Una salida desde el corazón

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Sacado de El Sumario

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Existen acciones desde la resistencia pasiva y desde la no violencia activa que se pueden llevar a cabo: desobediencia civil, huelgas de hambre, encierros voluntarios.

Sacado de El Sumario

Lo que ha venido pasando en el país en el último mes, con el paro nacional y las marchas que se han dado en su contexto, ha sido para mí profundamente confrontador: he debido conectarme con los lugares más profundos de mi corazón para indagar qué es lo que verdaderamente siento hoy, sin atender a lo que se supone que debo ser, y más bien siendo totalmente honesta conmigo misma y con los demás.  

No ha sido fácil darme cuenta de que en muchas apreciaciones no coincido con amigos cercanos de vieja data, como mis amigos del colegio, parados en un extremo, o mis amigos de la universidad, parados en otro extremo bien distinto, literalmente opuesto… También ha sido duro recibir incluso insultos de personas con las que interactúo en las redes sociales por el mero hecho de expresar pensamientos que no son iguales a los suyos. Yo, que no tengo ese tipo de ego de político como lo llamo, es decir, un ego que aguanta que trapeen el piso con él y sigue para adelante como si nada, sin herirse, he debido hacer el ejercicio de intentar dialogar con personas que usan adjetivos despectivos para referirse a uno cuando no están de acuerdo con lo que uno plantea y que, en vez de tratar de comprenderlo, lo atacan con palabras agresivas y expresiones desobligantes que hacen difícil la conversación. A pesar de estas pequeñas heridas, en varias ocasiones, he expresado mis puntos de vista frente a mis amigos, reales y virtuales, sin miedo, sin rabia y con una sincera disposición no solo a ser escuchada sino a escuchar, sin pretender exhibir ninguna superioridad moral sobre nadie ni condenar a mis interlocutores a estar eternamente equivocados. 

(Lea también: La compasión es la clave)

¿Dónde estoy parada hoy? Pese a que no me gustan las definiciones de mí misma, en esta ocasión recurriré a una: me siento una pacifista de corazón y una practicante, no una maestra, de la no violencia… Leo mis palabras y me suenan lindas e incluso nobles, pero decirlas sin que sean solo palabras sin un asidero en la realidad cotidiana, palabras que no están respaldadas por unas actitudes y unas prácticas, llama a un esfuerzo inmenso de mi parte. ¿Qué significa actuar el pacifismo? ¿Qué quiere decir practicar la no violencia? ¿En dónde se sitúa uno cuando no sólo se trata de teorizar y hay que abordar situaciones como las que estamos viviendo hoy en nuestro país? 

Para mí, estas son preguntas inquietantes. No tengo respuestas simples para ellas. Sé unas pocas cosas que la vida me ha enseñado: la violencia siempre suscita como respuesta la violencia; la violencia no detiene a la violencia, sino que la exacerba. El “ojo por ojo, diente por diente” no soluciona nada y, por el contrario, perpetúa situaciones de dolor que generan un bucle sin salida, una bola de nieve que se alimenta y cobra vida por sí misma y que escapa del control de quien la perpetra y de quien es víctima. Y yo siento y veo que en este paro nacional hay mucha violencia implícita y explícita no solo de parte del gobierno sino también de los protestantes.    

Me dicen mis amigos, reales y virtuales, que lo que pasa es que la gente tiene rabia, que han sido tratados injustamente desde hace siglos, que ya no aguantan más el hambre, los vejámenes de toda índole, el horror al que han sido sometidos por clases sociales y políticas indolentes, egoístas, crueles… Tonta sería si no me diera cuenta de esta verdad, ciega sino reconociera la realidad dolorosa de estos planteamientos. Mis desacuerdos con mis amigos no van por ahí. En lo que no hemos coincidido es en la salida que se busca, en los intentos de respuesta que se aplauden. Siento que mucho de lo que se propone ahora está basado en la ira, una muy mala consejera, una emoción potente como ninguna otra, pero poco lúcida a la hora de ayudarnos a encontrar respuesta a esos interrogantes que, claro está, necesitan respuestas con urgencia.      

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También me dicen mis amigos que en las marchas no todos son violentos, De acuerdo. Lo he constatado con mis propios ojos. He visto a miles de jovencitos y no tan jovencitos bailar, cantar, pintar, hacer performance, tomarse de las manos, como en una fiesta, pero a pesar de la aparente o real alegría, siento que hay algo lúgubre y sombrío en la celebración: me parece que en este ágape la muerte es invitada de honor, no solo por las decenas de niños y niñas que han sido asesinados  sino también por las 500 personas que están  muriendo diariamente por coronavirus y que, claro, no solo se contagiaron en las marchas, pero a cuya muerte los contagios de las marchas sí han contribuido. 

Para mí, estas marchas, este paro, no han sido alegres ni me han llenado de orgullo. Más bien, me han recordado una entrevista que alguna vez le hice, con un gran amigo periodista, a un excombatiente del EPL, quien dijo que se había retirado de la guerrilla cuando se había dado cuenta de que esa gente que él decía defender lo único que le tenía era miedo. Me parece que esas personas que con las marchas se han querido defender, pasado el momento de efervescencia y calor, sufrirán las nuevas y mayores consecuencias negativas sociales, económicas, y de salud, que estas marchas han querido mejorar. Si la gente más pobre ya estaba jodida antes del paro, no por éste van a salir de su situación.  

Otra gran amiga me dijo un día que si mi propuesta entonces era que todos nos quedáramos en la casa calladitos y obedientes ante los horrores que están pasando en el país… Desde luego que no. Para nada es ese mi sentir. Sin embargo, creo que se pueden poner en marcha otras propuestas menos tanáticas, que no produzcan más mártires inútiles que los que ya tenemos, que no recurran tanto a la retórica y a la simbología guerrerista y violenta y que no sigan buscando respuestas en lugares que la experiencia, no solo nacional sino mundial, nos ha mostrado que no contienen esas añoradas respuestas o que si las contienen, es decir, si funcionan coyunturalmente, como lo que pasó con las reformas tributaria y sanitaria o la salida del ministro Carrasquilla, cobran un precio demasiado alto. 

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Existen acciones desde la resistencia pasiva y desde la no violencia activa que se pueden llevar a cabo: desobediencia civil, huelgas de hambre, encierros voluntarios… Honestamente no creo que odiarnos unos a otros sea la salida. No creo que el insulto, el uso de adjetivos denigrantes para referirnos al que no piensa como nosotros, el asesinarnos de maneras tan brutales nos lleve a la otra orilla. Todos estamos en el mismo barco, en este naufragio doloroso y no va a ser la ira contra nuestros compatriotas lo que nos va a sacar a flote. La sanación solo puede provenir de reconocernos mutuamente nuestra dignidad humana, una dignidad que no es patrimonio solo de algunos y que solo les reconocemos a aquellos que están de acuerdo con nosotros… Nadie es dueño de la verdad absoluta.  Todos tenemos razones y argumentos para ser como somos y, aunque nos cueste mucho, necesitamos oírnos, comprendernos, mirarnos con compasión. Necesitamos tramitar las demandas de unos y de otros y construir acuerdos que tengan en cuenta el sufrimiento y la felicidad de todos, no solo de algunos pocos, como ha sido hasta ahora. Sé que no es fácil, pero el llamado es a intentar otras salidas desde un corazón en el que caben todos, incluso aquellos a quienes llamamos nuestros enemigos. 

***

Al releer esto que he escrito, nuevamente me sumerjo en un mar de dudas. Decenas de preguntas acongojan mi corazón. Temo no haber podido expresar mis verdaderos sentimientos. Me da miedo ser nuevamente mal interpretada, acusada de ser esto o aquello, no ser aprobada ni por unos ni por otros… Sin embargo, en lugar de espichar una tecla del computador y mandar esto al carajo, me mantengo en lo que he tratado de decir: la paz no solo es la meta sino también el camino… A la paz se llega no desde la ira y desde el miedo sino desde la comprensión y la apertura de corazón… Por difícil que resulte, tal como estoy diciendo lo que pienso, estoy dispuesta no solo a que me escuchen sino a escuchar… Ese es para mí otro paso, tal vez pequeño, tal vez gigante, hacia una práctica sincera y cotidiana del pacifismo y la no violencia que escojo hoy.   

*Miriam Cotes Benítez, Filósofa y comunicadora. Licenciada en Educación con Maestría en Literatura Inglesa. Amplia experiencia en creación y dirección de contenidos; investigación y pedagogía tanto en el sector público como el privado.

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