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Cada quien es hijo de su tiempo y este tiempo está marcado por un país que se va y otro que llega.

Empecemos por decir que a quien peor le va en una sociedad le asiste el derecho fundamental a la protesta. A pesar de la bruma de discursos que presentan hechos alternativos, podemos encontrar pistas para entender este atolladero. A riesgo de simplificar, es plausible señalar que la actual situación no es precisamente un paro; por el contrario, tenemos ante nosotros un síntoma preocupante de una enfermedad que muchos no han logrado o no quieren reconocer: la profunda desigualdad.
Son momentos que deja la desconexión – en algunos casos, total – como lugar común, que está marcada por la incertidumbre, la frustración, la rabia y la impotencia. La indolente reforma tributaria solo fue una demostración más de la desconexión del gobierno con la calle, que terminó llevando los ánimos arriba. Decimos una demostración más por recordar las 16 consejerías creadas por el gobierno, los contratos de publicidad – el último del ministerio de la defensa -, el intento de préstamo de Avianca. Por otra parte, tenemos la corrupción que se especula anda por los 50 billones. A esto habrá que sumar la reforma tributaria de 2019, más concretamente, hablamos de las billonarias gabelas para las empresas.
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Otro asunto que merece un comentario y que hace parte de las distintas desconexiones atañe a la clase política. Su agenda y la poca o nula conexión con los jóvenes profundizan la crisis de la representación. ¿Y qué decir de la percepción que tienen los jóvenes de las instituciones, las cuales en la mayoría es negativa, más concretamente, por el 83% de imagen negativa del gobierno según la encuesta del Centro Nacional de Consultoría para CM& realizada entre los días 7 a 10 de mayo de 2021? Para decirlo breve y pronto, los jóvenes como actores políticos miran con desconfianza al gobierno actual, mientras su percepción del futuro está ligada al pesimismo. Este es un dato curioso cuando al frente del ejecutivo tenemos un presidente joven en comparación con sus antecesores. El Congreso desde hace mucho anda en otra cosa y debate, entre otras iniciativas, una que propone cantar el himno nacional, más concretamente, interpretar o escuchar el coro y las primeras cuatro estrofas del himno nacional de manera obligatoria en cada sesión del Congreso y cuerpos colegiados.
A la par con todo lo anterior, concejos municipales, distritales y las asambleas departamentales siguen brillando por su ausencia. La crisis institucional es profunda al verse literalmente sin peso político alguno. Alcaldes y gobernadores se han visto sobrepasados por hechos al punto de quedar deslegitimados como autoridad.
Otra desconexión está en cabeza de los más adultos y su percepción de los más jóvenes. Con bastante holgura, advierten que los jóvenes están desorientados, no saben nada de la vida y demás. Claro, mientras dicen esto, siguen interpretando lo que está ocurriendo desde las lógicas de la Guerra Fría que enarbolan la disputa contra el fantasma del comunismo. Cada quien es hijo de su tiempo y este tiempo está marcado por un país que se va y otro que llega.
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Durante estos días, se ponen en marcha narrativas emanadas del tacticismo político que intenta desesperadamente detener el arrastre generado por esta crisis. Presentan hechos alternativos en busca de desviar la atención acerca de las actuaciones del gobierno en torno a las reformas legislativas, la gestión de la pandemia y la enorme burocracia. Son días de pescar en río revuelto y muchos lo saben. Lo lamentable radica en la irresponsabilidad de líderes políticos que recurren a la gasolina y al soplete para apagar el incendio; lo suyo es un tribalismo dañino que intenta dividir entre buenos y malos, entre blancos e indígenas, entre ricos y pobres. Esto no es otra cosa que el miedo a caerse del tigre por temor hacer devorado y de ahí que se recurre a vender miedo para ofrecer seguridad.
La persistencia de la mano dura como solución, el racismo y clasismo en el trato con el Otro, el Código Penal y el plomo como recursos para el tratamiento de la protesta social hacen casi imposible un cambio. Ante una crisis política, la lógica es la misma; se entiende como un problema de orden público y como tal es tratado. Escuchar al señor presidente confirma lo anterior. Es urgente encontrar soluciones parciales que permitan detener la caída libre de las instituciones que hoy están más laceradas que nunca. Lo más lamentable, es el recurso de la violencia y la legitimidad que muchos creen que tiene. La calle ante la nula representación en lo político es lo único que les queda a muchos. Finalmente, es importante recordar a Spinoza cuando decía algo así como: hago lo posible por no lamentarme, por no detestar, tan solo por comprender.
Adenda 1. Una vez más los jóvenes impulsan el cambio tal como sucedió con la séptima papeleta. Es urgente activar cabildos abiertos a lo largo del país para darle voz a los territorios.
Adenda 2. El lenguaje no es inocente y permite presentar hechos alternativos con fines políticos. Es importante dirigir la atención hacia el lugar por el cual pasan los cambios de este país: el Congreso de la República.
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*Juan Carlos Lozano Cuervo, abogado, realizó estudios de maestría en filosofía. Es profesor de ética y ciudadanía en el Instituto Departamental de Bellas Artes y profesor de cátedra de derecho constitucional en la Universidad Santiago de Cali. @juanlozanocuerv