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Tal vez escucharon ayer las palabras del monseñor de esta Diócesis cuando decía: “Bienvenidos a la casa de Dios, que es la casa de todos”.
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− ¿Paisano de Borges? – le pregunté cuando saludaba cordialmente a algunas personas. Detuvo su andar. – ¡Por supuesto y también de Francisco! -respondió sonriendo con el humor bonaerense –
− ¿Lo conoce, conoce su obra?, se detuvo nuevamente y preguntó de manera fugaz.
Si claro, conozco algo de su obra, pero prefiero a Sábato. – respondí -. Siguió caminando sin afanes y en pequeñas salutaciones se detenía frente a los que estaban en el amplio salón. Un hombre parecido a un arlequín desde el fondo de la sala hacía sonar un violín del que salían celestiales notas. En el ambiente se escuchaba la conversación conjugada en susurro de todas las personas que abarrotaban el salón comentando el acontecimiento del jubileo. No tuve tiempo de decirle por qué prefería a Sábato en lugar de Borges, ya que una anciana con un rebozo sobre su cabeza salió a su encuentro y se refugió en los pliegues de su sotana blanca rodeada por una banda color purpura.
El anterior fue el corto dialogo que sostuve en estos días con el nuncio apostólico del Papa Francisco en Colombia, el argentino Luis Mariano Montemayor, diplomático de uno de los estados soberanos más pequeños del mundo, en su visita a Barrancabermeja, Santander por motivos de los 60 años o el jubileo de la Diócesis enclavada en el Magdalena medio. Otro de los motivos por el cual no pude explicarle mi preferencia por Sábato fue el siguiente: hace muchos años cuando vegetaba en el colegio, leía con algunos tropiezos historia de la eternidad del ciego de Buenos Aires; cierto día mi hermano Abelardo se paró frente a mí y me tendió un pequeño ejemplar erosionado por el roce de muchas manos como recién salido de un mercado clandestino y me dijo: “léelo y me cuentas, porque tengo que hacer un resumen para la profesora de castellano”, fue una pequeña revelación, quedé contemplando la pequeña obra, recuerdo que era una edición pirata por el desgaste de su caratula. Frente a mi estaba el túnel, lo leí de un solo tirón esa noche. Al termino de unos días mi hermano me preguntó cómo me había ido con el libro y le respondí: – “muy bien, pero no soy capaz de hacer el resumen que me pediste”-, ¿por qué? -me inquirió aterrorizado- porque un libro se lee para la vida; se había grabado en mi memoria con letras indelebles la tragedia sucedida entre el pintor Juan Pablo Castel y María Iribarne. Desde ese día me cautivó Ernesto Sábato, su compromiso político, un hombre quien a sus 99 años en una de sus últimas obras llamada la resistencia, crítica profunda al individualismo de nuestro tiempo y la pérdida de valores, invitaba a todos los jóvenes del planeta que otro mundo era posible.
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Jubileo, palabra que proviene del latín iubilum, que significa alegría, gozo, esperanza. En la iglesia regida por Francisco tiene lugar cada 25 años donde se conceden gracias especiales a los fieles como la llamada indulgencia plenaria. Palabra que tiene su origen en el latín indulgentia, la cual es sinónimo de bondad, benevolencia o exención de algo. Indulgencia que ganaron más de un millar de personas congregadas en la catedral la inmaculada de esta ciudad. Fue lo que se celebró en días pasados, la fiesta del gran jubileo de los 60 años de la creación de la Diócesis de Barrancabermeja, erigida en el año de 1962, antecedido por el innegable trabajo de los primeros misioneros jesuitas que arribaron a estas tierras bermejas. El grupo de mariachis rompían el silencio ese 27 de octubre cuando entonaban “escúchame Ave María”, que otrora entonaba el legendario cantante Rafael desde lo más profundo de sus entrañas frente a la imagen de una virgen extraída de una las pinturas de Murillo; es una de esas piezas musicales entonadas a la madre de Dios que conmueve cualquier corazón, canto que relata la historia de un hijo a una madre reconociendo que la ha echado al olvido, pero al final ese mortal termina profesándole el amor que siente por ella; esa mamá que aparece ahí no puede ser otra que la madre del Nazareno y de todos los mortales. En los días anteriores a esa gran fiesta, se veían romerías de personas de otros municipios y poblaciones arribando a la ciudad, cada parroquia urbana acogía fraternamente a los que llegaban de partes lejanas, muchos habían hecho la travesía por ríos, carreteras tras largas horas de viaje. Fue una gran fiesta de la fraternidad.
Una lluvia menuda se desgajaba sobre la ciudad, en los cien años que lleva la refinería ninguna lluvia ha apagado los mechones incandescentes que sobresalen de la estatal petrolera que humean perpetuamente; la anciana del rebozo cruza la calle de manera lenta y se refugia en la catedral. Monseñor Ovidio, nombre sacado seguramente de uno los grandes poetas romanos; hombre sencillo y pastor de esta iglesia particular sobresale en medio de una selva de micrófonos y cables dispuestos por los periodistas sobre una improvisada mesa, respondiendo a todas las preguntas. Al final les habla sobre los retos y desafíos que tiene la iglesia en el Magdalena medio. Uno de ellos le pregunta sobre el kerigma o el anuncio de la buena noticia de Jesús, que se convierte en la carta de navegación en esta nueva etapa después de haber pasado por una de las peores pestes que asoló a la humanidad. La anciana del reboso, después de murmurar varias oraciones hace una salutación a la Virgen sacada de la pintura de Bartolomé Esteban Murillo y se pierde en la distancia, una pareja joven con un niño de brazos hace su entrada por la nave central y se detienen en silencio frente a un sagrario que brilla como un pequeño sol. Tal vez escucharon ayer las palabras del monseñor de esta Diócesis cuando decía: “Bienvenidos a la casa de Dios, que es la casa de todos”. La menuda llovizna se ha convertido en un fuerte chubasco, la lluvia no da tregua, sigue lloviendo el día después de los sesenta años.
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*Ubaldo Díaz. Sacerdote. Premio nacional de cuento y poesía ciudad Floridablanca. Premio de periodismo pluma de oro APB 2018- 2019. Especialista en intervención comunitaria.