¿Y mi vacuna?

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Se entiende el desespero de los gobernantes por promover el autocuidado, pues la derrota de este traicionero virus es más factible en nuestras propias fuerzas que en la capacidad institucional.

En el Atlántico, cada día mueren por COVID un promedio de cien personas. Una tragedia inconmensurable. Se conoció que las EPS no están haciendo el debido seguimiento a los casos, lo cual contribuye a la exagerada cifra, pero al tiempo nos revela otro hecho, la ausencia de vigilancia y control por parte de las autoridades competentes.

El mal estado del sistema de salud en nuestro terruño no es algo nuevo. Antes de pandemia lo habíamos catalogado como un sistema perverso, colapsado y carente de capacidad de reacción ante urgencias. Sin embargo, se pretendió, con ese mismo caparazón moribundo y lleno de debilidades, atender el reto más grande que en materia de atención de salud hemos podido tener.  

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El simple sentido común evidenciaba que, si no se acometían acciones audaces con el liderazgo y control gubernamental, la calamidad sería tan descomunal como lo ha sido. Y se sigue muriendo nuestra gente y, claro, lo fácil es endilgarle la responsabilidad, a lo que queda del caparazón imperfecto que ya antes he mencionado.

¿Cuántos más? Con dolor en mi corazón pregunto: ¿cuántos más? Cada persona fallecida por el virus, además de una profunda tristeza, nos deja la sensación de que se ha podido hacer más. Se entiende, entonces, el desespero de los gobernantes por promover el autocuidado, pues la derrota de este traicionero virus es más factible en nuestras propias fuerzas que en la capacidad institucional.

La vacuna es un imperativo. En otros países, el ritmo de vacunación va a mil. En Estados Unidos, por ejemplo, las ponen sin restricciones a toda persona mayor de 16 años, en los parqueaderos de sus colosales estadios, en supermercados, farmacias, iglesias, en cada sitio público. Y mientras el mundo corre hacia su salvación, nosotros seguimos con un paquidérmico Plan Nacional, que deja que nuestro pueblo se siga muriendo cada día por miles.

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¡Necesitamos vacunación masiva para todos ya! ¡Cueste lo que cueste! El Gobierno en todos sus niveles debe aprender a llevar “la carta a García,” la misma que en 1899 escribió Elbert Hubbard, y sin dilaciones resolver el asunto. Ya hace mucho tiempo (vidas) hemos perdido. También debemos aprovechar el interés de muchos empresarios que han manifestado su intención de comprar y distribuir vacunas y facilitarles todo. Esto, amigos, debe ser prioritario.

No quiero terminar este escrito sin referirme a las protestas que contra las políticas del Gobierno se vienen desarrollando en todo el país. Por más razón que podamos tener, tengan en cuenta que una población que sale a las calles aterrorizada por una pandemia y cargada de frustraciones por una clase dirigente indolente es dinamita pura. Por favor, quedémonos en casa; desde ahí expresemos nuestro inconformismo, la tecnología nos ofrece una importante fuente de desahogo. ¡La vida es primero!

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*Rodney Castro Gullo, Abogado, escritor y columnista. @rodneycastrog

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