La liga de los campeones

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Después de ese penoso recorrido por fin avistamos nuestro destino que en la lejanía parecía una pequeña maqueta de arquitectura.

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Chocaron puños arriba y abajo como viejos amigos, parecido a dos peleadores en el centro de un ring a punto de iniciar un combate, uno de ellos quien al parecer era el conductor de un destartalado bus abrió la mano y se la apretó al otro de manera furtiva y le entregó un magullado billete donde sobresalía la imagen del poeta Silva. Quien recibía era un uniformado de mirada triste y taciturna; fue y se acodó detrás de un mostrador, introduciendo el arrugado billete en el bolsillo izquierdo de su chaqueta. El conductor se subió presuroso al bus con el motor en ralentí dispuesto a arrancar. Varios pasajeros permanecían sentados en señal de aburrimiento sobre desvencijadas sillas de plástico atornilladas al piso. Algunos bostezaban y miraban la señal de un televisor mal sintonizado donde aparecía un hombre obeso que danzaba al lado de dos mujeres con cara de modelo, las piruetas y monerías de este las hacía reír a carcajadas. Los pasajeros seguían mirando en silencio la escena, era una sala triste. Se escuchó el bocinazo parecido al rugido de un monstruo que nos estremeció a todos. Íbamos a partir, no sin antes formarse una batalla de palabrotas entre el “reboleador” que ya había tasado y negociado a nuestras espaldas con el conductor el valor de nuestros pasajes; este último le regateaba y no le pagaba lo pactado. El mercader se despachó con maldiciones e improperios sobre su compinche. Le lanzó una bendición con su mano izquierda y le dio la espalda furioso. El representante de la ley acorazado sobre el mostrador contemplaba la escena con mirada lánguida desde la distancia. Cerré los ojos y perdí la noción del tiempo, cuando me desperté había una mujer sentada a mi lado. Era una dama de unos 20 años, con el cabello negro recién cepillado, al parecer sería mi compañera de viaje; se miraba en un pequeño tocador portátil retocándose una y otra vez de manera apresurada como lo hacen los payasos antes de salir a función, sin mirar y darme tiempo a la defensa, me acribilló con su primera pregunta:

─ ¿Para dónde vas?

─ Para viejo – le respondí sonriendo-.

─ ¿y usted para dónde va? – pregunté-.

¡voy en búsqueda de trabajo! – respondió- esbozando una leve sonrisa donde se notaban los estragos de una mala ortodoncia. Relató una truculenta historia donde el actor principal era un hombre quien le había contactado por redes sociales para darle empleo. Según ella, estaba dispuesta a trabajar en lo que fuera, porque a este país se lo había llevado el putas. La miré de reojo y pensé mucho en esa última palabra.  El bus empezaba a planear por completo sobre la lustrosa autopista que a lo lejos se veía como carretera de agua, son los espejismos formados cuando los 40 grados caen sobre el asfalto.

El profesional al volante, un hombre enjuto y pequeño con una corbata más grande o igual a él, hacía tronar el viejo latón parecido a una lata de sardina en un terremoto. En un gesto desesperado se deshizo de la corbata que le estorbaba y la arrojó murmurando: “al diablo con esto”; esta fue a caer encima de una calcomanía que decía: “Jesús confío en ti”. Las consolas de estos buses parecen pequeños templos y santuarios. Pegados al vidrio estaban la imagen del sagrado corazón de Jesús y la virgen del Carmen; más abajo se encontraban cosas terrenales como un machete y una caja de herramientas. llevábamos casi una hora de dialogo cuando sucedió la Primera estación, comenzó  el Cristo a padecer: llegamos a un caserío llamado “providencia” yo rogaba a la divina providencia que el conductor le bajara a la estridente música, de repente se escuchó el agudo grito de un niño que salía de una polvorienta calle:- ¡Que el encargo que le enviaron a mi mamá!-, el conductor paró y entregó varias bolsas plásticas de color negro, así siguió, en media hora hizo más de cinco paradas, entregando paquetes al uno y al otro. En ese transcurso hubo tiempo hasta para el amor, en la lejanía, al lado de la vía, una joven mujer esperaba ansiosa el bus, cuando este asomó la trompa, su alegría fue inmensa, el ayudante se bajó y entregó a la joven una USB, yo rogué que fuera la que vomitaba la estridente música que nos traía casi enloquecidos, la joven la recibió con tanta delicadeza y regocijo, como quien recibe un valioso tesoro. Entre miradas furtivas y hondos suspiros platicaron unos cinco minutos en voz baja, solo interrumpidos por el ronroneo del motor diésel que comenzaba a ralentizar.

(Texto relacionado: Roberto Vidal)

Llegamos a una de las tantas intercesiones que convergen en esas carreteras, una horda de vendedores ambulantes emplumó el bus, ofreciendo cuanta chuchería bajo el inclemente sol que azotaba las azules sabanas del departamento de Sucre, que a mi parecer después de las de Nueva Zelanda son las más hermosas del mundo, un retén de uniformados detuvo nuestro recorrido, otro agente del orden con su vientre maternal el cual reflejaba su bienestar y falta de acción, hizo su aparición por la destartalada puerta, nos miró a todos inquisitivamente como queriendo encontrar en un asiento el espectro de tiro fijo; legendario guerrillero, que sobrevivió a varios presidentes y murió de viejo en las entrañas de la manigua. El ayudante aprovechó para darle agua al bus, cual monstruo prehistórico abrió sus fauces para calmar la sed, fue el momento oportuno para que el conductor nuevamente con su puño chocara con el del agente del orden y le pasó la liga, la liga de los campeones.  En ese infernal calor subió un hombre con una biblia debajo del brazo y mostrando una herida cicatrizada de casi medio metro y comenzó a relatar en palabras de un libreto cuidadosamente aprendido su tenebroso pasado, odiando este mundo cruel y maniqueísta, palabras más, palabras menos los grandes criminales de la historia le habían quedado en pañales, hoy según él, era un hombre de bien, no sin antes colocar inofensivos dulces en nuestras manos.

Después de ese penoso recorrido por fin avistamos nuestro destino que en la lejanía parecía una pequeña maqueta de arquitectura, con tanta tragedia alcancé a dormitar un rato sin ningún miedo a la tigresa que venía viajando a mi lado, la escuché en el quinto sueño cotorrear con sus “amigas”, investigando cómo eran los hombres de la ciudad para donde se dirigía. Cuando desperté vi el hermoso firmamento sin una nube que se desplazaba sobre las ventanillas de cristal, ese estado contemplativo no fue impedimento para mirar al ayudante escurrirse a una de las últimas sillas y sigiloso introducir un pequeño fajo de billetes en su bolsillo izquierdo, había pegado la primera puñalada del día. “Por favor, ore mucho por mí y mis amigas para que nos vaya bien en el trabajo” – se despidió mi compañera de viaje- cuando la vi desaparecer en medio de una jauría de “reboleadores” y vendedores ambulantes. – solo alcancé a decirle: “por favor manéjate bien que la “Madame” está buscando chicas para trabajar.

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*Ubaldo Díaz. Sacerdote. Premio nacional de cuento y poesía ciudad Floridablanca. Premio de periodismo pluma de oro APB 2018- 2019. Especialista en intervención comunitaria.

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