El amor en la vejez: más allá del prejuicio y el señalamiento social 

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¿Y hasta cuándo cree usted que podamos seguir en este ir y venir del carajo?  -le preguntó- Florentino Ariza tenía la respuesta preparada desde hacía cincuenta y tres años, siete meses y once días con sus noches- Toda la vida-respondió– del libro El Amor en los Tiempos del Cólera, Gabriel García Márquez.

Me parece tan extraño y más bien retrogrado que en la posmodernidad se siga mirando con burla y algo de desdén, las relaciones amorosas que surgen en la madurez, en especial cuando uno de los dos aventaja en años a su pareja. Ese sentimiento propio de nuestra naturaleza humana ha sido objeto de análisis profundos desde el tamiz de la ciencia, la filosofía, el arte y hasta el ocultismo ya que sus “síntomas” nos dejan huellas imborrables que incluso pueden  dejar cicatrices perennes que nos determinan a lo largo de la vida. Pero es precisamente esa condición físico-química del amor, la que hace que, como la energía misma, esté en constante creación y transformación, lo que quiere decir que no se destruye jamás; siempre está allí sin importar los años ni las canas; como en el inicio de una estrofa de la canción  “Caballo Viejo” del gran cantautor Venezolano, Simón Díaz: “Cuando el amor llega así de esta manera, uno no tiene la culpa, quererse no tiene horario ni fecha en el calendario cuando las ganas se juntan..”

El amor después de los 60 o de los 70 es revitalizador y mejora la calidad de vida.  La capacidad de enamorarse no se pierde con la senectud. En algún momento le escuche a alguien afirmar de manera categórica: que la persona envejece “cuando pierde la capacidad de amar’.

El sentido de este sentimiento es atemporal, sorpresivo y hasta caprichoso, lo que quiere decir que no puede ser visto como una condición negativa ni vergonzosa, ya que es un acto normal. Sin tabú, sin culpas, sin complejos. Es un asunto netamente biológico y hormonal. El deseo nunca se pierde. Además, no debe confundirse el amor o sentirse enamorado, exclusivamente bajo la óptica de la sexualidad o erotismo. Sin duda, lo anterior es muy importante pero estos no constituyen afortunadamente los únicos componentes del amor, ya que la mera compañía armonizada con elementos sencillos pero contundentes, como una conversación edificante y una puesta del sol, pueden significar el preámbulo que abre las puertas a una pasión renovada y placentera. En virtud de lo anterior la sexualidad no tiene fecha de caducidad; lo que hace que al poder expresarla y disfrutarla no se deba condicionar a la cantidad de años que tenga la pareja o uno de ellos. Más bien hay que echar mano del autoconocimiento y de la experiencia acumulada; tal cual como lo afirmó John Galsworthy: El amor no tiene edad, límites ni muerte.

*Doris Ortega. Abogada egresada de la Universidad de Cartagena, Magíster en Derecho de familia y derecho penal de la Universidad de Barcelona, Docente Investigadora. @DorisOrtegaGal

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