Los perfumados y los descamisados

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Quizás una de las grandes paradojas de la política y del servicio público es delegar la resolución estructural de los grandes desafíos y las más importantes falencias que aquejan a la sociedad en manos de quienes precisamente nunca las han padecido.

Los señores “perfumados” pregonan, deliberan, alzan la voz, discuten y llegan a conclusiones sobre temas para ellos distantes, desconocidos y ajenos, lo cual los lleva a tomar determinaciones en absoluta desconexión con la realidad.

Deciden los destinos de un país que apenas conocen por televisión, apoltronados en sus cómodos sillones de cuero importado, acompañados del más fino whisky escocés y la más selecta gama de pasabocas y aperitivos.

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Intervienen en cumbres, asambleas y simposios, como el de hace unas semanas del Banco Interamericano de Desarrollo en Barranquilla, llenos de pompa y abolengo, amplificados sus discursos por los parlantes estruendosos de una prensa incapaz de hacer las preguntas incómodas que cualquier ciudadano haría en su lugar: “¿y cómo carajos vamos a pagar esa reforma tributaria, si tenemos a medio país en quiebra?” Claro que no. Para ese sector de la prensa complaciente, es impensable incomodar al establecimiento, mientras “ellos”, los dueños del país, levantan su dedo índice, inquisidor y dictatorial, para afirmar sin remordimientos que el salario mínimo en Colombia es “ridículamente alto” y que la mejor solución posible en tiempos de pandemia y crisis económica es gravar con más impuestos a una clase obrera empobrecida mientras los ricos, representados por esos mismos “perfumados”, siguen gozando de sus muy onerosas exenciones que el Gobierno con no poca genuflexión les ha otorgado. 

Así, sin más, determinan que la sal y el azúcar no son productos básicos de la canasta familiar, luego son susceptibles de ser gravados con IVA. Claro, esto lo afirman mientras sus refrigeradores se hallan atiborrados de diecisiete clases de carnes diferentes y toda una amplia gama de legumbres y especias. 

Soterradamente luchan a brazo partido por la desfinanciación de la educación pública, mientras sus vástagos gozan de las mieles de la educación privada en el extranjero, desconociendo la realidad de miles de hogares de las clases más desfavorecidas, que ven en la educación pública, no la mejor, sino la única opción de alcanzar un título universitario.

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Claro, es que hablar de los toros desde la barrera es muy fácil, máxime, cuando la vida y el sistema social y económico sobre el cual está construido este país les han otorgado ése y otros tantos privilegios.     

Esos mismos “perfumados” deciden que el mejor y el más expedito camino hacia la paz es la guerra, porque “plomo es lo que hay”, según reza el silogismo que representa lo más ruin de su anacrónica ideología bélica, mientras los muertos de esa guerra absurda los siguen y seguirán poniendo los pobres y los campesinos, porque los soldados son pobres y muchas veces campesinos, y quienes ponen el suelo para los bombardeos son los pobres campesinos. 

Opinan que la solución a la inseguridad es armar a esa masa poblacional que ellos llaman “gente de bien”, creyendo que la solución a la violencia es más violencia, convirtiendo las ciudades en un campo de guerra y por ahí derecho volviendo asesinos a quienes nunca lo fueron, como es el caso del doctor que mató a tres delincuentes en un puente peatonal para evitar su atraco. De inmediato, todos salieron a celebrar la muerte como un gran éxito de su lucha contra el crimen mientras las causas estructurales de la delincuencia seguían y siguen intactas.  

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Porque lo de ellos es la sangre (litros de sangre, dijo un general del ejército cuyo nombre prefiero no recordar), pero son incapaces de entender las causas de esas violencias que nos matan desde adentro. Cierran sus ojos a la realidad que golpea a más de medio país que ha llevado a la juventud a la delincuencia y al pandillismo, a cientos de mujeres y niñas a la prostitución, a toda una masa popular a la desesperanza y la incertidumbre. No han podido entender que el origen de esas violencias mayores es una violencia aún más poderosa pero silenciosa como un cáncer agresivo y letal: el hambre, la exclusión, la injusticia social, la desigualdad.

Pero ahí están ellos, los señores “perfumados”, haciendo la vista gorda y los oídos sordos a una realidad que les estalló en la cara. Nos imponen reformas tributarias regresivas, nos niegan derechos y servicios básicos, nos mandan a la guerra, nos quieren poner un revolver en las manos para que hagamos el trabajo sucio, nos llenan las cabezas de glifosato, nos contaminan las fuentes hídricas, nos arrebatan cualquier asomo de esperanza. 

Así es muy fácil decidir, mandar y gobernar, cuando nunca se ha padecido la guerra en primera persona, cuando su despensa de alimentos está muy bien provista, cuando el hambre para ellos no es más que un mito propio de los relatos de ficción, cuando la seguridad propia y la de los suyos está más que garantizada por decenas de guardaespaldas pagados con los impuestos de los “descamisados”, esos mismos a quienes quieren graduar de asesinos, poniéndole un arma letal en sus manos para que se defiendan como puedan.        

No digo que quienes ostenten una posición acomodada en la estructura social no puedan ni deban opinar sobre temas trascendentales de la sociedad como son la pobreza y la desigualdad, pero sí creo que, a falta de empatía, esa que muchos pregonan en redes pero que muy pocos aplican en sus vidas, la experiencia empírica podría darles mejores luces a esos señores “dueños del país” para que se lo piensen mejor antes de intentar ahorcar a una ciudadanía que a veces pareciera que ya estuviera muerta.  

*David Mauricio Pérez, columnista de medios digitales y cronista. Asiduo lector de libros de historia, Twitter: @MauroPerez82

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1 COMENTARIO

  1. Excelente columna triste realidad pero es tan cierto en esta sociedad donde solo unos pocos gozan de mayores beneficios. Ahora resulta que también nos quieren “vacunar” con más impuestos.

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