¡Por Dios! ¿cómo sobrevivieron sin restaurantes?

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No es casual que, en Colombia, se acuñó la frase “la malicia indígena”, con lo que pretenden señalar a las etnias ancestrales como tramposos.

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Tarea complicada, imaginar una sociedad más enferma que la colombiana. Un país incapaz de generar una incondicional empatía, que les permita celebrar la milagrosa aparición de los niños indígenas en la inhóspita selva del Guaviare.

Luego de cuarenta días en la selva y un monumental trabajo entre las FFMM y la guardia indígena, lograron lo impensable. Sin embargo, mientras en la mayoría de los colombianos las lágrimas corrían por cuenta de una felicidad a la que no estamos acostumbrados, ese grupúsculo de áulicos de la extrema derecha, concluyeron que todo era un montaje del gobierno.

Para esos citadinos de traje, vestido largo, clubes anquilosados en el medioevo y con ínfulas de “sangre azul”, son muchas las variables que se conjugaron para suponer que el maquiavélico gobierno comunista de Petro, los militares, la guardia indígena y hasta los héroes peludos como Wilson, nos están mintiendo. Es imposible sobrevivir en la selva. No hay restaurantes ni carros de comidas rápida

Por supuesto, tenían que ser ese sector de la sociedad que sueña con la guerra, volver añicos el proceso de paz y que grita con furia ante la prohibición al maltrato animal. Una pequeña parte que sigue sumergida en el racismo y la aporofobia. Esa “élite” que ve a los indígenas como “los menos”, hasta el extremo de proponer la división de un departamento entre “blancos”, afros e indígenas.

No es casual que, en Colombia, se acuñó la frase “la malicia indígena”, con lo que pretenden señalar a las etnias ancestrales como tramposos. Es claro que la expresión correcta debería ser “la malicia española”, ya que fueron los ibéricos quienes trajeron la corrupción, el crimen en todas sus facetas y un arribismo inconmensurable. En sumatoria, una herencia que caló tan profundamente esa “alta” sociedad colombiana, que luego de seis siglos de su funesta llegada a nuestro territorio, continua inamovible.

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Con todo ese deplorable caleidoscopio, es imposible para esa extrema derecha comprender que los indígenas tienen una sabiduría ancestral que heredan de generación en generación. Un patrimonio oral e inmaterial que la sociedad moderna, globalizada y neoliberal ignora completamente. Los saberes indígenas no son reconocidos. No pueden ser patentados, ya que su legado no está escrito. Sin embargo, las multinacionales depredadoras, asaltan su conocimiento, lo roban, para luego patentar y venderle al mundo su “maravillosa ciencia salvadora”.

Igualmente, desde su fastuosa comodidad, para los “ilustres” miembros de esas sociedades urbanas atestadas de cemento, es incomprensible entender que esa “madre selva”, abrigue a quienes la respetan y protegen. La selva, los bosques y en general la naturaleza, son víctimas de la violenta ambición de gobiernos inmorales que anteponen el dinero a la vida.

El gobierno de Duque dejó una fatal huella durante su cuatrienio en materia de desforestación. Se calcula que fueron unas setecientas mil hectáreas aniquiladas, como consecuencia del abandono a la estratégica selva amazónica. Igualmente, asociado con los otros gobiernos de extrema derecha, desconocieron la Organización del Tratado de Cooperación Amazónica, mediante la creación de una entelequia que denominaron propensamente el “Pacto de Leticia”. Una figura pasmosamente inservible, que solo dejó unas imágenes en las que usaron perversamente a los ancianos de la Amazonía, para satisfacer su arrogancia y egos desproporcionados.

Luego de tantos siglos de discriminación, desplazamiento y abandono, las cosas comienzan a cambiar. Por primera vez en la historia, se designó en la ONU a una representante perteneciente a la comunidad indígena. Así mismo, la Guardia Indígena, es reconocida y exaltada por el gobierno, dejando claro que su mensaje de lucha es en defensa de su autonomía, unidad y territorio. Ese territorio que es reciproco con quienes lo cuidan y protegen. Precisamente ese territorio que devolvió a los cuatro niños, que ante los ojos estupefactos e incrédulos de la “sociedad civilizada”, lograron alimentarse sin tener a la mano algún restaurante.

Posdata: seguimos esperando a Wilson. Su admirable nobleza y sacrificio, merece que las operaciones de búsqueda y rescate no concluyan hasta que sea encontrado.

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*Héctor Galeano David, analista internacional. @hectorjgaleanod

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