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Dedicado a Julius, mi pana y amigo, y al padre Adalberto Sierra, el sabio de la tribu por sus enseñanzas.
“¿Porque tan lejos de los dioses? Quizá por preguntarlo. ¿Y qué? El día que sepamos preguntar, habrá diálogo. Julio Cortázar
La campana suena a las cinco de la madrugada y el tañer sigue repicando en ondas más allá del infinito, señal que indica que ha terminado el descanso. Se les ve correr por los pasillos de un lado a otro como si estuviesen respondiendo a un llamado de emergencia; adormilados salen de sus habitaciones a las que llaman obituarios que, en griego, significa “descanso”. Para ellos, la campana es la voz de Dios, no es la misma del estímulo – respuesta de Pavlov padre del conductismo que utilizaba en sus experimentos. Después de un corto duchazo, se dirigen a un pequeño campo de fútbol de grama artificial que aún permanece en penumbra a realizar gimnasia aplicando la frase latina del satírico Juvenal “mens sana in corpore sano”. Clepsidra o la madre de todos los relojes, con su tic tac inexorable hacia el “fin de la historia”, o el fin de las guerras como lo llamó Fukuyama, marca las cinco y treinta de la madrugada. Una aurora azulada asalta paso a paso el nuevo día. Al lado de un amplio pasillo, como rasgado de la oscuridad aparece un amplio salón donde cuelgan pendones verdes, amarillos, azules con lemas como “hoy mejor que ayer” y “mañana mejor que hoy”, haciendo referencia a esa basura llamada superación personal. Seguido, el poema “el enamorado” de Borges sobresale tímidamente en una pequeña cartulina de ribetes dorados. La sexta sinfonía pastoral de Beethoven suena en el ambiente. Ahí, en ese salón, está Luisa, joven que lleva puesto un vestido color verde. Su cabello negro aindiado cae sobre su espalda como pincel. El tenue rayo de luz que penetra por la ventana acaricia su brazo desnudo y juvenil. A su alrededor están otros adolescentes sentados con ojos cerrados en señal de meditación. El salón llamado “el monte tabor” o encuentro para la oración, ahí, la joven vestida de verde, los guía según el ritmo de la respiración que cada uno le permite en ese vasto y misterioso mundo llamado oración. De manera sutil, los va introduciendo como hada madrina en los tres elementos que utilizó San Ignacio, el fundador de los jesuitas en sus ejercicios espirituales: “memoriae, intellectus, autem”. Me llamó poderosamente la atención cuatro frases susurradas por esta muchacha cuando les decía a sus compañeros: ¿para qué sirve la oración?, ¿si Dios ya sabe todo, qué le vamos a contar?, ¿si Dios es tan bueno, para que insistirle?, ¿para qué molestar a Dios, si ya lo sabe todo? Al final de esas preguntas, la frase que vino a continuación fue un mazazo para los escépticos que no creen en el poder de la oración: “Jesús mismo no tenía necesidad de orar, pero el evangelio nos dice que oró y por largo tiempo, oraba todas las noches con su Padre”. Seguidamente colocó el ejemplo de la parábola del juez inicuo y la viuda inoportuna, relatada magistralmente por el médico y evangelista San Lucas. Mucho tiempo después investigué las frases proferidas por esta zagala y corroboré que fueron expresadas por una de las lumbreras que tuvo la Iglesia católica en la agonía del siglo XX, Carlo María Martini, arzobispo de la catedral de Milán, cuando se reunía los primeros jueves con cientos de jóvenes en las famosas “escuelas de oración”. Dicho arzobispo, más tarde elevado a la dignidad de cardenal estuvo en la baraja para ser sumo pontífice en el cónclave donde eligieron a Benedicto XVI. Fue un secreto a voces lo que se escuchó en su momento; la curia vaticana le había cerrado el paso por tres sencillas razones: pensar con mente abierta, ser de avanzada y su condición de jesuita. La última teoría conspiratoria fue desestimada mucho tiempo después, ya que Jorge Mario Bergoglio proviene de las entrañas de la compañía de Jesús. Recuerdo del Cardenal Martini dos de sus más bellos libros “Coloquios nocturnos en Jerusalén” y un diálogo epistolar sobre la ética en el fin del milenio, abierto, decente, que sostuvo con otro gigante Umberto Eco, consignado en un libro llamado ¿En qué creen los que no creen?.
Después de ese encuentro, Luisa, con su cabello un poco alborotado por la brisa que llega de una ciénaga cercana, me responde en palabras prestadas del francés Michel Quoist, el mismo autor de oraciones para rezar por la calle y diario de Ana María: “si supiéramos contemplar la vida, toda la vida sería oración y nos hablaría de Dios”. Clepsidra va asesinando segundo a segundo lo que nosotros llamamos tiempo o el eterno retorno como lo definió Heráclito. Son las 7:15 de la mañana. Desde el monte tabor, se escuchanlos compases de un piano que ameniza la eucaristía juvenil.
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Cuenta la historia que la mesa redonda fue el lugar donde el rey Arturo y sus caballeros se reunían para discutir asuntos cruciales para la seguridad del reino. Los jóvenes van abandonado el monte tabor y se dirigen por un espacioso pasillo que termina en un comedor o “mesa redonda”. Ahí reciben un breve desayuno, comparten y disciernen en cuestiones logísticas para el resto del día. Ellos son los 37 jóvenes que se internaron a vivir la experiencia por ocho días en la escuela diocesana de liderazgo juvenil, uno de los muchos programas que tiene la iglesia católica para jóvenes, amén de los numerosos grupos juveniles que tiene cada parroquia. En ellas se ven gravitando alrededor de salones parroquiales infinidad de muchachos y muchachas, dibujando en cartulinas, plasmando proyectos a otros jóvenes como ellos. Ahí, en esos lugares los acogen y aceptan como son, (viene a mi memoria el poema “la casa del cura” de Rafael Pombo) y les permiten soñar, desbaratar el país y volverlo a deconstruir, siguiendo algunas teorías de Derrida.
La tricolor nacional ondea de un lado a otro por la acción del viento y el sol ya ha tomado el control sobre el ambiente. Juan Sebastián, auxiliar de disciplina, joven de aspecto riguroso, de piel cetrina, está erguido a un lado de la fila junto a ellos que permanecen alineados al estilo marcial con sus brazos cruzados detrás de la espalda, entonando a voz en cuello las estrofas del himno nacional donde dice:
Cesó la horrible noche, la libertad sublime.
Comprende las palabras
Del que murió en la cruz.
El auxiliar de disciplina los escruta con la mirada de arriba abajo, arengándolos sobre el deber de amar los símbolos patrios, ser santos y, si no lo logran, al menos ser buenos ciudadanos. A muchos de ellos, según les escuché, les son indiferentes los políticos y las porquerías que hacen, pero no dejan de interesarse y estudiar la política. El sol se levanta como un enorme disco naranja. Son las 9 y 30 de la mañana. Se da por concluida la primera parte del trabajo de esa mañana llamada formación patriótica y política.
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El oráculo
La voz de Dios interrumpe nuevamente el silencio. Hace su aparición como salido de la nada el sacerdote coordinador de este evento, llamado “el oráculo”. Le dicen así porque lo que no pueden responder los cinco coordinadores se lo consultan a él. El oráculo es un hombre silencioso, con gafas al estilo John Lennon, un caballero de cabellos plateados en sus sienes, de unos 35 años, con una amplia sonrisa donde se reflejan los rigores de una incipiente ortodoncia. Saluda a los muchachos con un lema. Todos al compás centran su mirada en el horizonte como buscando algo más. Hay un grito que pega en el cielo. Es el oráculo que alternando con el auxiliar de disciplina les ordena cambiar el mundo, no salvarlo, ser compasivos, callejear el evangelio como lo ha dicho Francisco a sus ministros hasta la saciedad. Luego de musitar una oración y mirarlos con mirada indulgente pero diáfana, el oráculo se retira como el mensajero que, después de haber entregado sus cartas, vuelve a su casa con cierta satisfacción, camina resueltamente hacia el tabor y de hinojos se humilla ante una custodia brillante parecida a un pequeño sol. Ahí se queda en silencio. Detrás, hay un óleo con la imagen de la Virgen con el niño de Murillo que lo mira con indulgencia. La ventana del tabor da a un jardincito pulcramente cuidado, cubierto de flores. Varias abejas zumban y revolotean; sabrá el altísimo en sus designios inescrutables porque lo colocó ahí. Inclina su cuerpo, arrodilla su alma y eleva una oración porque sin ella nada funciona, según me lo explicó después.
Con pasos resueltos se acerca el responsable del foro. Es aquí donde se expone toda la parte doctrinal de lo que realmente es un verdadero liderazgo cristiano. Hay preguntas, debates, construcción de ideas. El problema de Colombia se resuelve, sueñan con un país en paz y con equidad, no falta el que haga comentarios para tumbar el orden de ideas lógicas, se retoma la idea y nuevamente se vuelve a resolver. Son los temas más importantes de la existencia humana.
Después de un breve descanso, suena la campana para reunirse en el “Carpe diem”, palabra griega, “disfruta el día”. Es el momento para aprender un poco más de la vida y de los talentos que el Señor constantemente les da. Hacen una dramatización de la parábola de los talentos, donde un señor sale de viaje y a cada uno de sus empleados les encomienda ciertas responsabilidades. Al final, el último empleado termina pidiéndole “cacao” a su señor por su holgazanería.
¿Tabor? ¿Mesa Redonda? ¿Oráculo? ¿Carpe Dìem? ¿Obituario? ¿Foro?… Parece un muchacho preguntarse quién sería el autor intelectual de todo este escenario que lo llevaba a vivir una experiencia fuera de lo común. Un responsable, dotado de la sabiduría por la alegría de pertenecer a las filas de San Jorge, escucha plácido aquella pregunta, le coloca la mano en el hombro y como evocando un nombre en la lejanía le dice “Catalina Suárez… una muchacha de 18 años entregada a Dios, con creatividad impresionante, nos puso a reír a todos con sus locuras y a pensar con sus reflexiones. Se ganaba el corazón de todos los jóvenes al mismo tiempo que imponía su estilo por su forma de vestir, generalmente se le veía con una cinta en la frente como evocando no sólo la belleza que poseía, sino que ahora en el palco de nuestras mentes la recordaremos como un gran ejemplo para nuestras vidas.”
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En la noche hay un momento de “tutifruti” ¡pero no se emocionen!, les dice el director. Se trata de un espacio donde al igual que en el tutifruti se combinan varias frutas para dar consistencia a la bebida. Ahí tratan muchos temas a nivel humano de cómo aprender a tender la cama, cómo comer, sentarse, comportarse…
Y para finalizar la noche se termina con la “hora de la alegría”, espacio de sana diversión donde lo importante es reír, reír y reír porque “la noche es joven, la amistad para siempre” decía el poeta. Las defensas deben caer y dormir sonriendo, es el código secreto para nuevamente levantarse a las 5 de la mañana cuando a lo lejos suene la voz de Dios.
*Ubaldo Manuel Díaz. Sacerdote. Premio nacional de cuento y poesía ciudad Florida blanca. Premio de periodismo pluma de oro APB 2018 -2019 Barrancabermeja – Santander.