El desmoronamiento

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Sacado de Barriozona Magazine

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Se dice de una manera simple, pero es asunto complejo: los jóvenes que están en la calle piden sencillamente eso – una sociedad a escala humana -.

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La llamada teoría del caos, o mejor las ciencias de la complejidad, explican mejor que la ciencia política lo que ocurre en Colombia. No estamos ya, evidentemente, ante una simple protesta recurrente que puede solucionarse con la negociación de unos puntos. Lo que está ocurriendo en Colombia es algo más complejo, no desconectado con lo que sucede en otras partes. ¿El primer escalón de un estallido? ¿El anuncio de un desmoronamiento sistémico? ¿Un estado de caos que anticipa un nuevo orden? Probablemente. Algunos de quienes se han aproximado a la crisis global que la pandemia de la Covid-19 ayudó a sacar a flote han escrito que lo que empezó a colapsar es el modelo económico de la globalización. Tienen razón. Habría que agregar que la globalización es tan solo el iceberg de un modelo mental de raíces más profundas, que implica la idea de progreso que acogimos colectivamente, más o menos desde el siglo XIX. 

El pensamiento complejo nos invita a mirar las cosas no en términos de partes aisladas sino de sistemas conformados por componentes íntimamente ligados entre sí. El pensamiento simple recomendaría atender tan solo el síntoma: una protesta. Y negociar un pliego: punto por punto. Por supuesto, atender a las causas es más difícil y demanda una mayor preparación de quienes deben enfrentar la crisis. Miradas complejas y pensamientos de largo plazo. Pero la audacia de atreverse a cuestionar el modelo es lo que se espera de los líderes, y aunque esto hoy no puede hacerse localmente, sí es posible aprovechar los foros y las acciones globales para intentarlo. 

La cuestión del ‘modelo’ también requiere un análisis complejo. No se trata tan solo del modelo económico, también es necesario encarar el modelo político y no me refiero a la mecánica electoral sino a la constitución presidencialista de los Estados, especialmente en Latinoamérica. Todos nuestros países, con muy pocas excepciones, han tenido más caudillos que estadistas desde que se fundaron las repúblicas. Es hora de preguntarse si no será esta la señal de un nuevo orden que nos sugiere el movimiento de caos.   

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La pandemia sacó a flote, no simplemente la vulnerabilidad de los sistemas de salud, o la poca resiliencia de las pequeñas y medianas empresas ante una súbita caída de las ventas. Sacó a flote un desarreglo sistémico que se venía gestionando mal quizá desde la depresión económica de 1929. Se atendió, tan solo, a lo económico, y se ocultaron debajo de la alfombra las inequidades sociales y las democracias falaces. Las crisis que sucedieron después se gestionaron, todas, desde los síntomas, y a nadie se le ocurrió, durante ninguna de ellas, cuestionar el modelo. La fórmula fue simple: facilitar el acceso al dinero para reactivar el consumo. El razonamiento fue aún más simple: si se reactiva el consumo se reactivará la economía y todo volverá a la normalidad. Las soluciones simples suelen funcionar de manera parcial y por algún tiempo, pero, al no solucionar los problemas de fondo actúan como un analgésico que adormece el dolor, pero no atiende la causa del problema. 

Años después, cuando la segunda guerra devastó nuevamente las economías, le preguntaron al presidente Eisenhower qué debían hacer los ciudadanos para solucionar la recesión dijo: ¡comprar! ¿comprar qué? ¡cualquier cosa! En 2008, José María Aznar aplicó idéntica receta para la crisis de la burbuja inmobiliaria: abaratar los créditos bancarios para que los ciudadanos pudieran volver a comprar. Estimular el consumo como fórmula infalible para mantener el crecimiento. Consumir por consumir (cualquier cosa). Si tienes dinero compra, compra y vuelve a comprar, dice el Big Daddy en la obra de Tennessee Williams La gata sobre el tejado de zinc.

En 1993, cuando hubo certezas científicas de que el modelo ‘crecimiento ilimitado y capitalismo desregulado’ retroalimentaría procesos letales para la humanidad, Erwin Lazlo creó el Club de Budapest para ‘cambiar el rumbo de nuestro mundo – insostenible, polarizado e injusto – y encaminarlo hacia la ética y el humanismo’. Podrá sonar romántico o idealista, pero no lo es. Tampoco será ésta la primera vez que las voces de los jóvenes en las calles puedan leerse como románticas e idealistas. No lo son. Un seguidor de Lazlo, T. Roszak, señaló que “cuando se alcanza un punto crítico, que es el punto de bifurcación, el sistema o bien se desmorona o bien se reorganiza de otra manera para estabilizarse”. Todo indica que hemos entrado en ese punto crítico. Otros pensadores contemporáneos han señalado la inminencia del punto de bifurcación. Los dos caminos son evidentes: profundizar el modelo y avanzar, a velocidades aceleradas, hacia un abismo inédito, o detener el tren suicida, es decir, el del desmoronamiento de las cosas y empezar a construir una sociedad a escala humana.

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Se dice de una manera simple, pero es asunto complejo: los jóvenes que están en la calle piden sencillamente eso – una sociedad a escala humana -. Si ello se explica mejor desde la teoría del caos que desde la ciencia política se debe a que la primera se aproxima a la interpretación de la historia de una manera más integral y sistémica que la segunda y, por lo tanto, tiene la posibilidad de descubrir y exponer más claramente los matices. Los sistemas complejos construidos por el hombre como la sociedad y la cultura evolucionan en la dirección caos orden nuevo orden, a partir de una especie de ‘motor dinámico’, las crisis. La sociedad percibe estos movimientos mediante la noción del riesgo. Sabemos que a un periodo de aparente orden (léase capitalismo industrial y ciencia positiva) sucedió un ciclo ‘caos’ en el que estamos inmersos (léase colapso del capitalismo desregulado). Las catástrofes en cadena relacionadas con la crisis climática forman parte de este cuadro. Lo que sucederá entre 2030 y 2050 dependerá de la manera como gestionemos el punto de bifurcación en el que estamos entrando. Así como es en lo global, así es en lo local. Por eso conviene aproximarnos a la crisis que hoy vivimos desde la doble perspectiva de lo local y lo global. Entender que el ‘modelo’ que acogimos con el mismo entusiasmo que el resto de los países latinoamericanos nos fue dictado por los poderes globales. La condición compleja de Colombia nos obliga a actuar atendiendo las particularidades regionales. No somos una cultura homogénea. La revisión y el cambio del ‘modelo’ no es asunto del corto plazo, pero debemos empezar la tarea y, para eso, están las universidades. La atención de lo inmediato, los cambios en la Policía, las medidas en favor de los más vulnerables y las garantías a la protesta social, son temas que no dan espera. Y, para eso, están los gobernantes.

He visto innumerables y conmovedoras expresiones del arte en las calles. Los jóvenes entienden de su poder transformador y se están apoyando en él para pedir una mejor sociedad. A los educadores corresponde estimular esta búsqueda y facilitar, desde la fusión de la ciencia y el arte, los caminos de la paz y la dignidad. Por eso convendrá recordar que quien primero habló del desmoronamiento de las cosas no fue un politólogo sino un poeta, William Yeats, quien escribió: “Things fall apart; the centre cannot hold” (las cosas se desmoronan, el centro no puede resistir). Yeats escribió este verso en su poema ‘El segundo advenimiento’ a principios del siglo XX. “La anarquía se abate sobre el mundo, se suelta la marea de la sangre y por doquier se anega el ritual de la inocencia; los mejores no tienen convicción y los peores rebosan de febril intensidad. Se aproxima el segundo advenimiento.

T. Roszak matizó que aunque era cierto que algunas veces las sociedades se desmoronan, también lo era que, en algunos casos, liberaban energías afirmadoras de vida; de manera que aquello que podía haber parecido anarquía fatal o ‘desmoronamiento valórico’ desde el punto de vista del centro cultural establecido, podía ser, en realidad, el conflictivo nacimiento de un nuevo y apropiado orden más humanamente social. 

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Escribo el domingo 16 de un mayo para nosotros más convulso y sangriento que lo que fue el del año 68 en Francia. Tengo la convicción de que, si los mayores y los gobernantes empezamos un diálogo verdadero con los jóvenes y hacemos suyos sus anhelos y sus demandas, superaremos esta crisis y podremos avanzar hacia una sociedad más humana y sostenible. 

“Dando vueltas y vueltas en la espiral creciente no puede ya el halcón oír al halconero; todo se desmorona. El centro cede, la anarquía se abate sobre el mundo, se suelta la marea de la sangre, y por doquier se anega el ritual de la inocencia; los mejores no tienen convicción y los peores rebosan de febril intensidad. Una revelación se aproxima; se aproxima el Segundo Advenimiento. ¡El Segundo Advenimiento! Lo digo, y ya una vasta imagen del Spiritus Mundi turba mi vista. Allá en las arenas del desierto una figura con cuerpo de león y cabeza de hombre, una mirada en blanco y despiadada como el sol, mueve sus lentos muslos, y en rededor planean sombras de airadas aves del desierto. Cae la oscuridad de nuevo, más ahora sé que a veinte siglos de obstinado sueño los meció una pesadilla en su cuna, ¿y qué escabrosa bestia, llegada al fin su hora, se arrastra hasta Belén para nacer?

‘El segundo advenimiento’, William Butler Yeats

*Manuel Guzmán Hennessey, consultor en temas de sostenibilidad, profesor de la Universidad del Rosario, Director General de Klimaforum Latinoamérica Network KLN, @GuzmanHennessey

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3 COMENTARIOS

  1. Que los jóvenes
    Encuentren posibilidades de supera el hambre en la olla comunitaria que la resistencia sea colectiva y permanente, que se construyan discurso de la realidad que abren sueños y posibilidades, que el arte sea la ética de la protesta y la revolución, que se hable de un país nuevo, que se muestren soluciones certeras desde la voz de los jóvenes y el pueblo en general, todo esto nos dice que ya está presente una nueva forma de hacer
    Política, de prácticas de democracia participativa que supera con creces la democracia despótica y representativa de las clases obsoletas, Así las cosas el pueblo ha superado el miedo y la maquinaria de destrucción, así entre la las marchas, las diversas formas de resistencia estas deviene en una nueva nación, ahora es la juventud la que tiene el poder y es una juventud sabia, justa, solidaria, genial y auténtica. Allí está emergiendo poderosa la nueva nación, pasó a la juventud es la la nueva fuerza histórica que conduce el cambio ante un poder vetusto, ciego e ignorante ya en condición de
    Interdiccion, incapaz de reconocer la realidad, no piensa , no dialoga, no tiene un ápice de racionalidad sin empatía alguna con el pueblo, produce muertes a granel sin que se le levante la solapa ni se despeine el artista. No se da cuenta que cada día que mata al pueblo, se mata así mismo.

  2. El ambientalista santista y fariano, ahora ideólogo de marchas y de destrucciones. Llega al éxtasis cada día con los bloqueos y el hambre y la muerte de los colombianos, porque su alma no es de nación sino de subversión.

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