformarse con las migajas y poder aspirar a llegar tan alto como cualquiera, para que los indígenas puedan luchar por la memoria de esa ancestralidad que los hizo dueños de sus territorios hace más de cinco siglos y que le fueron arrebatados a través del genocidio.
Se necesitaron dos siglos de una supuesta independencia que nunca fue, para darse cuenta que tener tres comidas diarias no debería ser jamás, ni aquí ni en ningún lugar del planeta, un privilegio de unos pocos, ni que la educación, fuente inagotable de progreso y movilidad social, es un derecho universal irrestricto y no un vulgar y acaudalado negocio que colma los bolsillos de pocos y llena las ciudades de miseria e inequidad.
Hoy, la desesperación de los jóvenes y esa marginalidad que se ha convertido en hambre durante décadas han volcado a toda una generación a las calles a exigir todo aquello que nunca les debió ser negado.Las exigencias que hoy se gritan en las calles son absolutamente válidas y la dictadura de la satrapía tendrá que ser derrocada y proscrita de este territorio de una vez y para siempre.
*David Mauricio Pérez, columnista de medios digitales y cronista. Asiduo lector de libros de historia. @MauroPerez82
Muy interesante tu escrito, la verdad muy acertado y se nota que tienes bases para sostener tus afirmaciones, al fin los jóvenes, y uno que otro de la tercera edad se cansaron, sólo me gustaría agregar que aunque el paro y la manifestación civil es legítima es en las urnas donde hallaremos una verdadera victoria, no votando por el que me dijeron, votando con criterio propio, habiendo previamente investigado el accionar del candidato.