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Su figura, será recordada como alguien vivió la paz basado en el libreto de una novela mexicana. Por una parte, la odió recalcitrantemente, por otra, la amó tanto que permitió a sus amigotes lucrarse.
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Los cuatro años de Duque como presidente de los colombianos, no tienen antecedentes en la historia reciente. Su accionar internacional, solo puede catalogarse como vergonzoso. Desde la “graciosa” anécdota de los siete enanos, hasta las mentiras que sin ruborizarse dijo en el recinto de la ONU. En toda la arena internacional, demostró una crasa ignorancia sobre el país y mintió sin pudor ante los líderes del mundo.
Durante todo su funesto cuatrienio, la mentira lo acompañó como una sombra inseparable. Por fuera de las fronteras, su libreto se cimentó en esa entelequia pomposamente llamada “seguridad con legalidad”. Un sofisma mediante el cual, de manera pueril, se niega a reconocer y mencionar el Acuerdo de Paz.
De hecho, ante el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas realizado en el mes de abril, su cinismo fue develado por la mayoría de los embajadores. Tarea poco difícil al revisar los abrumadores números. Para la fecha de la reunión, en el país se habían producido más de treinta masacres y sesenta asesinatos de líderes sociales, defensores de DDHH y firmantes del Acuerdo.
No obstante, el más reciente entramado de corrupción destapado por los periodistas Valeria Santos y Sebastián Nohra, consolida el único propósito que estuvo a punto de cumplir el gobierno: hacer trizas la paz. De acuerdo con lo revelado por los valientes comunicadores, fueron más de quinientos mil millones de pesos de recursos para la paz que se entregaron en coimas. Todo orquestado por funcionarios públicos, al mejor estilo de la más criminal mafia.
Lo más vergonzoso de todo, es el silencio sepulcral del presidente. Un mutismo que solo refleja su parroquialismo, que lo lleva a pensar que las ONGs, el Consejo de Seguridad, la Unión Europea y en general todos los actores internacionales que apoyaron el Acuerdo, ignoran los impetuosos embates que, desde la Casa de Nariño, se dieron en contra del proceso de paz.
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La realidad, es que el mundo sabe quién es Iván Duque. En materia económica, dejará el peso en una devaluación sin precedentes, una tasa de desempleo de dos dígitos y un 44.7% de informalidad laboral. En Derechos Humanos, apoyó el bombardeo indiscriminado en los cuales murieron niñas y niños, sofocó el estallido social de 2021 a fuego y sangre, lo que dejó por lo menos ochenta muertos y un abrumador número de lesionados por el desproporcionado uso de las fuerzas del Estado.
Sin embargo, algo que los colombianos tendremos que recordarle al mundo permanentemente, es que fue el hombre que intentó destruir el proceso de paz. Una paz que fue apoyada por todo el planeta y que se erigió como el ejemplo más destacado de todos los procesos similares de la historia.
Su figura, será recordada como alguien vivió la paz basado en el libreto de una novela mexicana. Por una parte, la odió recalcitrantemente, por otra, la amó tanto que permitió a sus amigotes lucrarse. Una dicotomía que lo condujo a despreciar las necesidades de las poblaciones más afectadas por la violencia y una pobreza extremas, que vieron diluirse miles de millones de pesos por cuenta de la corrupción. En conclusión, Iván Duque Márquez, pasará a la historia, como una vergüenza para todos los colombianos. Gustavo Petro y Francia Márquez tendrán un monumental reto: reconstruir desde los cimientos la aniquilada nación que su antecesor les legará.
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*Héctor Galeano David, analista internacional. @hectorjgaleanod