La pandemia: volver a lo elemental

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La agenda pública cambió; la pandemia también ha potenciado, para bien, el discurso del buen vivir.

El Covid-19 introdujo a la humanidad en una crisis biológica que solo nos imaginábamos en películas de ficción. El virus hoy nos mantiene aislados físicamente y nos convertimos en sospechosos de portarlo con el mínimo asomo de un resfriado común.

Pese a todos los pronósticos fatales que indican los periódicos, los estudiosos de la economía mundial y las cifras de pobreza extrema que van en ascenso a retrocedernos veinte años en desarrollo, no dejo de pensar que estamos justo en el momento indicado para mirarnos como humanidad y reflexionar en verdad sobre la especie explotadora que somos, a la cual un virus detuvo en seco con el freno de mano, para entender que debemos volver a lo elemental, a la raíz, a lo nuestro.

Que debemos parar para poder avanzar.

Estábamos en una carrera desenfrenada por el consumismo depredador que ha acabado con océanos y selvas sin piedad. En las ciudades, la exposición a la contaminación atmosférica ha matado gente por años, igual o superior a los muertos que llevamos por el coronavirus.

La economía mundial está tambaleando. El modelo económico basado en el capitalismo está en jaque, pero las dinámicas del mercado están cambiando y – creo – están cambiando para bien porque están potenciando a los mercados locales y a los pequeños productores de comida orgánica cultivada con prácticas ancestrales y sin semillas modificadas. 

Estamos dejando de comer carne como una respuesta a la protección del planeta que nos reclama a gritos que le paremos a la contaminación y al maltrato de los animales en la industria de alimentos y cosmética. Asimismo, estamos cambiando las dinámicas de la economía mundial y volviendo a una economía solidaria y cooperativista que activa redes de producción comunitarias.

He visto como la crisis de la pandemia ha reinventado, para bien, a los pequeños emprendimientos que, dentro de su filosofía. Conciben el respeto por todas las formas de vida, promueven estilos de vida saludable a través de la alimentación y la actividad física y el autocultivo como parte de la soberanía alimentaria.  

De repente, el sistema económico empezó a notar la crisis que no está dada solo por la pandemia, sino por el aumento de transacciones informales y fuera de la banca, que ha venido generándose a partir de las nuevas dinámicas de comercialización a través de las redes sociales.

Por ejemplo, Instagram es una plataforma de mercado sin intermediarios que hace de ventana de reinvención de todos esos comerciantes que se activaron a partir de las nuevas agendas públicas, propiciando una sub-economía de la cual pierde el control el Estado en cuanto a carga tributaria e impuestos que controla a través del sistema bancario, regresándonos a un sistema directo de transacciones que vincula en redes comunitarias a quienes entran en estas dinámicas de mercado directo que satisface sus necesidades, relacionadas con su estilo de vida.

Pero no solo el modelo económico y las dinámicas del mercado están cambiando con la pandemia, la gente se está conectando con un nuevo paradigma social que involucra nuevas agendas públicas. Las peleas de la política tradicional que, desde luego, intentan con ferocidad devolvernos a ese escenario de polarización, masacres y discurso de guerra en medio de la decadencia evidente de receptores agotados y desgastados, ya no resuenan para esta generación, que hoy está vinculada con la naturaleza y el significado del buen vivir.

Los políticos tradicionales se rasgan vestiduras tratando de anclarnos a los discursos de la guerra, del miedo y, por supuesto, de la reactivación económica de las súper-tiendas de consumo con medidas como el día sin IVA, que devela el desespero por mantenernos en esas dinámicas depredadoras del consumismo.

Sin embargo, la agenda pública evidentemente cambió; la pandemia también ha potenciado, para bien, el discurso del buen vivir. Pese a que la política tradicional insiste en mantenernos en el discurso de la guerra, la agenda para el 2022 va a estar marcada por la defensa de la vida en todas sus formas. Esto es lo que conecta a una generación sensible con el valor de restaurar al planeta desde su estilo de vida o lo que hemos llamado la lucha de las pequeñas causas que, desde luego, nos devuelven a lo elemental de la esencia sobre la existencia.

Estaremos en medio de una contienda política en la que tratarán de hablarnos de izquierdas y derechas, pero también en una en la que hablaremos del uso de la bicicleta como ciudadanos responsables con las emisiones de gases en la ciudades, del consumo responsable de plásticos de un solo uso, del espacio público en un escenario en el que estará presente el distanciamiento social, del buscar rechazo a los alimentos ultra-procesados. Los campesinos serán el centro de un debate sobre una reforma agraria que permita volver a la granja cosechada responsablemente. Hablaremos de las fronteras de las personas, pensando en el valor de los animales como bien lo describe Adela Cortina.

El reto para los que pretenden imponer sus agendas en la contienda electoral que se avecina está en encontrar el código que conecta a las nuevas ciudadanías y las nuevas formas de relacionarnos con el planeta, que no es más que volver a lo esencial.

*Laura Marcela Acuña Santamaría, politóloga especialista en Gobierno y Gestión Pública. @laurita1015

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